La caja de música
A veces, ni las propias mujeres sabemos hablar de feminidad sin pudor. Antony y su videojockey, Charles Atlas, hilaron con exquisitez un espectáculo elegante, suavemente melancólico, sensual y sobrecogedor. Y lo hicieron con un mínimo de elementos. Casi sin movimiento. Sólo una discreta plataforma giratoria a la derecha del escenario, un breve fondo blanco y una cámara que magnificaba en la gran pantalla, al fondo del escenario, los rostros maravillosos de 13 mujeres.
Cada canción tenía una modelo. De distintas edades, siempre cálidas y distantes, con los labios entreabiertos, girando casi inmóviles como muñecas en una caja de música. Frías y carnales a la vez. Pura fantasía. Dejando de lado los más obvios y desgastados cánones de belleza, supieron acentuar la fuerza y la delicadeza del género misterioso, envolviendo la voz de Antony en un largo abrazo que duró todo el concierto. Una delicia.
La imagen se ha sumado ya indefectiblemente a la percepción de la música. Un concierto en directo se ve, no sólo se escucha. Lo difícil es lograr que la imagen entre en relación estrecha e indisoluble con la melodía, la voz y la letra de las canciones. Y es eso lo que estos artistas consiguieron en el inolvidable concierto del miércoles en Madrid.
Charles Atlas es un artista de vídeo de larga trayectoria, en el que destaca su trabajo al lado de coreógrafos como Merce Cunningham. Ha participado en espectáculos de danza y performances junto a Michael Clark, Marina Abramovic, Diamanda Galas, John Kelly y Leigh Bowery.
En el espectáculo de Antony, Atlas manipulaba desde su mesa la imagen de los rostros y expresiones de las modelos multiplicándolos, fundiéndolos, mezclándolos con elementos como el fuego, la nieve o alguna explosiva flor. Un collage en movimiento que no era simple decoración, sino una tercera dimensión del arte musical. La caja de música se abrió. Floreció esa cosa rara llamada belleza.
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