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Reportaje:

Neonazis de fin de semana

Inmigrantes, gays y bandas rivales, objetivo de medio millar de 'ultras' sin ideología

Jesús García Bueno

Se jactan de ser neonazis, pero apenas saben quién fue Hitler, y el Holocausto les suena a título de videojuego. Son entre 500 y 600 en toda Cataluña, a juicio de los Mossos d'Esquadra. Poca gente. Nada que ver con el potente movimiento ultra de otras comunidades, como la madrileña o la valenciana. Sin embargo, hacen ruido. Los fines de semana, decenas de jóvenes -en buena medida, menores de edad- se disfrazan de skinheads de extrema derecha y salen a la calle a cazar. Vamos a limpiar la ciudad de escoria es el lema con el que el belicoso grupo se excita.

Las presas que están en su punto de mira son siempre las mismas: inmigrantes, homosexuales, indigentes y chicos de bandas rivales, como los sharps (antirracistas y antifascistas) o los redskins, cabezas rapadas de tendencia filocomunista. El 8 de octubre, seis neonazis que volvían de una fiesta privada agredieron a tres skins comunistas en el metro de Barcelona. Una de las víctimas, un canadiense de 20 años, recibió tres navajazos. Las dos chicas que acompañaban a los cabezas rapadas no participaron en la agresión. "Además de buscar la violencia gratuita, son muy machistas", sostiene Joan Carles Molinero, intendente de la policía autonómica y experto en la materia.

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No es la primera vez que estos grupos antagónicos de skinheads chocan. En julio, un joven miembro de colectivos antifascistas clavó dos puñaladas a un neonazi en el barrio de Gràcia de Barcelona, una agresión que repitió en septiembre en la estación de metro de Diagonal. En otras ocasiones, los neonazis han atacado con cócteles molotov casas okupadas. Pese a la preocupante tendencia, los Mossos rechazan que haya una espiral de violencia. "No hay venganzas. En general, los neonazis van a buscar a los otros, que cuando se ven atacados por lo general se les enfrentan", resalta Molinero.

El intendente asegura que la situación actual poco tiene que ver con la de principios de los noventa. Aunque había menos radicales -unos 200, que se fueron disolviendo al entrar en años-, "eran aún más violentos y actuaban de forma totalmente indiscriminada". Es decir, que un grupo de rapados podía cebarse con un hombre "sólo por creer que les había mirado mal". Eso sí, la paliza siempre la dan en grupo; jamás actúan solos. Así, en rebaño y bien armados, es como se sienten fuertes.

Otra diferencia esencial es que aquellos skinheads que empezaban a soltar puñetazos y patadas en suelo catalán se creían el cuento de veras. "Conocían la ideología fascista", dice Molinero. Los de ahora, nada. Sólo unos pocos ingresan en el colectivo por motivos políticos. La gran mayoría se inicia a través del consumo de drogas, en especial de cocaína y hachís.

"Hoy es una cosa más esporádica, casi de fin de semana. Por eso, la mayoría de agresiones se producen entre el viernes y el domingo". El perfil de estos jóvenes -botas militares, tirantes rojigualdos y símbolos fascistas- también está bien definido. Se trata de delincuentes comunes con antecedentes policiales, sin estudios, crecidos en el seno de familias desestructuradas y vecinos de barrios con agudos problemas sociales.

Si aquellos que hacían estragos en los noventa -como el comando Navas, de Sant Andreu- eran en su mayoría hijos de la inmigración llegada a Cataluña durante el franquismo, lo cierto es que cada vez hay más neonazis "con un entorno social y familiar en lengua catalana". A los seis detenidos por la agresión al joven canadiense, por ejemplo, se les tomó declaración en catalán, lo cual no impide que se identifiquen con los signos de la España preconstitucional.

El llamado triángulo xenófobo (Sabadell, Terrassa, Castellar, junto a otros municipios del Vallès) concentra el grueso de ultras: entre 250 y 300 individuos. También hay un feudo sólido en Osona (Manlleu, Torelló) y en las localidades de Girona y Salt. En la ciudad de Barcelona, se les puede ver en parques de Sant Andreu y Nou Barris. En contraposición, los sharps y redskins son de tendencia independentista y se concentran en los barrios de Gràcia y Sants, con una fuerte tradición en cuanto a movimientos sociales de izquierda y antisistema. Unos van a discotecas (por ejemplo, a la Zona Hermética de Sabadell) y los otros se reúnen en conciertos. Sí tienen algo en común: "La misma música ska te la puede bailar el nazi en una discoteca y el redskin en una fiesta mayor", sintetiza Molinero.

Aunque no existe una cifra exacta, el goteo de agresiones en en los últimos años no ha parado. A veces, con resultados trágicos. Las entidades SOS Racisme y la Coordinadora Gay-Lesbiana reciben cerca de una decena de denuncias por este motivo cada año. "Y eso contando que hay gente que no denuncia por miedo o porque cree que no hay nada que hacer", opina Ricard de la Rosa, abogado de la entidad en defensa de los derechos de los homosexuales.

En 1991, un cabeza rapada de los Boixos Nois apuñaló a un joven aficionado del Espanyol. El 12 de octubre de 1999, tres skins agredieron brutalmente a un inmigrante de Sierra Leona con el que se cruzaron en la calle. En 2004, una reyerta en la estación de metro de Fontana, en Gràcia, acabó con la vida de un okupa, que fue apuñalado "con una navaja desolladora, que se utiliza para los animales" por un neonazi. Este suceso comportó que decenas de jóvenes salieran a la calle tras la pancarta: "Ninguna agresión sin respuesta. Antifascismo siempre". Dentro de unos días se celebrará el juicio contra el supuesto autor del crimen, un skin valenciano. Y sólo son tres ejemplos.

El intendente Molinero asegura que en los últimos cuatro años los Mossos han llevado a cabo 11 operaciones policiales contra la extrema derecha organizada, y que las detenciones prosiguen: "La consigna es clara: tolerancia cero. Es un asunto que, aunque no nos preocupa en exceso, nos ocupa".

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Sobre la firma

Jesús García Bueno
Periodista especializado en información judicial. Ha desarrollado su carrera en la redacción de Barcelona, donde ha cubierto escándalos de corrupción y el procés. Licenciado por la UAB, ha sido profesor universitario. Ha colaborado en el programa 'Salvados' y como investigador en el documental '800 metros' de Netflix, sobre los atentados del 17-A.

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