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Columna
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Nueva cultura del territorio

Más de sesenta colectivos del País Valenciano aunados en una plataforma denominada Compromís pel Territori han propuesto unas bases para debatir y articular una nueva política territorial. Albricias. Estamos ante un hecho excepcional, pues no hay precedentes de estas características, que no debemos confundir con las protestas justas, reiteradas y hasta masivas contra los abusos urbanísticos cometidos por estos lares. La propuesta que nos ocupa, a tenor de las noticias divulgadas, contiene asimismo una denuncia implícita, incluso una severa condena de los aludidos desmanes, pero en ella prima la voluntad constructiva y de cambio para propiciar una "nueva cultura del suelo" que impida o rectifique la degradación medioambiental.

Como se supone, comprometer tantas voluntades conlleva un esfuerzo extraordinario y requiere su oportunidad. Quizá eso explique la demora de años en la elaboración y consenso de este manifiesto que glosamos, aparecido, precisamente, cuando enfilamos la liquidación de la legislatura. Haya sido casual o no, lo cierto es que no irrumpe en el momento idóneo para abrir el debate que se pide y que debió producirse dos o tres lustros atrás. Las urgencias electorales no son el marco más adecuado para reflexionar sobre un capítulo tan decisivo como es la política territorial, acerca de la cual, por otra parte, ya sabemos qué postulan en torno a sus principales aspectos los partidos con opción de gobierno.

Ya lo sabemos, pero acaso convenga matizar para no llevarnos a engaño. Las propuestas del compromís, tal como están formuladas y por el propósito que las alienta, sólo son asumibles por la izquierda. El PP, por el momento, únicamente ha disfrazado su retórica. "El paisaje valenciano se puede y debe convertir en nuestro verdadero hecho diferencial", tiene dicho el actual consejero del ramo, Esteban González Pons. ¿Dónde está la diferencia? ¿En la muralla de cemento frente al mar? ¿En las colmenas que se han instalado en las laderas y oteros de la segunda línea? ¿O se refiere a la promoción de complejos urbanísticos sin garantías hídricas ni de infraestructuras?

Seamos justos: el consejero no ampara estas desmesuras y, de hecho, según observadores calificados, está aplicando una moratoria urbanística tácita. Es el famoso discurso verde sandía que pretende maquillar la gestión de sus predecesores al frente de ese departamento. También éstos ilustraron sus discursos con abundantes notas ecológicas y proteccionistas, pero abundaron los catrales, los perversos PAI al margen de los planes de ordenación y las trapisondas que, en su conjunto, y a costa del territorio, convirtieron al sector de la promoción inmobiliaria y construcción en un motor básico de nuestra economía, pues aporta el 20% aproximadamente del PIB valenciano. Esta es la realidad y, al mentarla, no satanizamos a los industriales, que se han limitado a exprimir las reglas de juego establecidas por el PP.

La nueva cultura del suelo a la que se refiere el compromís ha de tropezar necesariamente con ese dato económico, pero ninguna solución a los achaques del territorio -que son graves hipotecas ahora mismo y para su futuro- parece viable si no se concierta una pausa en el crecimiento del fenómeno urbanístico. Habrá que modular el cómo y en qué espacios se aplica la moratoria, pero, de gobernar la izquierda, está abocada a echar el freno a esta dinámica del ladrillo y, simultáneamente, resolver la cuadratura del círculo que consiste en conseguirlo sin ralentizar el desarrollo. Un prodigio, ciertamente, pero no menor que su propia victoria en las urnas. Y además, si no es para fajarse con este problema ¿para qué demonios quiere gobernar la izquierda?

Y un acuse de recibo a Escola Valenciana que en su último congreso del pasado fin de semana reclama un Consell per la Sostenibilidad del territorio. Aunque pueda discreparse por el alcance de este concepto, lo indiscutible es que hoy no se aplica, o se aplica perversamente. ¿O qué otra cosa es el Manhattan de Cullera?

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