La carta escondida
Un inmigrante de Costa de Marfil deja ocho hojas manuscritas antes de abandonar el centro de Fuerteventura, en las que relata su huida de África y alaba el trato recibido a su llegada a España
Los policías adscritos al centro de internamiento de extranjeros (CIE) de El Matorral, el antiguo cuartel de la Legión en Fuerteventura, descubrieron hace meses ocho hojas de papel, manuscritas en mayúsculas por una cara, debajo de uno de los colchones, cuando hacían labores de acondicionamiento para alojar a más inmigrantes. La carta, escrita con buena caligrafía y en un español aceptable, pudo haber estado ahí varias semanas, después de que un africano no identificado que asegura ser de Costa de Marfil pasara en este centro varias semanas. El autor explica que ha decidido escribir esta carta "para que todo el mundo sepa lo que está pasando en algunos países".
El documento fue colgado en el tablón de anuncios del CIE y varios agentes guardan copia en sus carteras, pero ésta es la primera vez que se la ceden a un medio de comunicación. A lo largo de ocho folios, el inmigrante anónimo describe su historia personal, desde su vida en Costa de Marfil, el paraíso mundial del cacao, en el que más del 40% de la población no tiene ni carné de identidad, hasta el levantamiento popular de septiembre del año 2002, que provocó el desplazamiento de más de un millón de personas. "El país se partió en dos", describe este testigo directo: "Gente muriendo como los animales atravesadas a cuchillo". El protagonista describe cómo se refugió en una iglesia con sus hijos y lamenta haber abandonado al resto de su familia ante la voracidad de la revuelta.
"Si uno se queda atrás, se pierde, no hay que parar; llegamos a la playa con la barriga vacía"
"Estuvimos tres semanas en el desierto; algunos murieron en busca de agua"
"Me gustaría que todo el mundo supiera lo que hacen los policías del CIE por los africanos"
Para huir de esta situación, relata cómo un europeo le ayudó a llegar hasta Bamako (Malí), donde residió tres semanas, tras las que el mismo hombre de raza blanca decide unirlo a un grupo de africanos de distintas nacionalidades y llevarlos a todos hasta Mauritania. El marfileño reconoce que en este punto comenzó su tragedia: "Conocimos a un hombre de negocios sucios, marroquí que nos prometió viajar a Canarias, pero cogió el dinero y desapareció", abandonándolos en el desierto.
"Estuvimos tres semanas; algunos murieron en busca de agua, es horrible", recuerda mientras escribe con cuidada caligrafía en un rincón del CIE de Fuerteventura. "Los moros nos hicieron cosas que no hacen ni a sus paisanas", en referencia a los abusos sexuales a los que fueron sometidos todos los varones del grupo a manos de pasadores de inmigrantes. "Caminamos más de 60 kilómetros hasta llegar a una playa para embarcar en la patera", continúa el relato, que no ahorra detalles de cómo se vive realmente la tortura del desierto: "Si alguno de nosotros se queda atrás, se pierde, no hay que parar; por fin llegamos a la playa, con la barriga vacía, sin agua y sin comida". Del grupo inicial de 25, dos jóvenes mueren y una mujer se quedó atrás, aunque finalmente sólo embarcaron 21, tras unas horas escondidos en la arena. "Gracias a Dios, después de 18 horas vino la Guardia Civil española con un helicóptero y un barco para guiarnos al puerto de Fuerteventura", donde los agentes del instituto armado "nos dieron café con galletas, ropas, zapatos, cuchillas de afeitar y otras cosas".
El relato describe todo el proceso de identificación y traslado al centro de internamiento de El Matorral, hasta que llega el momento de ducharse: "No lo habíamos hecho desde hacía más de un mes; empezamos a cantar, creo que algunos comenzaron a olvidar aquí los sufrimientos del desierto y otros empezaron a llorar". Sin embargo, "esa noche nadie podía dormir" por la tensión de todos los meses anteriores. "Doy las gracias al Estado español y especialmente al grupo de extranjeros del Cuerpo Nacional de Policía", se lee literalmente en la hoja 5. "La primera palabra que sale de mi boca es: Gracias España".
En el momento en que este joven ingresó, en el CIE de Fuerteventura había "unos setecientos hombres", cuya relación con los agentes este escritor anónimo califica de "buena; la policía siempre ha tenido paciencia para ayudarnos a todos; hasta hablan idiomas africanos", se sorprende. "¡Son unos fenómenos, formidables!". Según reconoce, "la mayoría de los africanos que hayan pasado por este centro no olvidarán a estos policías" y reivindica el reconocimiento general de su labor: "Me gustaría que todo el mundo sepa lo que están haciendo estos policías por los africanos".
El inmigrante marfileño reconoce que, tras la etapa de huida de sus países, las torturas que sufren a manos de las redes de traficante en el desierto y el ver morir a tanta gente en el intento, la estancia en el centro de Fuerteventura "nos hace recuperar la mente y nos tranquiliza; nos preparan para empezar una nueva vida". En su despedida, el autor recuerda especialmente a uno de los agentes: "A mi buen amigo, no sé cómo se llama. Nunca olvidaré su cara, su voz y las buenas palabras que me ha dicho; a todos los tendré en mi corazón".
La carta termina con la siguiente reflexión: "No sé cómo explicarlo a los que no han pasado por aquí. Tampoco diré nada grandioso. Sólo espero que todo el mundo sepa que los africanos están sufriendo tantas dificultades en sus países que salen a buscar una nueva vida. Están viajando peligrosamente para salvar sus vidas y tener un buen futuro. Todo esto se supera poco a poco, con la ayuda de la policía del centro de extranjeros de Fuerteventura. Yo sólo quiero pedir a la gente que dé muchas gracias a los policías del centro. España".
La carta apareció meses después de que su autor abandonara la isla rumbo a una ciudad peninsular.
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