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Columna
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Innovación en tiempos de cambio

En uno de los últimos foros de innovación en que he participado (en este caso el promovido por el Impiva y el Programa Ingenio de la UPV), discutimos, entre otras muchas cosas, sobre el nuevo concepto de empresa que impone el nuevo marco económico internacional y la extensión el fenómeno globalizador. No es que hubiera unanimidad, pero para todos resultaba bastante obvio que la empresa industrial del S.XXI no se parece mucho a aquella que lideraba los mercados en los dos primeros tercios del XX.

No es este un asunto menor. Sabemos que la caída continuada de barreras arancelarias y la integración creciente de los mercados, ha supuesto la práctica desaparición de la tradicional dicotomía "mercado local-exportación", de tal modo que hoy ya nadie duda de que las empresas compiten en un mismo, y casi único, terreno de juego en el que las fronteras geográficas no cuentan.

Como también sabemos que, en buena parte como consecuencia de ello, la empresa del S. XXI se ha visto impulsada hacia una creciente descentralización y dispersión de su actividad productiva, de modo que las plantas de fabricación tienden cada vez más a independizarse del territorio en donde se ubica su sede central.

Y sin embargo, de manera un tanto paradójica, no ha ocurrido lo mismo con las actividades de distribución y comercialización, las cuales se han visto progresivamente integradas en el seno de la empresa, eliminando así los canales externos de intermediación con el cliente final. De modo que, en un mercado tan exigente y caprichoso como el actual, las empresas más competitivas no solo se apropian de los márgenes comerciales, sino que pueden "escuchar el ruido" del comprador en directo, allá donde éste se encuentre, y actuar en consecuencia con la debida diligencia.

El problema, ahora lo sabemos, es que tales estrategias solo pueden enfrentarse de manera eficaz si se cumplen ciertas condiciones que no eran del todo imprescindibles en el viejo modelo industrial. A saber: una nueva forma de gestión empresarial basado en la internacionalización de todas sus actividades, tamaños más elevados de la empresa (que no de la planta) y un uso masivo de nuevas tecnologías intensivas en conocimiento (TIC) con el fin de que todas las piezas encajen debidamente. La empresa competitiva actual se parecería así mucho a una red extendida, altamente flexible y capacitada para llegar con sus tentáculos a cualquier mercado en el menor tiempo posible.

Naturalmente existen muchas "viejas" empresas que han resistido perfectamente el embate de los nuevos tiempos. Son aquellas que disponen de marcas consolidadas, fruto de una estrategia previa decidida hace años y en las que la innovación no fue nunca su principal ventaja competitiva, entre otras cosas porque el consumidor no desea cambios radicales que desvirtúen la esencia del producto.

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Sin embargo, el nuevo modelo no se nutre solo de estas. Hay otras formas de competir en las que aspectos como la marca no cuenta demasiado (por no decir nada). Es la rapidez en el servicio, la adaptación inmediata a los gustos del comprador, el contacto directo con el cliente, la innovación permanente, y todo ello a precios razonables, lo que realmente importa. Es decir: un nuevo concepto diseño adaptativo, manejo rápido de la información y logística intensiva.

Este es el caso, por ejemplo, de Inditex e Ikea, en España, o de Pikolinos y Famosa, en la Comunidad Valenciana; pertenecientes todas ellas a sectores tradicionales, maduros; de demanda débil, sí, pero con un crecimiento sostenido en las cuotas de participación en el mercado internacional.

La conclusión es que si en los años 80 la innovación en nuestras empresas industriales hablaba de marcas, calidad, diseño o cumplimientos de normas internacionales, factores todos ellos imprescindibles para aumentar la competitividad y exportar a los mercados de países desarrollados, hoy las cosas son muy diferentes. Lo que ahora necesitamos en nuestros sectores más tradicionales no son solo buenos productos, sino nuevas empresas con nuevas estrategias. Y también nuevas políticas de innovación. Más arriesgadas, sin duda, pero también más acordes con el signo de los tiempos. El problema es que el tiempo pasa.

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