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Columna
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La izquierda radical cabalga un tigre

Lo malo de montar un tigre es que cuesta apearse. Andrés Manuel López Obrador, líder de la colérica izquierda mexicana, acaba de hacerlo, aunque no está claro si ha desmontado o se ha caído como san Pablo camino de Damasco. Hugo Rafael Chávez Frías, elegido por tercera vez consecutiva presidente de Venezuela, parece dominar, en cambio, su felino, y nos asegura que lo mejor está aún por llegar.

AMLO -como se le conoce- perdió el 2 de julio unas elecciones presidenciales contra Felipe Calderón, derecha histórica, por tan pocos sufragios que es verosímil su afirmación de que la desfachatada intervención en la campaña del presidente saliente, Vicente Fox, junto a irregularidades varias pero no masivas en el escrutinio, le negaran la presidencia. El jefe del PRD se embarcó entonces en una huida hacia delante con diarias acampadas de sus fieles en la capital, constantes dislocaciones de la vida y de la vía pública, y todo ello sobre un fondo de advertencias de que la presidencia del intruso no pasaría. Pero el pasado viernes 1, pasó. La toma de posesión -rendición de protesta en mexicano- del nuevo mandatario, pese a los forcejeos de diputados perredistas para ridiculizar el acto, se produjo con incidentes perfectamente manejables. Y a las 24 horas el líder radical decía que la acción política ya sólo debía desarrollarse en el Parlamento. La rebelión contra las instituciones, sonora pero no violenta, había durado cinco meses. ¿Es ése el camino de la izquierda, incluso radical, latinoamericana?

El radicalismo está aislado en América Latina, y la revolución aún no la hemos visto por ninguna parte

El presidente Chávez ejerce hoy, con el pausado crepúsculo de Castro, el proto-liderazgo de una izquierda que se declara revolucionaria, bolivariana y socialista del siglo XXI. Su confortable victoria, impecable en las urnas, contenida en las calles, podría procurar el aliento de una nueva oleada transformadora. ¿Pero la llamada revolución, qué ha transformado hasta la fecha?

Los desfavorecidos se han beneficiado largamente de la presidencia del ex militar. El trueque de petróleo por salud con Cuba está facilitando atención médica de calidad a millones de venezolanos, que ni lo habrían podido soñar bajo el mandato del socialdemócrata Carlos Andrés Pérez. Igualmente, se halla en curso una reforma agraria si bien que a empellones, de la que ha sido este año encarnación el llamado plan Chaz -de Chávez y Azpurua, no Azpurúa- por el que este último, megaterrateniente, se plegaba a que le expropiaran parte de sus tierras mediante indemnización -que aún no ha cobrado- para el reasentamiento de campesinos hasta entonces sólo jornaleros. Puro reformismo, lo más alejado que quepa imaginar de la conquista de las ciudades por el campo en la revolución popular prolongada de Mao. La propia patología locuaz del líder contra Estados Unidos, que lleva a extremos de ópera bufa, se llama en realidad nacionalismo, estridente sin duda, pero que data de los tiempos de la colonia.

Y para tranquilizar del todo a aquellos que temen del tribuno de Caracas una marea roja que transforme de verdad la tierra de Bolívar, pero también de Boves, basta comprobar cómo la tasa de criminalidad cruenta no cesa de crecer, y cómo el número de pobres tan paulatinamente se recorta. En vez de transformarse, Venezuela, fiel a su historia, está muy lejos de haber desterrado la injusticia y la desigualdad -inequidad se dice aquí, en Venezuela-. Lo más genuino en materia de transformaciones estructurales es, en todo caso, la emergencia de una nueva clase de empresarios, administradores y burócratas del bolivarianismo. Los servidores de Hugo Chávez que son, así, recompensados. ¿Qué futuro tiene esta izquierda radical en América Latina?

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El desprestigio del PRD en México, al que no secunda ningún grupo en la Cámara, y a cuya ira parece que AMLO ya le ha dado puerta porque sólo conducía a la discordia civil más extrema, y la arbitrariedad, socialmente efectiva, del sistema en Venezuela, pero carente de controles internos y por ello incapaz de reprimir la corrupción, tienen un difícil futuro como propuesta continental latinoamericana.

El tigre de Chávez se mueve con crudo y nadie puede garantizar sus astronómicas ganancias para siempre, aunque la aventura iraquí del presidente Bush trabaje para ello con denuedo, y la fiera de AMLO va camino del garaje. Si el presidente boliviano Evo Morales parece adquirido por Chávez, Rafael Correa en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua serán, en cambio, mucho más prudentes, mientras que Kirchner en Argentina y Lula en Brasil tienen juego propio; y los demás, Bachelet, Arias, García, Vázquez, son socialdemócratas de carnet. El radicalismo está aislado en América Latina y la revolución aún no la hemos visto por ninguna parte.

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