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Reportaje:

A los maestros muertos

Más de 2.000 personas homenajean a los enseñantes víctimas de la Guerra Civil durante la presentación de un libro de María Antonia Iglesias

Severiano Núñez, Ceferino Farfante, Balbina Gayo, Bernardo Pérez y sus dos hijos, Gerardo Muñoz. Todos maestros. Todos muertos. Asesinados. Apenas comenzaba la guerra civil, los fusiles franquistas sesgaron la columna vertebral de la República, el motor que iba a poner en marcha los cambios previstos para sacar del atraso a un país eminentemente rural e iletrado.

Muchos maestros, políticos, intelectuales, famosos y anónimos agradecieron ayer, en el más multitudinario homenaje que se ha celebrado en España a los maestros republicanos, la tarea ingente que desempeñaron en las escuelas para hacerlas laicas, neutrales y cultivadas; a aquellos que pagaron con sus vidas el enorme pecado de haber ido cada mañana a la escuela, de haber regalado zapatillas a los niños que no tenían, libros para que leyeran, comida para sus magras raciones, el pecado de haber formado ciudadanos libres. Un magisterio completo que sólo ahora, muchas décadas después, puede encontrar algunos ejemplos de calidad parecidos a los que entonces adornaron a todo un colectivo docente.

Políticos, intelectuales y anónimos agradecieron la labor de los profesores republicanos

Un maestro ya jubilado, Antonio Sánchez-Marín, sobrino de uno de aquellos a los que descargaron decenas de balas junto a las tapias de un cementerio, se ha encargado con tesón de rescatar la memoria de varios maestros muertos, y la periodista María Antonia Iglesias ha recogido algunas de ellas en un libro-homenaje, que le ha llevado por media España, en el que se cuentan más de una decena de aquellas vidas "con más penas que gloria": Maestros de la República; los otros santos, los otros mártires (La Esfera de los Libros), cuenta historias que acabaron mal.

El homenaje de ayer a esos maestros anónimos, además de ser la presentación de un libro, tuvo tintes de acontecimiento institucional. En el escenario del Palacio de Congresos y Exposiciones de Madrid la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, tuvo cálidas palabras para los muertos, pero también para sus familias, muchas de las cuales estaban allí, recogiendo tarde, pero por fin, el aplauso de cerca de 2.000 personas sobre cuyas cabezas ondearon varias banderas republicanas.

Entre el público se encontraban dos ministras. La de Educación, Mercedes Cabrera, y la de Cultura, Carmen Calvo; el presidente del Congreso, Manuel Marín, los rectores de las universidades madrileñas y líderes de varios partidos, que arroparon con su presencia a los hijos que un día se vieron huérfanos, a los hermanos que quedaron solos, a los sobrinos que vieron salir a sus familiares de sus casas y esperaron en vano su regreso.

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El ex ministro de Educación, José María Maravall, ha prologado este libro, donde cuenta la hermosa tarea de estos maestros, cercenada sin piedad y sin motivo, sólo por ser maestros. Cerca de 2.000 perdieron la vida y otros 60.000 fueron depurados, el 10% de ellos apartados para siempre de la escuela.

"En todas estas historias siempre sale un cura", recordó la autora del libro. Curas que delataron, que inventaron motivos, que perdonaron en nombre de Dios al que moría sin pecado con la cruz entre las manos.

Muy duro con el papel de la Iglesia de entonces y el de ahora, se mostró también Santiago Carrillo, que arrancó más de un aplauso cuando recordó cómo los maestros pagaron con su vida el haber llevado el espíritu de la República a todos los pueblos.

"En 70 años en España sólo se conoció una memoria, la que está impresa en las paredes de las iglesias, la que ha dado nombre a las calles y ha levantado estatuas", afirmó Maravall.

Niños llegados del instituto Clara Campoamor de Móstoles, subieron al escenario para aplaudir a los maestros. A José Rodríguez Aniceto, Carmen Lafuente, Arximiro Rico, Miguel Castel. José María Morante, Teófilo Azabal. Y a centenares más que dieron su vida por unos principios y dejaron lo mejor de ellos a buen recaudo, en los pensamientos libres de sus alumnos.

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