Los blancos se van de Suráfrica
Un millón han dejado el país en la última década debido a la alta criminalidad y a la política de discriminación positiva
Lo han bautizado como el Great Trek (la Gran Expedición) al revés. El fenómeno inverso a la incursión entre 1830 y 1840 de centenares de granjeros blancos, la mayoría descendientes de holandeses, en las regiones interiores de Suráfrica en busca de nuevas tierras donde asentarse y forjar un futuro para sus familias. Ahora, el Great Trek no se hace con carromatos de bueyes y aperos de labranza, sino en avión hacia Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos o Canadá y supone una fuga de capital humano especializado que puede hipotecar el crecimiento económico del país. Se calcula que un millón de blancos ha abandonado Suráfrica en la última década, un fenómeno que continuará, y del que se culpa a la alta criminalidad que sufre el país y a las políticas de discriminación positiva del Gobierno en beneficio de la población negra.
Los que emigran son jóvenes profesionales y parejas con hijos menores de 10 años
De una población total de 45 millones de habitantes en 1995, los blancos surafricanos alcanzaban los 5,2 millones. Esta cifra se ha reducido hasta los 4,3 en 2005. Una pérdida de más de 840.000 personas, a las que se deben de sumar aquellas que no se registran oficialmente como emigrantes con el objetivo de evadir el fisco, de acuerdo con el estudio publicado por el Instituto Surafricano de Relaciones Raciales, cuyos autores, Frans Cronjé y Marco Macfarlane, se mostraron sorprendidos por el resultado: "Vimos que casi toda una generación de surafricanos ya no está en el país".
Los que emigran son jóvenes profesionales y parejas con hijos menores de 10 años. Las consecuencias a largo plazo son nefastas para la economía surafricana, tanto por la pérdida de profesionales especializados, de los que el país se encuentra carente, como por la pérdida de contribuyentes a las arcas del Estado. La población blanca envejece y sólo pagará impuestos durante los próximos 20 años, según el estudio. Mientras, la población negra se emplea en el sector informal, que no paga tasas.
Cronjé y Macfarlane creen que la alta criminalidad es la responsable de este éxodo. Suráfrica es uno de los países más peligrosos del mundo, de acuerdo con las estadísticas. Alrededor de 18.000 surafricanos fueron asesinados en 2005, mientras en España, por ejemplo, la cifra fue de 1.233 muertes violentas.
El crimen fue una de las razones para que Kim Worthington, de algo más de 30 años, dejara el país y se instalara en Perth (Australia). "No fue lo que se ve por la televisión o lo que se lee en la prensa lo que nos impactó, sino que cosas horribles pasaran a amigos y allegados, sentíamos que era sólo cuestión de tiempo el que fuéramos víctimas de la violencia. La agresividad existente en la sociedad nos hizo la vida intolerable", dice.
El clima de agresividad también fue uno de los motivos para que David y Sally Kennedy hayan decidido abandonar el país y buscar nuevos retos en España. David nació en Suráfrica y se formó en Inglaterra. Regresó al país africano en 1990, en plena transición a la democracia, cuando se acuñó el término la Nación del Arco Iris para definir a un país que aunaría a todas las razas en armonía y prosperidad.
"En los noventa había una gran expectación, la liberación de [Nelson] Mandela y las elecciones, y nosotros tuvimos oportunidades de hacer cosas que en Inglaterra no habríamos hecho: comerciar en el resto de África o trabajar en la industria del cine. Pero ahora la Nación del Arco Iris se está diluyendo", dice David, de 40 años. "La violencia era algo normal durante el apartheid, se instituyó como normal en la relación interracial y en la vida en los guetos y eso es difícil de borrar de un plumazo", explica Sally. Aunque hace dos meses, un sábado por la mañana, les robaron el coche pistola en mano y ahora reconocen sentir miedo, ya habían tomado la decisión de marcharse. "Parece que cuanto mejor te van las cosas, más te conviertes en un objetivo y más altas tienen que ser las vallas de tu casa y menos libre eres, después de todo", dice David. Considera que la política de discriminación positiva le complica la búsqueda de un trabajo adecuado, aunque para ellos no es la causa primera en su decisión familiar de abandonar el país. "Sentimos que ya no podemos crecer más aquí", apunta Sally.
