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Reportaje:TEATRO

Chéjov, en versión íntegra

Javier Vallejo

En el estreno de Tres hermanas (1901) estaba la simiente de la revolución teatral rusa. Stanislavski, su director, encarnó a Verschinin, el utopista casado con una mujer equivocada y enamorado locamente de Masha: Olga Knipper-Chéjova, esposa del autor de la obra, interpretó a la hija mediana del coronel Prójorov. Vsevolod Meyerhold, con 27 años, era el buenazo y feo barón Tusenbach, prendado de Irina, la hermana pequeña. El Teatro de Arte de Moscú, recién fundado por Stanislavski y Nemírovich-Danchenko, rebosaba de actores jóvenes. Chéjov les proveyó de obras espléndidas: cada vez que se leen, cuentan algo nuevo. Tres hermanas habla del ansia de plenitud de tres jóvenes emigrantes en una ciudad de provincias, de su sometimiento a una rutina asfixiante y de la cesión gradual del control de sus bienes. Desde que llegaron con su padre, sólo piensan en volver a Moscú, paraíso perdido: añoran la vida de sus calles y la posibilidad de disolverse en el anonimato de sus muchedumbres. Irina y Olga no conciben su futuro en otro sitio. Masha, casada con un maestro mortalmente aburrido, se ha vuelto escéptica. Un grupo de militares, ex compañeros del difunto padre de las Prójorov, zumban en torno a las dos jóvenes solteras. Ambas creen que su hermano Andréi las sacará de allí en cuanto se gradúe.

Chéjov retrató el ahogo de la vida en provincias, donde nació, vivió y fue médico sin salario. Sus piezas en cuatro actos suelen representarse en España refundidas por compañías con medios materiales escasos, o en versiones comerciales recortadas, porque sus productores dudan que el público de hoy quiera pasar cerca de cuatro horas viendo algo que no sea un musical. Es una lástima. En la versión rusa de Tres hermanas que Piotr Fomenko estrena la semana próxima en Madrid, no falta una réplica. Su director respeta escrupulosamente el espíritu y la letra originales, sin hacer arqueología. Al contrario: su montaje es moderno porque guarda memoria de lo mejor de la tradición. Está hecho al unísono, con esa energía armonizada que sólo tienen los actores cuando llevan años juntos. Fomenko trabaja con un equipo fijo y joven de ex alumnos suyos. Tienen el vigor de su edad y empaque de veteranos: estilizan sus personajes sin restarles calado. Sus puestas en escena son sensibles, antiespectaculares y de una musicalidad extrema. Acarician el oído. Gorki hablaba del teatro de Chéjov como concierto de estados de ánimo. Meyerhold lo comparó con las sinfonías de Tchaikovski. En París, donde el Théâtre-Atelier Piotr Fomenko actúa periódicamente, la crítica subraya la riqueza y la precisión del paisaje sonoro de sus Tres hermanas. Todo está armonizado: diálogos, risas, suspiros, tintineos de campana, los cantos melismáticos del carnaval, la nana con que mecen al bebé de Natasha, la cuñada que acabará adueñándose de la casa de las Prógorov... Fomenko viste de época a Chéjov, pero le da un aire nuevo y un empaque original. Lo recrea. Quienes disfrutaron con Guerra y paz o con Noches egipcias no deben perderse esta nueva visita de los fomenki.

Tres hermanas. Madrid. Teatro Valle-Inclán. Del 1 al 4 de noviembre.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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