Lluís Llach se despide de Madrid
El cantautor, de 58 años, presenta 'i', el espectáculo con el que cierra su carrera artística
Fin de trayecto para este hombre público, compositor de culto y cantante de éxito en lengua catalana que responde al nombre de Lluís Llach. A sus 58 años, el cantautor gerundense quiere "disfrutar del último tercio de vida" apeado de la "locomotora" de las giras, las grabaciones y ese hormigueo intenso que aún le cosquillea en la boca del estómago cada vez que se encarama a un escenario. El autor de L'estaca o Viatge a Ítaca prefiere retirarse "en plenitud de forma física, sin enfermedades ni endebleces en la voz". Le esperan un barquito atracado en Barcelona y su prodigiosa bodega en el Priorato, con las etiquetas Embruix y Vall Llach como buque insignia en el mercado internacional. Y le espera, sobre todo, su público: durante cuatro noches consecutivas (con posibilidad de una quinta), entre el 8 y el 11 de noviembre, Llach desgranará en el teatro Madrid su último espectáculo, i. Último y definitivo.
"Desde que soy productor de vino, me siento como una abuelita gorda y contenta"
En la capital se siente "mimado, arrullado y bien acogido", pese a que los tiempos no parecen los más propicios para un nacionalista catalán de izquierdas. "La política ha perdido complejidad para ser sólo confrontación", se lamenta. "Mucha gente conocimos por prescripción genética el abismo de las dos Españas, pero ahora, de repente, todo aquello se ha agudizado. La gente de tu cuerda te abraza, sí, pero el otro bando se crispa". Le escandalizan los episodios de censura ("porque no se pueden llamar de otra manera") que han sufrido en los últimos tiempos Manu Chao, Fermín Muguruza y, sobre todo, Pepe Rubianes. "Las palabrotas de Rubianes son necesarias en el país del seny; las necesitamos como se necesita a un psiquiatra. Pero ahora, de repente, se monta la marimorena. Vivimos en una sociedad cada vez más miedosamente correcta".
Él mismo se ha sentido "proscrito" en muchas ocasiones. "El nacionalista lleva parejo el sambenito de la cerrazón, pero ya no me importa", confiesa con su media sonrisa de hombre tímido. Hace balance y se siente "más sabio y, de paso, más escéptico" que aquel 22 de marzo de 1967 en Terrassa, cuando actuó por vez primera -con los ojos cerrados y un intenso temblor de piernas- como el más joven del movimiento de regeneración cultural Els Setze Jutges. "El conocimiento se va acumulando y deriva en esa palabra excepcional y temible: la experiencia. Constituye una riqueza que debemos manipular con cuidado, porque la experiencia puede aprisionar. Un creador debe luchar contra ella, no hacerle caso. Si algo he aprendido es que, para un músico, el horizonte de ignorancia siempre es infinito", reflexiona.
Suma 29 álbumes y media docena de bandas sonoras, pero no le atenaza la sensación de tenerlo todo dicho. No. Se marcha "como un gesto de respeto" hacia un público que le ha permitido subsistir sin concesiones, a contracorriente: expresándose siempre en una lengua minoritaria y posicionándose contra todo cuanto sintió como injusto a lo largo de estas cuatro décadas. "Ahora soy un viejo muy joven y quiero aprender ese oficio tan difícil y hermoso del declive físico. Deseo vivir la vejez en plenitud y sin tristeza, para no morirme como el pobre Atahualpa Yupanqui, olvidado en un hotel de Nîmes". Y agrega, solemne: "La llegada del final es un espectáculo grandioso, una ópera wagneriana. La muerte no me encorajina. Quizás me plantea lirismos nostálgicos, pero nada más. La muerte no me cabrea: sería como cabrearme con la vida".
Se retira, sí, pero no sabe hasta qué punto podrá aguantar sus impulsos más elementales, esa necesidad casi fisiológica de levantarse en mitad de la noche a rebuscar un intervalo en el piano cuando una melodía le ronda por la cabeza. Asegura muy en serio "tener a buen recaudo las tarjetas de dos psiquiatras", por las dudas que se le pudieran plantear a partir de ahora. Pero su propósito parece firme, sincero. "Si me entusiasma una película con una historia hermosa, me piden la banda sonora y puedo trabajar desde casa, me será difícil decir que no. Pero mi carrera artística acaba aquí. Ahora".
Abstemio hasta hace 12 años, Llach ha descubierto en la enología "una aventura humana y colectiva" que le fascina. "En la elaboración de un vino, todos y cada uno de los actos tienen una naturaleza cultural", proclama. "Me resulta apasionante conjugar los distintos factores, decidir sobre cada uno de ellos". Y concluye: "Desde que soy productor de vino, me siento como una abuelita gorda y contenta".
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