Cataluña: política y realidad
1. Unas elecciones se ganan de dos maneras: obteniendo votos suficientes para gobernar o buscando alianzas para tener la mayoría parlamentaria necesaria. De modo que a la hora de conformarse el nuevo Gobierno catalán, el que se hará con la presidencia de la Generalitat, que, al fin y al cabo, es el premio gordo de esta contienda, será el que mayor retroceso electoral ha tenido. Así es la democracia parlamentaria. Pero el ganador de hoy se equivocará si cree que con este premio ha resuelto todas sus dificultades, del mismo modo que el aparente ganador de la noche electoral se equivocará también si trata de esconder sus debilidades con la teoría de la usurpación de la victoria.
El PSC tiene un problema. Algunos se han dado cuenta ahora por la aparatosidad de la pérdida de más del 20% de sus votos estando en el poder. Y porque este retorno al número de votos del período 1984-1995 viene después de una brusca renovación interna que ha forzado la salida de quienes ostentaban los cargos más emblemáticos: Pasqual Maragall y Joan Clos. Pero no es un problema nuevo. Por más que haya conservado la presidencia de la Generalitat seguirá arrastrando una dificultad estructural, que se ha manifestado elección tras elección, desde que perdió las primeras autonómicas en 1980, y que nunca ha sabido solucionar.
Sólo un liderazgo personal muy fuerte podría resolver la cuadratura del círculo del PSC
El PSC es probablemente el partido catalán de más amplio espectro social, es decir, el que tiene votantes en más caladeros de clase, ideológicos e incluso identitarios. Y tal como se ha ido construyendo el guión de la política catalana, tiene muchas dificultades para presentar en las elecciones autonómicas una síntesis satisfactoria para un bloque electoral tan heterogéneo. Cuando se trata de elegir el Parlamento español, las elecciones generales, no hay problema. El PSOE es la síntesis. Una sensible mayoría de catalanes prefiere que en España gobierne el PSOE antes que la derecha. Y esta preferencia está por encima de muchas diferencias sociales e ideológicas. Por eso, el PSC ha ganado todas las elecciones generales en Cataluña.
Pero la política autonómica tiene otros registros. Y aquí el PSC encalla. Para unos es poco nacionalista, y se van a Esquerra o a CiU; para otros es poco de izquierdas, y se van a Iniciativa, y para otros es poco españolista, y se van a la abstención, o a Ciutadans. ¿Es posible encontrar un mínimo denominador común que permita compartir bandera a sensibilidades tan distintas? De momento, no lo ha conseguido. Y son ya 26 años. No estoy seguro de que haya una receta programática para una cuestión que tiene algo de aporética. Pero sí creo que hay en el PSC un cierto complejo de deuda con el nacionalismo, que viene de su gran error estratégico: no haber querido incorporarse al Gobierno catalán en el 80.
La identidad del PSC está a la izquierda. Y es consecuente con ello que se haya impuesto finalmente la opción por el tripartito. Sólo desde la izquierda y no desde un nacionalismo que le es impropio y que, a veces, parece vergonzante, encontrará la síntesis. Y, finalmente, tengo la impresión de que sólo un liderazgo personal muy fuerte podría resolver la cuadratura del círculo del PSC. Y hasta el día de hoy no lo ha tenido. Pudo ser, quizás, el Pasqual Maragall del 92, pero no lo ha sido, sin duda, el Pasqual Maragall del 2003. Ahora el PSC se mete en la aventura de reeditar el tripartito. Es una apuesta de alto riesgo. Pero también lo era el pacto con CiU, por mucho que colmara los deseos del PSOE. Hay algo importante para el PSC en esta apuesta: consolidar la oposición derecha/izquierdas como eje de la política catalana. Pero es una aventura que no admite vacilaciones. Una nueva frustración podría ser irreparable para el PSC.
