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MIRADOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Air Madrid

Si hay una línea aérea española que protagonice regularmente la crónica negra del sector, ésa es Air Madrid. La compañía viene ocupando sistemáticamente la atención de los medios informativos por los constantes altercados y tumultos aeroportuarios en que desemboca su incumplimiento de las más elementales normas del negocio y su desprecio por los derechos de los usuarios. Sus sufridos pasajeros son conocidos en los hoteles cercanos al aeropuerto de Barajas, donde en ocasiones han coincidido varios centenares de damnificados por diferentes aplazamientos o suspensiones de sus vuelos, básica pero no exclusivamente a Latinoamérica. Recientemente uno de sus vuelos tardó más de 24 horas en llegar a Mallorca desde Madrid, después de una peripecia surrealista digna del libro Guinness.

Air Madrid atribuye ahora la pesadilla que supone tomar uno de sus aviones a la larga avería de dos de sus aeronaves. Pero ya antes de tener a mano esta socorrida excusa era conocida por su flagrante impuntualidad, la frecuencia de sus averías e imprevistos y la magnitud espectacular de sus retrasos. El transporte aéreo es una actividad por demás delicada, en la que cada vez más confluyen elementos ajenos que tienden a confabularse contra el pasajero. Algo no funciona en una aerolínea que parece necesitar de la presencia permanente de un contingente de la fuerza pública junto a sus aparatos. Las autoridades aeronáuticas, tan celosas en otros extremos, deben investigar a fondo el pésimo servicio de Air Madrid y obrar en consecuencia y sin contemplaciones. Lo exigen los estándares del tráfico aéreo, la eficacia aeroportuaria y sobre todo la dignidad de los usuarios, atropellada sin contemplaciones por la compañía.

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