_
_
_
_
Tribuna:La huella de la movida madrileña
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Lo que pida el cuerpo

Ángel S. Harguindey

"La movida madrileña no era otra cosa que ponerte hasta el culo de porros yendo de garito en garito en Malasaña para acabar pedo perdido en el San Ginés", escribe un simplista en Google.

Como diría Fabio McNamara, si es cierto que de unos años acá ha encontrado la luz en la penumbra de las parroquias: "De todo hay en la viña del Señor". Al fin y al cabo, si algunos curas son capaces de ejercer de pederastas, de obreros, de revolucionarios o de ultramontanos, ¿por qué no va a poder ejercer de meapilas quien abanderó la transgresión social? Ayer de drag-queen pidiendo latas de sardinas en las entrevistas de promoción de su disco con Almodóvar, y hoy propagando la Verdad Revelada. La clave es hacer y decir lo que pida el cuerpo.

Fue la convicción de que todo pasa y todo queda, pero que nos quiten lo bailado
Más información
¿Qué fue de Rock-Ola?

Ahora se conmemoran los veintitantos años de la movida madrileña, un movimiento indefinible porque no era tal salvo para algún sociólogo profesional o vocacional y algún periodista francés, con el que se pretende definir un tiempo y una ciudad que salían de una larga y mediocre noche de 40 años. Tiempo de bonanza económica, de desconcierto en quienes habían sacado tajada en las décadas ominosas y de ganas de olvidarse cuanto antes del pasado entre los que simplemente habían sobrevivido. Si a eso se le añade un alcalde tolerante y unas cuantas individualidades juveniles con talento y sin mala conciencia por no alardear de conciencia social, el resultado final fueron unos años divertidos en una ciudad caótica en la que se podía tomar unas cañas en La Bobia para sobrellevar la resaca, contemplar un concierto de Roxy Music en Usera o de Los Ramones en Vista Alegre, algún corto de Almodóvar en El Pentagrama, y acabar envenenado en la sala Carolina mientras se intentaba entablar un diálogo con las Costus, Antonio Banderas o Ceesepe, empeño inútil salvo para los besugos porque nunca se llevaron bien la dialéctica y el garrafón. Dicho con palabras más sabias: "Tengo los huesos desencajados, / el fémur tengo muy dislocado; / tengo el cuerpo muy mal, / pero una gran vida social" (Bailando, Carlos Berlanga, 1982).

Fruto de aquel tiempo fueron varias obras musicales, cinematográficas y plásticas de interés, muchas risas, bastantes cadáveres y la convicción de que todo pasa y todo queda, pero que nos quiten lo bailado. Unos alcanzaron la cima, otros crían malvas y los más no pueden evitar una sonrisa cuando leen que se van a celebrar reuniones, mesas redondas y conmemoraciones varias de los veintitantos años de la movida financiados por el Gobierno de doña Esperanza Aguirre.

"Sólo ha sido un sueño, cerillas en un apagón. Se detuvo el tiempo, se nos escapó la razón y cuando llegó nuestra noche nos dimos valor. Pero ha sido un sueño que ya terminó. La culpa es del viento, cruzando calles de dolor, soñando despiertos, dejamos el suelo tú y yo", cantaron Los Secretos. ¿Qué más se puede decir? Quizás, y no es seguro, lo que dijo quien firma Meit en Internet: "Viva el skate -skate or die- k del skate no se habla".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_