Al igual que Kim Worthington, los Kennedy no son del tipo de emigrantes que necesitan maldecir a su país de origen y que en los foros de Internet destacan los crímenes más atroces, los episodios de corrupción más sórdidos o simplemente profieren insultos racistas. "Somos muy pro Suráfrica y nos avergüenza oír esas historias o comentarios racistas sobre el equipo de críquet surafricano. Amamos Suráfrica y esperamos que tenga un futuro más brillante que su tumultuoso pasado", dice Kim. Para ella la discriminación positiva no es causa de la emigración blanca. "Es la población negra la que todavía sufre más para obtener trabajo y siguen siendo los más explotados".
Los que llevan un tiempo en otro país alertan de que emigrar no es algo para tomarse a la ligera: "A pesar del crimen, la vida en Suráfrica todavía es muy buena para gente con un salario razonable y muchos surafricanos encuentran que tienen que trabajar mucho más por una calidad de vida peor, una casa más pequeña, ningún servicio doméstico, coches peores y mayores costes en general", asegura David.
Discriminación poco positiva
Las políticas de discriminación positiva emprendidas por el Gobierno del Congreso Nacional Africano (ANC, en sus siglas en inglés) han sido duramente criticadas -y no sólo por los partidos de la oposición- por no ser efectivas en la lucha contra la pobreza y el desempleo, que se sitúa en más del 40% (en algunos guetos como Soweto la cifra puede llegar al 70% entre los jóvenes de entre 20 y 30 años) y que afecta sobre todo a la población negra.
La política llamada de BEE (Black Economic Empowerment, es decir, la potenciación económica negra) ha supuesto la llegada a la élite económica de Suráfrica de un número de empresarios negros, convertidos rápidamente en millonarios, algunos de ellos sospechosamente ligados al ANC, y una tímida generación de clase media, pero aún exigua.
De acuerdo con el estudio de Cronjé y Macfarlane, un tercio de la población con salarios más elevados es negra. Pero sólo un 1% de la población negra podría ser considerada de clase media, que es la que lleva el peso de la contribución a las arcas del Estado. La fuga de cerebros, de no frenarse o suplirse de alguna manera, sólo puede empeorar la situación: "Tendría que haber un enorme flujo de trabajadores capacitados para suplir las vacantes, y desafortunadamente ése no es el caso", dice Cronjé, quien recuerda que la educación de los jóvenes negros todavía no se ha igualado a los estándares de la enseñanza que han recibido y reciben los blancos.
Se calcula que por cada trabajador especializado que emigra del país se dejan de generar 10 puestos de trabajo de menor especialización.
La falta de trabajadores con una especialización, ocasionada por la fuga de cerebros, es especialmente notoria en el sector sanitario, exhausto además por tener que lidiar con la pandemia del sida, con más de cinco millones de surafricanos afectados, una de las cifras más altas del mundo.
Se calcula que existen 32.000 vacantes sólo de enfermeras en el sector público y, pese a que se ha puesto en marcha un plan para la construcción de hospitales y la mejora de los salarios y las condiciones laborales de los trabajadores, el éxodo sigue imparable. Suráfrica ha tenido que firmar un pacto con Reino Unido para que éste no contrate a sus médicos y enfermeros (el 6% del personal médico en tierras inglesas es surafricano). Suráfrica se ve obligada a contratar médicos de países más pobres, con lo que se empeora la situación sanitaria de otros, como Ghana, que tiene más médicos trabajando fuera del país que dentro.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.