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Canto al Parlamento

La ciudadanía con derecho a voto elige hoy al Parlament de Catalunya, que decidirá quién será el futuro presidente de la Generalitat entre sus diputados. Así de sencillo, por más que las campañas electorales de los partidos políticos han intentado confundirnos a todos. Por ejemplo, ninguna norma obliga a que el primero de cada lista electoral sea el candidato a presidente de la Generalitat. Los diputados no están sometidos a mandato imperativo. Tienen plena libertad (si quieren) para decidir, incluso para votar de forma distinta a la de su partido político. Pero el sistema parlamentario ha ido tan lejos en su suicidio colectivo que los diputados no tienen nombre. Haga la prueba el lector, sin trampas: ¿sabe el nombre del diputado / diputada número cuatro de las cinco listas electorales de los principales partidos? A lo mejor ya no sabe el nombre del segundo de la lista. Tampoco es necesario, los diputados (o los candidatos a diputado) ya se han acostumbrado a ello. El juego del poder dentro de cada partido ya ha colocado a cada uno en su sitio. Hoy elegimos 5 nombres y 130 sin nombre. Se necesita una reforma del sistema electoral que dé más protagonismo al diputado o diputada ante los electores, respetando la representación proporcional y la adecuada representación del territorio de Cataluña.

"Hoy elegimos 5 nombres y 130 sin nombre. Se necesita una reforma del sistema electoral que dé más protagonismo al diputado o diputada, respetando la representación proporcional y la adecuada representación del territorio de Cataluña"

En el sistema parlamentario hay dos culturas políticas que se contraponen: la cultura de la regla de la mayoría y la cultura del consenso. La primera sólo atiende al pluralismo político con la finalidad de saber quién tiene mayoría absoluta y, por tanto, la autoridad total para decidir. La segunda entiende que el pluralismo es fundamento de la democracia y, por tanto, el mayor consenso posible debe ser la vía para tomar decisiones. La primera tiende hacia el presidencialismo y el gobierno de uno. La segunda mantiene una concepción más republicana y directorial del gobierno de varios. La primera busca el liderazgo carismático, la segunda persigue el gobierno de coalición.

Hay que decir que cada día va ganando terreno la concepción presidencialista de la política y del gobierno. No tiene sentido democrático, pero es así. Lo normal sería en la sociedad del conocimiento, en la que los electores pueden estar más informados y pueden participar con mayor facilidad en los asuntos públicos, que la democracia fuese cada vez más participativa y que los gobiernos estuviesen sometidos a un mayor control por parte del Parlamento, y también de la ciudadanía. Pero la realidad es otra. La democracia de partidos continúa siendo un mercado de empresas electorales que compiten por ganarse a los consumidores. Buscan el atractivo de la propia marca mediante ofertas concretas que interesen a la clientela. El día de las elecciones los electores deciden si van o no a votar y cuál es el producto elegido. Este producto es principalmente un candidato a presidente. En él se centran cualidades excepcionales, confianzas irracionales, expectativas fuera de lugar. Se le ha entrevistado mil veces, con respuestas mil veces arregladas y con preguntas cada vez más banales. Importa poco el programa, es más atractivo el espectáculo de unos candidatos contra otros, que puede acabar siendo circense. Es tan relevante el candidato a presidente que un mal candidato afecta a la marca del partido correspondiente. El presidenciable que gana consigue un poder personal excesivo, absurdo, porque la política en democracia no es cosa de uno.

El presidencialismo empobrece la democracia, incluso la desnaturaliza. No hay razón para elegir a dioses que no son, aunque pueden llegar a creérselo. La democracia exige, implica la participación de muchos y no la transferencia del poder a uno solo. Por eso el Parlamento, los parlamentos son esenciales como lugares de representación permanente de la ciudadanía, de deliberación desde el pluralismo, de adopción de acuerdos democráticos fruto del mayor consenso posible y no de la imposición mecánica de mayorías de gobierno. ¿Podemos esperar de nuestros diputados que defiendan el prestigio del Parlamento como institución que representa el pueblo de Cataluña? ¿Serán capaces de aprobar la ley electoral pendiente? ¿Regularán por ley la limitación de mandatos del presidente de la Generalitat? ¿Promoverán el derecho de participación de la ciudadanía y la transparencia de los poderes públicos? ¿Constituirán comisiones de investigación que sirvan realmente para denunciar la corrupción? ¿Qué piensan de todo ello los candidatos a ocupar no 5, sino 135 escaños del Parlamento?

Una campaña electoral debe servir para promover la deliberación pública entre programas políticos alternativos. El Parlamento continúa este debate durante la legislatura. Es la institución que tiene que defender con mayor convicción el sentido de la profesión política frente a la "profesionalización" de los políticos. La debilitación de la institución parlamentaria coincide con el apogeo del político gestor, al que es más adecuado llamar político apolítico. ¿Se puede ser un buen gestor sin política? No lo creo. Cuando se suprime la política de la gestión pública es que sólo manda una política. Por este camino el Parlamento pierde presencia y el pluralismo va desapareciendo. Algo grave sucede cuando los mensajes políticos desaparecen o se parecen tanto que se confunden.

Cuando elegimos al Parlamento estamos pintando el cuadro plural de nosotros mismos, el pueblo de Cataluña. Después, no antes, viene la elección del presidente. El Parlamento es la garantía de que la democracia pervive en su pluralidad. Defendamos su prestigio con nuestro voto.

Miquel Caminal es profesor de Ciencia política de la Universidad de Barcelona.

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