El nuevo Gobierno vivirá entre varios fuegos. CiU desde un lado y Ciutadans o el PP desde otro saben perfectamente que la mejor manera de dañar al tripartito es provocar a Esquerra Republicana con los temas identitarios y lingüísticos. Con el Estatuto aprobado parece más fácil resistir a las provocaciones y a los desafíos. Ahora, el Gobierno de entesa tiene la oportunidad de demostrar que la izquierda es capaz de gobernar correctamente y de otra manera. Exactamente lo que debía haber demostrado en la anterior legislatura. Pero se entrometió el Estatuto y cambio la lógica natural de las cosas: primero gobernar bien, después renovar las reglas del juego si es necesario.
2. Tampoco CiU puede ampararse en el discurso de la victoria robada para ocultar las numerosas fugas de agua de la que un día fue casa madre del nacionalismo. Los políticos acaban siempre creyéndose las leyendas sobre las que construyen su discurso y esto acostumbra a tener efectos letales. De tanto repetirlo, los líderes de CiU convirtieron en verdad absoluta una media verdad: el sucursalismo del PSC. Y ahora se han encontrado compuestos y sin novio porque las insinuaciones de Zapatero no han tenido eco en sus compañeros catalanes. Antes de las elecciones, mucha gente de CiU daba por supuesto que Mas sería presidente aunque fuera con un solo escaño de ventaja porque era de interés del PSOE y Zapatero forzaría a Montilla. Ha resultado que esta vez los sucursalistas -los que esperaban la solución de Madrid- han sido ellos y el PSC se ha ido con la otra.
CiU también tiene un problema estructural. Desde que perdió el monopolio del nacionalismo todo son dificultades. Un retraso probablemente excesivo del relevo de Pujol y la alianza con el PP permitieron a la Esquerra de Carod crecer y debilitar la hegemonía convergente. El coraje de Artur Mas no se ha visto compensado: a pesar de los desastres del tripartito, se ha demostrado que en la nueva situación el techo de CiU es más bajo de lo que podía imaginarse. Y mientras Esquerra priorice la alianza de izquierdas, CiU tiene una situación complicada: necesita sumar con el PP para poder gobernar, aunque sea sin el PP. El mensaje de Carod del domingo por la noche es importante: una invitación a CiU a la radicalización. Esquerra, vino a decir su presidente, sólo abandonará la opción de izquierdas si alguien le invita a participar en un proceso por la independencia. ¿Tendrá efectos internos en CiU este discurso? Algunos dicen que CiU se equivocó de campaña, porque sólo consiguió quedar aislado de todos los demás partidos. También podría ser lo contrario: que sabedores de su aislamiento, se la jugaran el todo por el todo. Y confiaran, en última instancia, en Zapatero. No ha podido ser, para desgracia de CiU y del PSOE.
3. La política genera ritos curiosos. Elección tras elección, el día después de los comicios, asistimos sistemáticamente a un ejercicio de exorcismo de la abstención, en el que participan interesados políticos e incluso voluntarios académicos. Es un ejercicio de ocultación: se trata de ahuyentar este debate porque es demasiado incómodo para la corrección política. Y la rápida formación del tripartito ayudará a este ejercicio de negación de la realidad. Si decimos que Cataluña no es una autonomía cualquiera, si decimos que Cataluña es una nación, por tanto, tiene mayor entidad política que cualquier otra, ¿cómo justificar entonces que más del 40% de los electores potenciales no participen en el nation-building?
Creo que la abstención refleja un déficit manifiesto de integración en la construcción política de la nación catalana. En la medida en que la nación como a priori histórico-natural va por delante de la suma de percepciones de la ciudadanía, se podría decir que la política va fundamentalmente dirigida al 42-43% de los que -según las encuestas de subjetividad identitaria- se consideran sólo catalanes o más catalanes que españoles y, por efecto de acción-reacción, al 15% que se consideran sólo españoles o más españoles que catalanes, a través del voto al PP y ahora, en parte, a Ciutadans. Y que hay una masa por encima del 40% que se siente tan catalana como española o viceversa, que no se siente atraída por esta música. Se ha abstenido. Y da la impresión de que se seguirá absteniendo. Y este es un problema para el PSC, pero también para todos los demás si realmente nos creemos que Cataluña es una nación (no una familia). Porque por mucho que los exorcizadores acudan al incienso, muchísima gente, más del 43%, se ha vuelto a quedar en casa.
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