Montilla apuesta por un patriotismo social que abandone las "proclamas identitarias"
El líder del PSC pasa de puntillas sobre las discrepancias del tripartito en su discurso de investidura
Con un discurso sin proclamas nacionalistas ni reivindicaciones identitarias, José Montilla se presentó ayer en el debate de investidura para presidente de la Generalitat como el hombre que pretende pasar página en la política catalana. Aparcando cualquier punto de autocrítica sobre el Gobierno saliente, Montilla dejó claro que su obsesión serán las políticas sociales por encima de las identitarias: "Cataluña, hoy, no necesita recordar obsesivamente su marcada personalidad nacional, sino una acción de gobierno eficiente". "Así haremos más patriotismo que con 1.000 proclamas sobre nuestra identidad", remachó.
En un discurso de una hora y 35 minutos en el Parlamento catalán, que la oposición censuró por la falta de autocrítica respecto al Gobierno de Pasqual Maragall, Montilla quiso evidenciar cuáles son sus prioridades. También en las formas. Así, de los 45 minutos que empleó en explicar su programa, 20 los destinó a medidas sociales, 17 a políticas económicas y apenas siete a cuestiones de autogobierno. Para reforzar la imagen de unidad del tripartito, Montilla no dudó en pasar de puntillas sobre los aspectos que hoy por hoy siguen dividiendo la coalición gubernamental, sobre todo en materia de infraestructuras y energía.
Así, tras recordar que no piensa apelar machaconamente a la identidad nacional de Cataluña para resolver sus problemas, se comprometió a aplicar una acción de gobierno "que tenga como objetivo crear las complicidades sociales, económicas y culturales necesarias para desarrollarse como sociedad moderna, libre, culta y solidaria". "Así haremos más patriotismo que con 1.000 proclamas sobre nuestra identidad". También dejó claro que su idea de patriotismo es la de "los derechos y los deberes" por encima de la pertenencia a un territorio.
Sin parafrasear a ningún histórico del nacionalismo catalán y sí al ex presidente americano Franklin D. Roosevelt o al ex dirigente socialista Rafael Campalans, Montilla certificó que piensa practicar un patriotismo alejado de los cánones nacionalistas, "el patriotismo de los deberes y los derechos". Eso sí, se declaró heredero de la tradición de todos los presidentes de la Generalitat democrática, desde Francesc Macià hasta Pasqual Maragall, pasando por Jordi Pujol, de quien, dijo, requerirá sus consejos.
El papel de Maragall
A diferencia de otras intervenciones recientes suyas, Montilla aprovechó su discurso de ayer para glosar la figura de Pasqual Maragall, que lo observaba sentado todavía en el banco del Gobierno. "Maragall es el presidente de la alternancia política, del Estatuto y de las políticas sociales", certificó Montilla, antes de decir que las reformas iniciadas por el todavía presidente "ya no tienen marcha atrás". De esta forma, se comprometió a "consolidar y complementar" la labor de su antecesor, con quien dijo "contar" para el futuro.
Desde la bancada de la oposición, los diputados de Convergència i Unió, el Partido Popular y Ciutadans escucharon respetuosamente y en silencio la intervención del diputado, un silencio que sólo se rompió con una aislada aunque sonora carcajada cuando Montilla se definió a sí mismo como una persona "transparente".
Consciente del resquemor que todavía domina en las filas de Ci U tras haber ganado las elecciones pero no haber sido capaces de formar una mayoría parlamentaria, Montilla no quiso hurgar más en la herida. Defendió la legitimidad de su Gobierno recordando que Cataluña tiene un sistema parlamentario, y no presidencialista, en el que gobierna quien tiene apoyos suficientes para hacerlo. Y Montilla, con el apoyo de los 70 diputados del PSC, Esquerra Republicana e Iniciativa-Esquerra Unida, los tiene. "Esta mayoría es tan legítima como cualquier otra", dijo.
Con todo, Montilla tendió la mano a la oposición. Para desarrollar los puntos más complejos del Estatuto catalán y para alcanzar un pacto sobre inmigración. Frente a las críticas de los nacionalistas de que carece de autoridad moral para presidir la Generalitat, Montilla respondió que esta "autoridad" se gana gobernando.
En el único broche de autocrítica de todo el discurso, Montilla se mostró preocupado por los altos índices de abstención que han afectado los últimos comicios catalanes y el referéndum del Estatuto. "Y la responsabilidad es de todos nosotros", dijo a los diputados. Sin entrar en detalles, se comprometió a hacer algo para luchar contra la abstención: impulsar un código de buenas prácticas políticas que favorezca la participación ciudadana.
Sin liderazgos mesiánicos
José Montilla no es Pasqual Maragall. Ni Jordi Pujol. Y, a juzgar por lo que dijo ayer, tampoco quiere serlo. En la parte final de su discurso, quizá la más emotiva, y en la que se esforzó para que su habitualmente monótono tono de voz sonara con más empaque, Montilla confesó que sí tiene una "pasión": el servicio público. Pero, después de los 23 años de pujolismo y de las tribulaciones del maragallismo, alertó a propios y extraños de que no sólo quiere imprimir un cambio en las políticas del Gobierno, sino también en las formas. "Por suerte, la Cataluña de 2006 no necesita ser dirigida de forma mesiánica", dijo antes de lanzar varias pistas que bien pueden definir la personalidad del que hoy se convertirá en el primer presidente de la Generalitat democrática nacido fuera de Cataluña. "No competiré estéticamente, pero quiero ser de los primeros en el ejemplo ético; no competiré en oratoria, pero quiero ser el primero en decir lo que pienso y en hacer lo que digo; no competiré en promesas pero seré el primero en cumplir mis compromisos". Y por si alguien no había adivinado alegría en su siempre serio rostro concluyó: "No me río, pero soy feliz".
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