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MI AVENTURA
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Peces voladores, olas y espuma desde un carguero

AMANECE LLUVIOSO y en cubierta no se ve un alma. Me viene a la memoria el día que, cinco semanas atrás, esperaba con ansiedad la llegada del carguero al puerto de Barcelona. "Un montón de chatarra", pensé asustada, viéndolo aproximarse al muelle.

Habían bastado unas horas de cibernavegación para conseguir camarote (y no virtual precisamente) en un barco alemán que transportaba mercancías entre Europa y América. Unos 35 días de viaje circular, con 10 paradas previstas en diferentes puertos del Caribe.

Es obvio que en un carguero lo prioritario es la carga, y los pasajeros deben adaptarse. Así que no tenía muy claro si se me permitiría bajar a tierra en algún momento... Para alguien que no sabe dónde están ni babor ni estribor, aquel barco podía convertirse en una pesadilla o en el paraíso. Un viaje inolvidable, en cualquier caso.

Comparado con otros cargueros, éste era más bien pequeño. La tripulación no llegaba a veinte personas, asiáticos en su mayoría. Con jornadas de ocho horas (cuatro el domingo), y sin días de descanso, daban una vuelta tras otra de espaldas al mar, esperando a ver cumplidos sus siete meses de contrato. Siempre agradecí que los filipinos aprendieran en el colegio a dar los buenos días en español..., porque en el barco sólo se oía inglés, alemán y tagalo.

Contemplación del mar

Tras ocho días de navegación por el Atlántico, días que dediqué a la lectura, a escuchar música, a contemplar el mar (delfines, peces voladores o, durante horas, simplemente, olas y espuma), llegamos a Guadalupe.

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El Caribe no sólo me sacó a mí del estado de letargo. También nuestro barco se convertía en un hervidero de gente cada vez que atracábamos: policías, agentes portuarios, estibadores... Los tripulantes abandonaban su encierro en la sala de máquinas para subir a cubierta, y los contenedores volaban por los aires durante horas.

Entonces los pasajeros aprovechábamos para dar una vuelta por tierra. Allí nos esperaban siempre la ciudad colonial y el fuerte de tiempos de los españoles, aunque curiosear por callejuelas y tiendas era, sin duda, mucho más entretenido. Frutas tropicales, amuletos y conjuros, piedras preciosas, músicos callejeros...

Los puertos se sucedieron. A veces creía estar en Manhattan, y otras, en escenarios de películas de ciencia-ficción. Con grúas o sin ellas, semivacíos o con un tráfico infernal... Entretenimiento para los pasajeros y trabajo extra para la tripulación, fueron pasando uno tras otro hasta encontrarnos navegando de nuevo en medio del océano.

Desembarco un día gris en el puerto de Valencia, y es tal mi despiste, que no sé si llego a tierra... o a la Tierra.

Viaje realizado en mayo-junio de 2006 a bordo del Marfret Caraïbes.

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