De oficio, libanés
Georges Corm, cristiano, es con gran probabilidad el mayor historiador libanés en activo y uno de los más destacados del mundo árabe; su obra, tanto en francés como en árabe, ha sido traducida a los grandes idiomas occidentales y es una de las mejores puertas para introducirse en el estudio académico de Oriente Próximo. El que parece su libro principal, Le Proche-Orient éclaté, ha conocido numerosas ediciones y revisiones del propio autor, y sigue siendo la gran visión perspectivista de cómo el imperio otomano se ha transformado en el Oriente Próximo actual, con su epicentro explicativo en el Líbano de las confesiones religiosas, que estalla ante nuestros ojos cada temporada para recordarnos que el país es tanto una anomalía como un reto o una utopía.
EL LÍBANO CONTEMPORÁNEO Historia y sociedad
Georges Corm
Traducción de José Miguel Marcén
Bellaterra. Barcelona, 2006
386 páginas. 22 euros
Pero a esa ejecutoria Corm
ha añadido la que es su obra más íntima y dolorida; un grito, un manifiesto, un alegato: la historia de ese Líbano contemporáneo al que se siente tan personalmente vinculado, del que ha sido ministro sólo hace unos años, y sobre el que escribe con las vísceras ensangrentadas en la mano. Corm tiene tan interiorizado su Líbano, que, sin llegar al desbarre turístico del Spain is different deja al desnudo su obsesión por convencernos de que "Líbano no es eso, no es eso". Y ahí reside tanto la grandeza angustiada como el flanco abierto al debate de la obra.
Líbano no estaba condenado a ser, según el autor, el feudo estremecido de una guerra interminable e intercomunitaria. El Líbano hipercontemporáneo, dice, nace en 1861 con la intervención francesa bajo Napoleón III y la creación del régimen de la mustassarafia o protectorado compartido entre Europa y la Puerta, para ponernos en guardia contra la tentación de entender el curso que lleva a los exabruptos violentos del siglo XX, con la despiadada guerra intermitente de 1976 a 1990, como una inevitabilidad causada por el choque entre un país dividido y la modernidad global. Nada de eso, afirma Corm, sino que son las grandes potencias, el mundo árabe limítrofe y el propio Estado de Israel quienes condenan a la tierra levantina a un no ser, porque un comunitarismo libanés instalado en la democracia sería toda una bomba de tiempo en la región. Nadie quiere un Líbano libre y democrático porque destruye certezas y prejuicios en todas direcciones y los fundamentalismos que devastan la región, primero tenían que inutilizar Líbano para poder moverse a sus anchas. Así Corm retrata de mano tan maestra como inevitablemente subjetiva un pueblo esponja, por cuyo rico patrimonio combate el mayor número de comunidades imaginadas que darse pueda; ni España tiene tanto en contra de sí.
Ese Líbano eternamente en
búsqueda de sí mismo, al que los acuerdos de Taif de 1989 ni remotamente pusieron sobre una plataforma viable de nación, ni tampoco la acometida nacionalitaria que pareció sufrir el país tras el asesinato del primer ministro Rafia Hariri -para quien son las palabras más duras del historiador- en febrero de 2005, es todavía hoy TODA una imprecación, a medias una jaculatoria. Esta elegía, en absoluto, sin embargo, resignada, por un Líbano soñado es uno de los grandes textos publicados en Occidente sobre el mundo árabe, en ese Mediterráneo oriental tan vecino de España.
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