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Columna
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Concatenaciones

Andrés Ortega

Hay tres guerras civiles larvadas o en curso en Oriente Próximo que, por su concatenación, pueden llevar a lo que el nuevo jefe del Pentágono, Robert Gates, ha llamado una "conflagración regional": Líbano, Irak y entre palestinos. Cabe añadir Afganistán, donde, junto a Líbano, están presentes fuerzas militares españolas, que empiezan a encontrarse en fuegos cruzados. En todas ellas hay elementos externos: tropas extranjeras, Israel, EE UU, Siria, Irán y, en algunos casos, Al Qaeda. La gran novedad es que debido a actuaciones equivocadas (Irak, Afganistán) de Estados Unidos y de sus aliados, o a su inacción (Israel, Líbano), todos estos conflictos se han entremezclado con unos gobiernos norteamericano e israelí débiles e ineptos. Quizás esa debilidad les lleve a impulsar la negociación y la diplomacia.

Entre israelíes y palestinos, pese a las buenas palabras, no asoman dos Estados. Parece tarde para eso. Pero la guerra civil es entre palestinos. Pese a la presión internacional para formar un Gobierno de unidad nacional entre Al Fatah y Hamás, la violencia entre ellos es casi diaria. Ambos han reforzado sus milicias. El presidente Mahmud Abbas con ayuda norteamericana, los otros con la de Hezbolá, cuyo vínculo con Hamás se ha ido reforzando.

En el país de los cedros, tras la guerra de este verano, el asesinato de Gemayel ha generado un clima de conflicto civil, o al menos de golpe de Estado dictado desde Siria, que considera a Beirut su salida al mar y asume a Líbano como suyo. Hezbolá ha lanzado sus masas a la calle para hacer caer al Gobierno de Siniora. No obstante, en las comunidades libanesas no hay ni ganas ni medios de recaer en los horrores de los setenta y ochenta.

En cuanto a Irak, la violencia se da contra los ocupantes, entre suníes y chiíes, y entre estos últimos. Hay limpiezas étnicas, incluso por barrios, en Bagdad. Los kurdos se dan por satisfechos con su autonomía y no están participando en esta guerra civil (aunque sí en la expulsión de los árabes de sus territorios). Si los chiíes rompen el país, ellos se verían obligados también a romper, lo que llevaría a una intervención de Turquía, Irán y Siria en contra del nacimiento de un Estado kurdo. Y de Arabia Saudí y otros países que sienten que no pueden abandonar los suníes iraquíes a los chiíes (muy presentes en el Golfo). De hecho, se ha acusado a la zakat (red de donaciones privadas) saudí de financiar a insurgentes suníes en Irak.

Aunque deshacer la maraña implica tirar hilo a hilo, es necesario un enfoque diplomático regional como propugna el informe del Grupo de Estudio sobre Irak presidido por James Baker: una gran conferencia internacional sobre la región y un grupo de contacto sobre Irak podrían encauzar las pasiones, si los países musulmanes desempeñan un papel esencial en este proceso y tupen entre sí una red de garantías de seguridad mutuas, incluidos Arabia Saudí, otra pieza clave, y Siria e Irán, a lo que Bush no parece dispuesto. Como si no hubiesen aprendido nada del desaguisado de Irak, algunos neocons piensan que la solución es aislar y bombardear Irán. Es necesario lo contrario: implicar a Irán en la gestión del desaguisado. Aunque sin garantías de éxito, es la hora de intentar de forma urgente una diplomacia con amplitud de miras.

El Grupo descarta la opción de enviar a Irak 200.000 o 300.000 soldados, para empezar porque Estados Unidos no dispone de ellos. Y mantener el rumbo no es una opción, insiste Baker. El presidente de EE UU lo cambiará. Busca un nuevo enfoque, con el fiel Blair forzado también a cambiar el paso. ¿Enviará Bush más soldados para empezar y luego intentar reducir el contingente? El presidente sigue sin reconocer su error, actitud que puede dificultar la reducción de daños en Irak, pues solución, lo que se llama solución, no hayla. El informe, que apunta el precio que se pagará a escala local, regional y global de no encauzarse este manojo de conflictos, está más lleno de esperanzas que de ideas nuevas, y su objetivo parece antes pacificar Washington que Bagdad.

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