_
_
_
_
_
Violencia en Irak
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Diez hombres y mujeres justos

¿Ha parido la montaña un ratón? El Grupo de Estudio sobre Irak, formado por 10 notables de ambos sexos y avanzada edad -el Consejo de Ancianos se le llama- de los dos grandes partidos norteamericanos, y dirigido por James A. Baker III, secretario de Estado con Bush padre, y el demócrata Lee Hamilton, ha presentado sus recomendaciones sobre la guerra iraquí. En absoluto reputados por su familiaridad con el dossier de Oriente Próximo, excepto el republicano Baker, sino por su conocimiento del alma de Estados Unidos, los 10 despliegan en 142 páginas y 79 puntos la imposibilidad de la victoria sin que por ello admitan la verosimilitud de la derrota. Su objetivo es lograr una salida honrosa, escalonada y sin fecha de caducidad. George W. Bush, muy desmejorado por la pérdida de las dos cámaras en las elecciones del 8 de noviembre, debería, según la sabiduría convencional, reconocer esas nuevas realidades, pero todo indica que sus planes de reeducación en política exterior no pasan de cosméticos.

El plan recomienda que para el primer trimestre de 2008 sólo queden en el país tropas de entrenamiento del Ejército iraquí, logística, apoyo aéreo y fuerzas de combate para la protección de todos los anteriores; unos 20.000 de los 130.000 hombres hoy en servicio. Paralelamente, habría que negociar con los vecinos, Siria e Irán, a los que el presidente Bush atribuye concupiscencias terroristas, para que esa retirada se hiciera con poco o ningún derramamiento de sangre, así como hacer un vigoroso esfuerzo para la solución del conflicto palestino-israelí, cuya conexión con la insurgencia iraquí queda, así, reconocida.

Pero todo ello tiene un alto costo. Primero, se basa en que el Gobierno iraquí de Nuri al Maliki, sobre el que se ha filtrado un documento oficial norteamericano tachándole de insignificante, o cualquier otro Ejecutivo futuro, pueda sostenerse sin el apoyo militar de Estados Unidos, lo que parece problemático; segundo, adiestrar a las fuerzas iraquíes es como alimentar de hombres y pertrechos la guerra civil en curso, preferentemente a chiíes y kurdos, que son los más propensos a alistarse; tercero, pedir a Siria que eche una mano exige que se le garantice una negociación seria sobre la devolución del Golán, en poder de Israel desde 1967; y cuarto, hacer otro tanto con Irán, supone olvidar cualquier presión para que abandone su programa de desarrollo nuclear. Todo lo anterior es anatema para Bush II, al igual que para el aliado israelí, que repite como una encantación que no se dan las condiciones para negociar con Damasco. Y aunque Siria e Irán facilitaran una retirada en buenas condiciones, el precio sería la destrucción de toda la política exterior del presidente. Por último, si bien el plan excluye la retención de bases permanentes en Irak, tampoco existe calendario para la evacuación del último soldado de Bagdad. Con alguna razón, Bush afirma que "pensar en una salida sin problemas no es realista".

El Gobierno iraquí, en la sombra de sí mismo, tiene, por añadidura, un creciente plantel de competidores. Existe un Frente de Salvación Nacional que anima Saleh al Mutlaq, líder del partido secular Frente del Diálogo, que ya se estila de Gobierno paralelo, y al que se han sumado fuerzas chiíes como el partido de Múqtada al Sáder, con sus belicosas milicias. Aparte de los líderes kurdos que son separatistas y punto, la única gran formación chií que falta es el Consejo Supremo de la Revolución Islámica de Abdul Aziz al Hakim.

Las recomendaciones del tándem Baker-Hamilton conducen a lo que bajo el presidente Nixon se llamó en los setenta la vietnamización de la guerra de Indochina, que el periodista francés Jean Lacouture llamó "el amarilleamiento de los cadáveres", que aquí es atezamiento, y que sólo sirvió para acelerar la victoria de Hanoi. Para lo que sí va a servir el plan, en cambio, es para situar el debate en Estados Unidos no entre retirada o victoria, sino en qué tipo de retirada, al tiempo que levanta sobre el político republicano medio el estigma de anti-patriótico si propugna la evacuación de Irak.

Éste es el final que le habría hecho falta a Bob Woodward en su último libro State of denial, con la berroqueña obstinación de Bush, su vicepresidente Dick Cheney, su secretario de Defensa Ronald Rumsfeld, su secretaria de Estado Condoleezza Rice, y los neocons, de negar que fuera un error la invasión de Irak. Por sólo unos meses el periodista norteamericano no ha podido incluir el colapso de la política de la Casa Blanca en Oriente Próximo, que fustiga el informe de los Diez Ancianos. Aunque luego éste no se aplique en absoluto.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_