Arsenal de milagros
El club de Grondona, presidente de la federación argentina, salta de Segunda a los torneos internacionales
Para los días convulsos que vive el fútbol argentino existen múltiples explicaciones. Una de ellas pasa por Sarandí, un barrio de Avella-neda, ciudad limítrofe con Buenos Aires y morada de dos clubes históricos: Independiente y Racing. Allí, en 1957, un grupo de jóvenes fundó un club. Lo llamaron Arsenal como signo de admiración a su homónimo inglés. El líder de aquellos pioneros y su primer presidente era, y es, dueño de una ferretería en el barrio. Se llama Julio Grondona. Con el tiempo, se convertiría en el rector del fútbol argentino -27 años al frente de la AFA- y en vicepresidente de la FIFA, en la que maneja el área financiera.
Echarle un vistazo al devenir del Arsenal en el nuevo siglo es un ejercicio de investigación. Porque hasta el cambio de milenio había vivido más o menos de acuerdo a su modesto tamaño. Pero desde 2002 su signo ha cambiado. En aquel año, Arsenal ganó el torneo de Segunda y se metió entre los grandes. El peculiar sistema de ascensos y descensos argentino -se toman en cuenta los puntos de los tres últimos cursos y se dividen por la cantidad de partidos jugados- es particularmente duro para los equipos que estrenan categoría, que pasan muchos apuros para no caer en las dos primeras temporadas. Lo ocurrido en el periodo 2000-2006 indica que de los 13 clubes que subieron a Primera sólo uno logró mantenerse un lustro: Arsenal, por supuesto, que nunca se vio acuciado por el promedio.
Esa tranquilidad de los resultados ha catapultado al club. En 2004 pudo darse el lujo, impensable un decenio atrás, de jugar la Copa Sudamericana al acabar séptimo y en la actual es firme candidato a la Copa de los Libertadores de 2008.
¿Cómo se explica el milagro? Arsenal no suele ser maltratado por los árbitros. Claro que no es la única razón. La buena gestión y una economía saneada son fundamentales. El club no tiene números rojos, algo que llama la atención en un fútbol con un altísimo nivel de déficit, sobre todo si se tiene en cuenta que posee apenas 3.500 socios. La clave está en los aportes extraordinarios. Gracias a ellos, Arsenal pudo además remodelar su estadio, que en agosto de 2004 cambió los tablones de madera por el cemento y duplicó su aforo hasta los 20.000 espectadores.
Ese mismo año ocurrió otro hecho significativo. Una subvención de 450.000 euros de la FIFA permitió reconstruir un viejo polideportivo de uso público en Villa Domínico, otro barrio de Avellaneda, para transformarlo en un Centro de Mediano Rendimiento. El proyecto, pensado para desarrollar el fútbol en países como Líbano, Singapur, Mongolia, Myanmar, Lesotho o Samoa, aterrizó extrañamente a un par de kilómetros de Buenos Aires. Durante su inauguración, el zar de la AFA declaró sin ambages: "Éste es un regalo mío para esta ciudad que quiero tanto". En sus cinco campos de fútbol se entrenan habitualmente las categorías menores, y a veces también el primer equipo, de un club de Primera. ¿Hace falta decir cuál es?
Por fin, hace algo más de un mes, Arsenal subió otro peldaño en su imparable ascenso. Joan Laporta, el presidente del Barcelona, viajó hasta Sarandí y firmó un convenio de colaboración entre ambas instituciones afianzando la estrecha relación entre Grondona y el fútbol español que el propio don Julio resalta siempre que puede. Sin ir muy lejos, en junio pasado, definió con énfasis a "mi amigo Ángel Villar" como "el mejor dirigente de la historia del fútbol español". La inyección económica que ahora recibirá la entidad bonaerense desde la Ciudad Condal ayudará a afianzar su presente.
Si los demás clubes argentinos pueden sentirse discriminados o perjudicados por su máximo dirigente, hasta qué punto estas cuestiones influyen o no en la violencia, es parte del ejercicio de investigación al que obliga un fenómeno como el factor Arsenal.
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