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Columna
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La hora política de las mujeres

Las democracias occidentales se han quedado sin líderes y lo que es más grave, sin voluntad política. Al haber reducido toda acción pública a la sola brega, áspera y agresiva, por la conquista y usos del poder, los principios, programas y contenidos han dejado de ser la materia sustancial del proyecto político y se han convertido exclusivamente en armas arrojadizas al servicio de esa brega. El poder por el poder, la cratofilia en estado puro lo ha devorado todo y en primer lugar a los actores y sus posibles acciones. Esto explica que llevemos tantos años considerando resignadamente los grandes problemas de nuestras sociedades sin ni siquiera haber intentado hacerles frente. Sólo dos ejemplos. Los Estados democráticos podrían haber puesto fin a los conflictos bélicos que desde la última Guerra Mundial superan los 60, con cerca de 60 millones de víctimas, sobre todo civiles, mediante la reducción de la industria del armamento, desistiendo de la venta de sus productos, limitando su producción a las necesidades de la seguridad y la defensa de sus países y renunciando a vender sus excedentes. Pero han sido incapaces de presdindir de esa fuente de ingresos.

El segundo es la criminalidad organizada, cuyo soporte principal son los paraísos fiscales que se han creado para eso, para albergar al dinero procedente de la corrupción política y/o fiscal y del crimen. Gibraltar, Andorra, Mónaco, Luxemburgo, Liechtenstein, Suiza, plataformas especializadas en el comercio del dinero negro, que siguen funcionando porque nuestros Estados y la Unión Europea quieren que sigan haciéndolo. En el caso paradigmático de la sociedad Clearstream y sus cuentas secretas lo importante no es que hubiera entre sus titulares personalidades políticas de relieve, sino el que su sola razón de ser sea el operar con esos espacios impunes. Si las cosas están así en estas dos cuestiones mayores también lo están en todas las otras; partiendo del caos mundial y de sus dramáticos desórdenes: la destrucción del planeta; el sida y las enfermedades contagiosas; la violencia social; el hambre y la miseria en el mundo; la explosión de las desigualdades -cada día el mundo es más rico y los que lo hacen posible más pobres-; la violencia social; el aumento del hambre y la miseria en el mundo; la radicalización de las identidades colectivas; los enfrentamientos asesinos de condición político-religiosa. Con los que convivimos, sin que a los que nos gobiernan, que son en su mayoría hombres, les causen grandes zozobras.

Dado este inmenso fracaso del género masculino, tal vez conviniera probar con las mujeres. Porque si no lograsen tampoco sacarnos de los pozos sin fondo de nuestra contemporaneidad, al menos introducirían otros modos de hacer política, menos retórico-convencionales, menos inútilmente hirientes, más directos y pragmáticos. Las mujeres políticas dicen las cosas sin enredarse en las perífrasis, con un certero instinto para asumir lo más útil de lo nuevo, con una capacidad de escucha sorprendente frente a los hombres, que sólo suelen escucharse a sí mismos, con una obstinada pero suave obstinación en sus propósitos, con una administración de sus egos compatibles con los demás. En el Consejo de Europa tuve de secretaria general a Catherine Lalumière y en la Sorbona viví unos años bajo la mano rectora de Michèle Gendreau-Massaloux. De ambas experiencias muy positivas derivo esta descripción tipológica que acabo de presentar. Ahora tenemos en la palestra a Nancy Pelosi, Angela Merkel, Michelle Bachelet, Hillary Clinton, Ségolène Royal, entre nosotros a María Teresa Fernández de la Vega, todas ellas "fortiter in re, suaviter in modo" así como la costumbre de ir al grano. En este periódico publiqué una columna sobre Ségolène Royal valorando su voluntad de escucha y su capacidad para identificarse con las tendencias dominantes de la sociedad francesa, como lo probaba su temprano descubrimiento de la vigencia de la democracia de opinión. Claro que para un debate es menos brillante y eficaz, quiero decir, está menos entrenada y resabiada que Fabius o Strauss-Kahn, pero la política hace ya tiempo que ha dejado de dirimirse en las lides retóricas. Puesto que ya no tenemos ni proyectos ni contenidos concentrémonos en las prácticas, en especial en las político-femeninas. Estamos en tiempo de hechos. Es la hora de las mujeres.

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