Los independientes resisten
Robert Altman intentó persuadir a Carlos Saura de que rodara en Hollywood. Él mismo se ofreció como productor de la película que Saura quisiera hacer, pero el aragonés se le resistió: "Ya hago en mi país las películas que quiero, y en total libertad en lo que al productor se refiere; qué iba a ganar con el cambio", le respondió más o menos. Esto ocurría en un festival de San Sebastián de hace casi treinta años. Altman presentaba allí Un día de boda y se quedó prendado de Mamá cumple 100 años, que también se exhibía. Es probable que los dos directores siguieran hablando de la propuesta, pero el caso es que Saura no emigró.
Altman le ofrecía libertades que a veces él mismo no tenía en su propio país. Son conocidos sus parones laborales y también la necesidad de ayuda que finalmente acabó consiguiendo para hacer su cine. Estaba preparando la que él consideraba iba a ser su última película; se trataba una vez más de una historia coral, esta vez sobre un tipo de competición de resistencia física. Iba a producirla Christine Vachon, la neoyorquina que ha descubierto no pocos talentos en películas como Happiness, Kids, Los chicos no lloran, Velvet Goldmine, Hedwig and the angry inch... Había trabajado ya con Altman en The Company (2002), una de esas películas del maestro que no lograron conquistar al gran público.
Vachon lo ha comentado estos días en el festival de Tesalónica, donde preside el jurado. Coincidía con Altman en su deseo de hacer películas fuera de las normas de los grandes estudios. Experimentar y arriesgarse es, dice ella, lo que ha hecho apasionantes sus trabajos. Con aciertos y errores. Como hace Saura.
Y como el libérrimo Costa Gavras, que ha escrito y producido ahora Mi coronel, sobre las torturas practicadas por el Ejército francés a los insubordinados argelinos que luchaban por su independencia, y también sobre la lucha íntima de un militar, obligado a adaptarse a esas circunstancias. La ha dirigido un novísimo, Laurent Herbiet, y ha levantado en Francia las mismas ampollas que las películas del propio Gavras: de "hierro ardiente" la han calificado en L'Humanité. Igualmente en Tesalónica, Gavras ha hablado de libertad al dirigir películas. Él, que ha mostrado en su cine algunas de las páginas más atroces de la historia del siglo XX, asegura que no denuncia ni juzga, sino que en sus películas invita a una forma de resistencia. Como a su manera hacía el entrañable Robert Altman. Gavras hizo alusión, cómo no, a las dificultades del cine europeo para competir con el de Hollywood, al escaso interés por el cine que muestran los gobernantes actuales, a la sempiterna bronca entre ministerios, Cultura contra Hacienda. Proponía que las películas en sistema digital gozaran de la misma consideración legal que las filmadas en celuloide; en este caso, el formato mismo implica libertad. Aguantar el tirón, en definitiva, y seguir siendo mosca cojonera, como lo son sus propias películas.
Paradojas: algunos profesionales que le estuvieron escuchando atentamente salieron luego corriendo a ver la última de James Bond. Lo que son las cosas...
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