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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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África, sorprendente objeto de deseo (o no)

Joaquín Estefanía

MIGUEL ÁNGEL MORATINOS, el ministro de Asuntos Exteriores, escribió una vez: "África no es un continente pobre, sino empobrecido; no es marginal, sino marginado, y no es viejo, sino joven. Por eso el continente y su ciudadanía deben tener la oportunidad de ser protagonistas de su propio desarrollo". En este momento de globalización, todas las zonas del planeta se resitúan para continuar siendo hegemómicas, para serlo en el futuro, o sencillamente para sobrevivir. Y en este mecano, África desempeña un papel que hace poco parecía no tener.

En esta recomposición tienen un sitio muy significativo las dos antiguas superpotencias del socialismo real, Rusia y China. La primera ha reivindicado su papel estratégico en donde es más fuerte: el terreno energético (gas y electricidad). La semana que viene iniciará una larga negociación con la Unión Europea, deficitaria de lo que a Rusia le sobra, y Putin acaba de llegar a un acuerdo con Bush -que se pretende corroborar por escrito en la asamblea del Foro de Cooperación Asia Pacífico (APEC), que tiene previsto reunirse hoy en la capital vietnamita- por el que Rusia ingresará en la Organización Mundial de Comercio (OMC).

Si África se hundiera en el mar, la economía mundial sufriría una pérdida, como máximo, del 2% de su producto toal. Es como si hubiera habido unas inundaciones en EE UU o un gran terremoto en Japón

Por su parte, China acaba de celebrar en Pekín la reunión internacional de más alto nivel desde la fundación de la República Popular China, en 1949: sus invitados eran 40 países de los 53 que componen el llamado continente negro. Es el último paso por ahora de una estrategia por la que China quiere convertirse en el interlocutor económico por excelencia de África para tener asegurada la cobertura de las materias primas imprescindibles, y proseguir su espectacular crecimiento. A cambio, los países africanos dependerán menos de sus antiguas metrópolis coloniales y tendrán asegurado un nivel de ayuda al desarrollo y de inversiones en infraestructuras.

Según el último informe sobre la zona del Banco Mundial, el continente africano está creciendo en porcentajes apreciables desde hace unos años, pero ello no bastará para que en 2015 cumpla con los Objetivos del Milenio de la ONU. Acaba de publicarse un espléndido libro del economista Luis de Sebastián (África, pecado de Europa. Editorial Trotta) que analiza el papel del continente negro en la economía mundial, con conclusiones no muy optimistas: el PIB de todos los países africanos juntos no supone más que el 2% del PIB mundial; el PIB conjunto de todo el África subsahariana era sólo el 1,08% del PIB mundial en 2004. "Es decir, si toda África se hundiera en el mar (cosa que Dios no quiera), la economía mundial sufriría una pérdida, como máximo, del 2% de su producto total. Es como si hubiera habido unas extensas inundaciones en EE UU o un terremoto fuerte en Japón. Nada más. La insignificancia económica de África a nivel mundial es el resultado del expolio, el desgaste, el abandono y la marginación a que ha estado sometido este continente a través de los siglos".

África es el continente más pobre del mundo, y la mayoría de sus 600 millones de habitantes no tiene posibilidad de beneficiarse de la globalización. Las estadísticas que recuerda Sebastián son escandalosas: 300 millones de personas viven con menos de un euro diario; más de 30 millones de personas están contagiadas del sida (lo que demuestra que la última novela de Henning Mankell, El cerebro de Kennedy -editorial Tusquets- , no es una exageración: la realidad deja atrás a la ficción); el 40% de los niños no recibe atención primaria (¿para qué sirve la revolución tecnológica de Internet en un contexto de analfabetismo?), y unos 100 millones de personas están afectadas por las consecuencias de los conflictos armados.

Por los resquicios de este desastre se quiere colar China, con muchos menos escrúpulos que los países europeos, que en ocasiones condicionan su ayuda al desarrollo a determinadas reformas políticas, económicas o vinculadas a los derechos humanos, incómodas para los gobernantes de algunos países africanos.

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