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Reportaje:

Cesariny, llama del surrealismo

El poeta y pintor expone una antológica en Madrid y 12 cadáveres exquisitos en Lisboa

"La vida es bella. Comencemos". Eso escribió una vez Mário Cesariny con su amigo surrealista Antonio María Lisboa. Para demostrarlo, Cesariny fue pintor, poeta, dramaturgo, ensayista, novelista, agitador, estudiante de música con Fernando Lopes Graça. Naturalmente, ha llegado cansado y quebrantado a los 83 años, pero ahí está, fumando un pitillo tras otro, pálido y flaco mas con su inquebrantable voluntad de disidencia intacta. "Tengo la pata izquierda mala y ya apenas salgo. Sólo puedo subir las escaleras de casa en brazos de los bomberos", cuenta riéndose en el casi perfecto español que aprendió de su madre, una salmantina de origen italiano. "Si lo hiciera sólo una vez, sería una acción surrealista. Pero todos los días... ¡Es una lata!".

"El surrealismo no puede morir nunca porque tiene varias edades, es transversal"
Demuestra que sigue pensando que su lema ("libertad, amor, poesía") está vigente

Lo cierto es que parece un milagro que Cesariny siga entero. Lleva 70 años fumando tres paquetes de SG diarios. "Empecé a los 14 años, más o menos a la vez que a escribir". Pero igual que nunca abdicó de su militancia surrealista, que abrazó de forma algo tardía pero muy apasionada tras conocer a Breton en París en 1947, no está dispuesto a dejar el pitillo. "Si es verdad que esto mata, ¿para qué lo fabrican?", pregunta con otra carcajada.

El humor es quizá el mejor síntoma: Cesariny no sólo está vivo sino que colea. El hombre que se escindió del surrealismo portugués para mantener vivas las esencias originales bretonianas está exponiendo una gran antológica de su pintura en el Círculo de Bellas Artes de Madrid (Navío de espejos, que se puede visitar hasta el día 19: "Sentí mucho no poder ir"), y acaba de volver a pintar a la vieja usanza surrealista para una exposición muy especial en la galería Preve de Lisboa (Rúa Escolas Gerais, en Alfama).

Carlos Cabral le convenció para volver a dibujar unos cadáveres exquisitos con dos de sus viejos compañeros de revolución surrealista, Cruzeiro Eixas y Fernando José Francisco, y Cesariny no lo dudó. Empezó 12 dibujos y sus amigos los terminaron. La inauguración fue conmovedora -hacía 55 años que el trío no se encontraba-, pero algo confusa: "Los tres estamos sordos como tapias".

Sentado en su sillón ajado, rodeado de cuadros (hay un gato pintado por la gran dama surrealista María Helena Vieira da Silva detrás de su cabeza), Cesariny sigue lanzando destellos de inteligencia y anarquía entre calada y calada. Aunque ya no escribe ni pinta ("soy un autor agotado"), tampoco hace falta: muchos de sus versos se leen una vez y nunca se olvidan ("Ama como a estrada começa"). Y hay cuadros como el del General De Gaulle posando con la cabeza cortada en su propio regazo que siguen hablando a gritos.

Por otra parte, ante la puerta de su modesta casa lisboeta acabaron pasando los cadáveres nada exquisitos de los dos grandes enemigos históricos del surrealismo, el comunismo y el fascismo. Cuando se le dice, esboza una tímida sonrisa de satisfacción. Como si ahora, después de haberse considerado un "apestado" toda su vida, de haber fabricado su biografía como una lucha contra la decepción (genio sin auditorio, seductor maltratado por la historia: "Salazar me declaró vagabundo, la Revolución de Abril acabó de enterrar a los surrealistas"), supiera por fin que eran ellos, los surrealistas, quienes tenían razón al invocar una vida distinta, un mundo nuevo y soñado, sin ataduras políticas ni materiales.

Cesariny, un pesimista lúdico, cree que aquel sueño fue fallido, pero al mismo tiempo demuestra que sigue pensando que su lema ("libertad, amor, poesía") está hoy tan vigente como en los años cuarenta. "Fui amigo de Eugenio Granell, que era un tipo único que no necesitó ir a robar el arte sagrado a los negros de África como Picasso ni quiso dedicarse a hacer dibujos de criançinhas como Miró. Granell había sido del POUM y conocía muy bien a los comunistas y a los fascistas. Cuando le entrevisté en Nueva York, poco después del 25 de abril, para The New Yorker, me dijo que seguía con entusiasmo la Revolución de Abril. Y que lo que más le gustaba era que el pueblo asaltara las sedes de los comunistas".

La visita a la casa del poeta ha sido aplazada varias veces, pero al fin João Penharanda, comisario de la antológica de Madrid, ha conseguido llevarnos hasta el hombre que una vez dijo de Fernando Pessoa: "Viajaba siempre en primera clase. Aunque estuviera parado". Cesariny no tiene nada contra Pessoa; de hecho, se ha dicho que su primera poesía tenía rasgos de su heterónimo futurista, Álvaro de Campos. Pero siempre prefirió a Teixiera de Pascoaes: "Era un mago, el viejo de la montaña".

Se le nota feliz de poder refrescar su español. Lo tiene oxidado pero le recuerda a su madre. Cesariny ha oído hablar de las encuestas sobre una hipotética unión ibérica. Y como lusoespañol (su padre era un joyero del norte portugués), el asunto le hace gracia. "Será más bien la desunión ibérica, ¿no? Mi única contribución sería mi madre española. Y a mí me gustaba mucho mi madre", dice. "Quizá sería bueno unirnos, aunque me da miedo que los españoles, que trabajan tanto y con esa alegría extraordinaria, vengan aquí y me pongan a trabajar. De todos modos, me parece que es un poco temprano para que eso pase".

A Cesariny le siguen apasionando el arte, la poesía, el teatro. Pero su mirada siempre crítica le hace abominar de lo que ve. "Un país serio tiene que tener un teatro nacional serio. Nosotros no tenemos. Y en arte pasa un poco lo mismo. Ahora van a exponer juntos todos los niños bonitos del régimen, y en la Feria de Arte de Lisboa no han aceptado la galería de mi amigo Carlos Cabral. Los surrealistas contamos ya con eso, pero sigue doliéndonos".

Lo que no significa rendirse: "El surrealismo no puede morir nunca porque tiene varias edades, es transversal y muchas veces subterráneo. Dalí nos hizo inmenso daño. Su fuerza contaminó el mundo entero: los ingleses llegaron a España con su pipa y decidieron que aquello era el surrealismo. Si es como Dalí es surrealista; si no, no es. Dalí era un payaso rico y genial. Pero nos hizo mucho daño. Y a pesar de todo, seguimos vivos, quizá ignorados y en las catacumbas, pero vivos. Pero nos hace falta un poco más de locura. Los surrealistas se están haciendo demasiado racionalistas".

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