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Hipocresías en torno al circo

Mercè Ibarz

Estos días coinciden dos historias alrededor del circo de diferente signo y dignas de atención, pues su contrapunto contiene mucho de lo arbitrario que en materia cultural nos rodea y que, ya en 1944, previendo procesos semejantes, el poeta René Char denominó actuaciones propias de "la hipocresía convencida de sus derechos" que definiría, y ciertamente define, lo contemporáneo. Así, en paralelo, Barcelona ha visto este pasado mes de noviembre la inauguración de la exposición Picasso y el circo en el museo de la calle de Montcada y el desalojo del espacio La Makabra, en el que artistas del circo ensayaban y ofrecían espectáculos (gratis) a la vez que acogían a otras gentes de este mundo -Tortell Poltrona, le Cirque du Soleil, entre otros de renombre- que allí encontraban tiempo y lugar distintos.

Paradójicamente, han coincidido en Barcelona la exposición 'Picasso y el circo' y el desalojo de 'La Makabra'

Del desalojo de La Makabra y su traspaso a Can Ricart, en el mismo barrio del Poblenou, tan afectado por el reurbanismo en marcha, pueden ciertamente hablar los artistas no sólo del circo, sino los artistas visuales en su conjunto que, desde hace años, ocupan espacios municipales en el barrio con aquiescencia de las autoridades. Los artistas contemporáneos se han convertido así, a su pesar, y con plena conciencia, en los indicadores y las señales de los espacios urbanos que ayuntamientos y empresas privadas reconvierten para el mercado a poco tiempo de que ellos, los artistas, los utilicen. Es lo que los urbanistas llaman gentrificación, del inglés gentryfrication, camino por el cual las zonas urbanas cambian de carácter social a través de un proceso no sólo de especulación urbana, sino de cambio radical de sus habitantes. La palabrita, sin traducción entre nosotros, viene del inglés antiguo, donde lo gentry es lo bonito. Para hacer algo bonito, hay que desalojar primero lo que se considera feo.

Algo parecido sucede con el circo. Mientras que sus artistas no tienen más remedio que transformar este espectáculo por antonomasia en una maquinaria extrema en complejidades y muy cara, que lo aleja más y más de su sencillez original y proverbial, la alta cultura babea en los museos ante las metáforas que el circo ha proporcionado siempre a la condición de artista: el funámbulo, aquel que se mueve por una cuerda flotante que le puede costar la vida una y otra vez, el saltimbanqui, el o la andrógina, el bufón y el payaso que, desde las cortes medievales, es el único que se atreve a decir las verdades a los poderosos.

Unos siguen partiéndose la crisma a base de tecnología para no tener que cerrar el espectáculo o se convierten en okupas -lo que en realidad han sido siempre al llegar a los descampados donde plantaban sus carpas, grandes o pequeñas- y otros trazan desde los museos el sempiterno recorrido del pobre payaso sin el que la cultura de occidente no sería lo que es. Sin el cual no daría los réditos que hoy sigue dando la obra de arte, que mire usted por dónde, y a pesar de lo que dijera don Walter Benjamin, tiene más y más aura..., es decir, es más y más cara si su autor es un famoso muerto que de joven fue desgraciado y tiene usted la suerte de poder venderla ahora.

Picasso y el circo es una exposición de distintos méritos, uno de los cuales es sacar al artista de su enclaustramiento, según se nos ha dicho en las últimas décadas, incluso ya antes de su muerte en 1973, en temas exclusivos y muy españoles como el sexo y la muerte. Vale la pena por muchas razones, y una de ellas es por atender a un Picasso consciente a lo largo de su dilatada trayectoria de que el circo y el payaso, el arlequín y su vida nómada y anómala serían siempre metáforas del artista moderno. Este artista era sabedor de que el siglo XX no cerraba esta iconografía encendida con ansia en el siglo anterior como consecuencia de las visiones de los artistas ante la industrialización, sino que precisamente en el siglo que daría plena autonomía al artista -siendo Picassso la prueba mayor de ello, al lograr ser multimillonario ya antes de la I Guerra Mundial- la figura del funambulista y el mundo del circo seguirían siendo esenciales para que el artista no perdiera de vista su condición hija de la chusma; de la provocación, de decir aquello que no quiere ser oído, de representar lo obsceno.

La exposición de Picasso es la continuación, ahora centrada en el mago y malabarista del arte moderno, del evento museístico que hace dos años se celebró en París y Ottawa bajo el título La gran parada. Retrato del artista como payaso. La reunión de obras fue entonces extraordinaria, desde el siglo XVIII hasta la actualidad. Pues así ha sido: la modernidad se ha caracterizado también por los artistas que la han puesto en cuestión y en la picota desde sus inicios y en las distintas formas y tecnologías que como tal modernidad ha ejercido y asimismo producido: pintura, escultura, dibujo, fotografía, cine, instalaciones, vídeo, junto con la literatura. Y, siempre, el mundo del circo ha sido su espejo. También lo es ahora: sea el espejo cínico del museo, sea el espejo provocador de La Makabra extinta o renovada.

Mercè Ibarz es profesora de Arte en los Estudios de Comunicación Audiovisual de la UPF

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