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Reportaje:

El armisticio de Blair & Brown

El auge de los conservadores en las encuestas obliga a los dos líderes laboristas británicos a enterrar sus diferencias y empezar una transición en el poder ordenada

Quizás no sea todavía la paz, pero Tony Blair y Gordon Brown parecen haber firmado un armisticio. Y con el aliento de los conservadores en el cogote de las encuestas y las elecciones locales y regionales de mayo a tiro de piedra, el Partido Laborista ha cerrado filas en torno a ellos. Brown parece haberse conformado con la perspectiva de esperar hasta el próximo verano para ser primer ministro y a Blair lo único que le preocupa ya a estas alturas es preservar como pueda su legado político. Mientras el canciller del Exchequer (ministro del Tesoro) empieza a adoptar las maneras y la agenda de un primer ministro -ayer mismo visitó por sorpresa a las tropas británicas en el sur de Irak-, el todavía jefe de Gobierno ha lanzado señales de que no va a intentar impedir que sea su sucesor.

El ministro del Tesoro empieza a adoptar las maneras y la agenda de un jefe de Gobierno

Cualquier alto el fuego entre los dos gallos del corral laborista hay que tomarlo con cautela. Basta con que salte una chispa para que se reanuden las hostilidades. Pero los dos parecen genuinamente decididos a no hacerse más la guerra. El grupo parlamentario laborista lanzó el 31 de octubre una de las señales más claras a favor del armisticio al rechazar una moción de los nacionalistas escoceses y galeses, apoyada por los tories y los liberales demócratas, que pedía la apertura de una investigación independiente sobre la guerra de Irak. Hace no tanto tiempo, los rebeldes laboristas se hubieran apuntado gustosos a una moción como ésa. Pero hacerles el juego a los tories sólo por el placer de poner en aprietos a Blair es algo que ya no se pueden permitir ni la izquierda laborista ni los seguidores de Brown.

Desde aquella votación, todo es armonía entre Blair y Brown, hasta el punto de que el primer ministro ha estado un par de veces a punto de respaldarle públicamente como su sucesor. La primera vez fue al día siguiente de que los Comunes rechazaran la investigación sobre Irak. El líder conservador, David Cameron, quiso acorralar a Blair al preguntarle quién sería el próximo líder laborista -aunque tuvo que cambiar la pregunta por "quién será el próximo primer ministro" a instancias del speaker de los Comunes- y Blair se lanzó furibundo a ensalzar la gestión de Brown al frente del Tesoro.

Esta misma semana, y otra vez en los Comunes, Blair lanzó un mensaje aún más claro al calificar a Cameron de "peso ligero" y advertirle de que en las próximas elecciones se encontraría con un peso pesado que le dejaría fuera de combate. Blair no quiso luego confirmar ni desmentir que se estaba refiriendo a Brown, pero todo el mundo lo ha interpretado así.

A la vuelta del verano, cuando Blair y Brown estaban a la greña, los partidarios del primero buscaban desesperadamente a un candidato que le disputara el liderazgo del partido. Su candidato preferido, el ministro de Educación, Alan Johnson, ha dejado claro hace tan sólo 10 días que él únicamente aspira a ser el número dos y que Gordon Brown es el mejor candidato a primer ministro. Queda un recurso de última hora, el incombustible y veterano John Reid, un antiguo estalinista reconvertido al Nuevo Laborismo. Pero no parece que Reid pueda ganar a Brown ni que quiera tampoco intentarlo.

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Con el camino despejado dentro del partido y bien encauzadas las relaciones con Blair, Gordon Brown parece estar ensayando su papel de primer ministro. En las últimas semanas, su agenda y sus intervenciones públicas dan a entender que mentalmente está ya más cerca del número 10 que del número 11 de Downing Street, residencia del canciller del Exchequer.

Casi todo lo que hace va un poco más allá de sus obligaciones al frente del Tesoro. A principios de noviembre, Brown planteó al Gabinete la conveniencia de unir todo el gasto antiterrorista en un solo presupuesto, en lo que parece el germen de un futuro Ministerio de Seguridad Nacional con más de 3.000 millones de euros de presupuesto que pondría en marcha tras ser elegido primer ministro. Esa misma semana lanzó, junto a Blair, el informe que él mismo había encargado al jefe de Estudios del Tesoro, sir Nicholas Stern, sobre las consecuencias económicas del cambio climático; se comprometió ante los líderes de los partidos de Irlanda del Norte a inyectar 75.000 millones de euros en 10 años en la provincia para acelerar el proceso de paz; presentó la candidatura de Inglaterra para organizar el Mundial de fútbol de 2018. Ayer viajó a Basora, donde prometió 150 millones de euros para ayudar a la reconstrucción de Irak.

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