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Berlusconi encabeza en Roma una gigantesca protesta contra Prodi

Il Cavaliere reafirma su liderazgo y prepara un futuro partido único de centro-derecha

Enric González

Silvio Berlusconi demostró ayer que su hegemonía sobre la derecha italiana sigue intacta, y que ni la derrota electoral de abril ni la lipotimia televisada del domingo pasado han mermado su carisma entre los conservadores. Il Cavaliere lideró en Roma una gigantesca manifestación contra el Gobierno de Romano Prodi y contra las subidas de impuestos de la coalición de centro-izquierda, y prometió a los suyos una pronta recuperación del poder.

Berlusconi aseguró que la participación superó los dos millones de personas, cifra sin duda exagerada. En términos políticos, en cualquier caso, la protesta resultó un éxito indiscutible del centro-derecha. La multitud llenó la amplia plaza de San Giovanni, escenario histórico de las mayores manifestaciones de la izquierda, y se desbordó por los alrededores. La marcha fue retransmitida en directo por una cadena pública, las tres cadenas privadas de Berlusconi y por Telecom, lo que multiplicó su impacto.

Fue Il Cavaliere quien impulsó la protesta pública contra los presupuestos de Prodi y contra las subidas de impuestos que contenían. Quería, en primer lugar, hacer una demostración de fuerza tras la ajustadísima derrota sufrida en las generales de abril.

En segundo lugar, quería reafirmar su liderazgo personal. Y quería, en tercer lugar, unir a todos los partidos de su coalición en un masivo acto unitario, como momento fundacional de un futuro partido único, el Partido de la Libertad, inspirado en las tradiciones liberales (Forza Italia), nacionalistas (Alianza Nacional), federalistas (Liga Norte) y católicas (Democracia Cristiana). A nadie le cupo duda sobre la identidad del líder de ese hipotético partido.

A la marcha de Roma faltó Pierferdinando Casini, líder de los centristas democristianos, quien prefirió celebrar su propio mitin en Sicilia. Su ausencia, quizá fruto de un error de cálculo político, fue muy notoria, y erosionó su perfil como posible sucesor de Berlusconi.

Il Cavaliere subió al palco sonriente, bronceado y feliz, ante cientos de miles de personas que coreaban su nombre: "Silvio, Silvio". Se refirió a su lipotimia como "algo que puede ocurrir a quien trabaja demasiado" y se lanzó de inmediato al ataque.

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"Queremos mandar a casa a un Gobierno que destruye la confianza de los ciudadanos en el Estado, que derrocha los recursos y reduce las libertades de cada uno", dijo. "Esta manifestación demuestra que los moderados y el centro-derecha constituyen la mayoría real en el país".

Berlusconi revolvió contra Prodi las acusaciones de fraude electoral lanzadas desde un semanario de izquierda, ya desmontadas como falsas por la Fiscalía de Roma, y exigió que se recontaran las papeletas de abril, cuando el centro-derecha perdió el Senado por sólo 25.000 votos.

En tono y contenido, la arenga de Berlusconi resultó moderada en comparación con los discursos apocalípticos que caracterizaron su campaña electoral de la pasada primavera.

El objetivo de la jornada era establecer una conexión directa entre un líder, él, y la Italia de centro y derecha, para allanar la vía a la integración de todos los partidos en uno solo. La conexión resultó evidente. La presencia de personalidades tan distantes y enfrentadas entre sí como Alessandra Mussolini, en el extremo fascista, Umberto Bossi, en el extremo federalista-xenófobo, y Gianfranco Fini, aparente delfín de Berlusconi y líder de la derecha posfascista, dio credibilidad al proyecto unitario.

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