Teoría del voto y del tomate
¿Pueden hacer lo que quieran con nuestros votos? ¿Se puede decir a las diez de la noche todo lo contrario de lo que se decía a las ocho? La noche del miércoles volvimos a oír los lamentos de los líderes políticos en relación a los niveles de participación alcanzados. No es una novedad. Más bien se está convirtiendo en una enojosa costumbre. Y vuelve a ser grave que se den concentraciones de abstencionistas precisamente donde más problemas sociales y educativos existen (Badía, Sant Adrià del Besòs, ciertos barrios de Badalona, de Rubí, de Santa Coloma...). Todos afirman que necesitamos reflexionar sobre ello. Pero nadie avanza propuestas. Todos los partidos han bajado su cifra de electores con la excepción de Iniciativa y su claro mensaje a favor de revalidar el "tripartito" y, evidentemente, del nuevo partido de Ciutadans que ha aprovechado la confusión para pescar unas decenas de miles de votos con su también clara propuesta antinacionalista. Los demás han navegado con la habitual astucia política, amagando y lanzando señales en diversas direcciones. Y mientras, espacio público y espacio político siguen divergiendo. Y mientras siguen notablemente desconectadas la dinámica institucional y política, y los necesarios procesos de transformación social.
¿Puede ahora CiU lanzar señales de "estabilidad cariñosa" a las heridas huestes socialistas?
Desde mi punto de vista, uno de los problemas más graves que tenemos es la sensación creciente de muchos ciudadanos de ser simplemente espectadores de un tinglado que sólo requiere de nuestra presencia una vez cada cierto tiempo, pero que pasado ese momento mágico ("el pueblo ha hablado"), inmediatamente los habituales del politics as usual vuelven a lo suyo. La noche del miércoles, cuando los votos aún estaban calientes, aparecieron ya los albaceas dispuestos a repartirse la herencia colectiva, pasando olímpicamente de lo que hacía días estaban ellos mismos diciendo, y sin importarles un comino lo que gente había entendido que se les pedía cuando reclamaban el voto para unos y para otros. Y ahora estamos ya instalados en las especulaciones sobre quién tiene más oportunidades de formar gobierno. Quién ofrece más garantías. Qué quiere Madrid. Qué les gustaría que pasara a "los que mandan (económicamente) de verdad", etcétera. Que lo que acabe pasando sea o no coherente con lo que nos han ido contando, eso parece ser mucho menos importante.
Me gustaría importar la llamada trazabilidad de los productos alimenticios para evitar penosas secuelas de todo ello y aumentar si cabe la creciente desafección popular en relación a la forma concreta como opera nuestra democracia. Como bien sabemos, gracias a la creciente desconfianza y exigencia de la ciudadanía en relación a la calidad de los productos alimenticios que consumimos, las empresas y administraciones se esfuerzan en ir asegurando la traza, el camino que han seguido cada tomate, cada judía, cada melón, desde su lugar de cultivo hasta el hogar del consumidor. De hecho, se está ya hablando de incorporar códigos de barras en muchos alimentos que carecen de ellos, para así disponer de más datos y tratar de proteger mejor al consumidor. ¿Qué pasa con los votos? ¿Podemos trasladar la tecnología del tomate al voto? ¿Podemos reivindicar la trazabilidad del voto? ¿Hemos de asistir impávidos al hecho que un votante socialista que se ha creído que la contienda estaba establecida en términos Mas o gobierno de izquierdas, vea como su voto sirve ahora para llevar a Mas a la Presidencia de la Generalitat? ¿Puede hacer toda la campaña Mas en clave "yo o el desastre tripartítico" y ahora empezar a lanzar señales de "estabilidad cariñosa" a las heridas huestes socialistas? ¿Hemos de soportar los mensajes de Blanco desde Madrid hablándonos de solidez gubernamental en Cataluña, cuando nos hemos dedicado tres años a llenarnos la boca de autogobierno? En fin, más trazabilidad del tomate y del voto, y menos desvergüenza.
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