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Reportaje:

Una chabola en la Gran Vía

Una pareja de indigentes ha construido una infravivienda en un portal del eje comercial

"Ahora salgo, espera un poco que estoy ordenando mi casa", explica Sammy, una indigente que, con su pareja, ha hecho suya una esquina de la Gran Vía. En el portal del número 48, entre musicales, cines y hamburgueserías, Sammy, de 32 años, y su novio Eric, de 42, han construido un chalé de cartón. La pareja (ella española, él alemán) ha aprovechado que el edificio, del Banco Atlántico, está en rehabilitación para instalarse en el portal.

La vivienda atrae la atención de los viandantes, que se paran, se asoman dentro de las cajas y hablan con la pareja. Algunos comerciantes, en cambio, se quejan: "Esto es un asco, los perros se cagan, se mean... Los deberían echar", se queja un comerciante. Pero Emilio, el quiosquero cercano, dice que la pareja no es conflictiva y que no molesta.

Mientras, ajenos a la expectación, los indigentes hacen su vida. Por fuera, el cubículo de cartón tiene un macetero y un tubo largo como para que los viandantes echen dinero desde la calle. "Es que antes teníamos un recipiente para la limosna por fuera de la casa y nos lo robaban todos los días", cuenta Sammy.

En un mes ya han tenido que reconstruir la casa tres veces: "En cuanto salimos los dos viene el camión de la limpieza y se la lleva". Los dos son drogadictos, están enganchados a la cocaína base y sobreviven, dicen, sólo con las limosnas. Un día malo pueden ganar 15 euros y uno bueno, 125. El sábado por la mañana, Eric se ha ido "a la lavandería" y Sammy se ha quedado cuidando la instalación.

Ella es española pero hasta hace seis años vivía en Alemania. Habla perfectamente alemán, español, inglés y francés y ha trabajado como secretaria y recepcionista de hotel. Está demacrada y tiene los dientes negros por la droga.

"Empecé de marcha con mis amigos, ya sabes, te fumas unos porros... Luego una raya...". "Cada vez que pienso en que hablo cuatro idiomas y que he tirado mi vida me muerdo el culo de la rabia", ilustra. Luego cuenta con nostalgia que antes era muy guapa: "Yo tenía un tipazo, y el pelo largo, y la cara sana".

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En Alemania ha dejado a dos hijos de 12 y 10 años y en Madrid, salvo por Eric, está sola. "Vine a Madrid... por circunstancias de la vida. Pero no pude levantar cabeza, no encontré trabajo...".

En la casa de cartón hay mantas y unas baldas (también de cartón) donde cuelgan unos pantalones. Parte de la pared está sujeta con un trozo de carro de la compra y hay un colchón, fruta, latas de sardinas, ropa, tabaco, mecheros, droga, bocadillos, una caja de langostinos...

Sammy y Eric se niegan a irse a un albergue porque allí no les dejan llevar a los perros. "Somos una familia y no vamos a ningún sitio sin ellos", afirma. ¿Y las Navidades? "Pues serán tan tristes como las de los últimos años", concluye.

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