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Columna
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El equilibrio andaluz

Estamos construyendo Andalucía. Estamos construyendo España. Estamos construyendo Estado. Son las sensaciones que podemos tener después de los debates, las tensiones, los matices, los desencuentros y los encuentros que se han dado durante meses alrededor del Estatuto de Andalucía. No carece de importancia que los ciudadanos hayan asistido al proceso de elaboración de la realidad y la ley, sobre todo en una época en la que se regresa con demasiada facilidad al imperativo de las verdades esenciales, ya sean nacionalistas o religiosas, para responder a la clara necesidad histórica de un mundo laico y globalizado. Más que procurar una convivencia internacional digna, sólo posible hoy por medio de la defensa de los espacios públicos en cuestiones de credos y el amparo legal de los oprimidos, demasiada gente cae en la tentación de volver al fundamentralismo religioso y a las nostalgias nacionalistas, dejando las manos libres a las estrategias especulativas. Las identidades esenciales, fundadas en una verdad anterior a los contratos de convivencia, obligan a menudo a cerrar los ojos ante la realidad, incluso ante una realidad nacional. Por eso es interesante asistir con detalle a la elaboración de un Estatuto, con sus esbozos, sus tachaduras, sus distintas redacciones, sus renuncias y sus pactos. Así se escriben también los poemas que provocan después en el lector una sensación de verdad. Los borradores nos ayudan a comprender el proceso que, gracias a la invención humana, elabora y construye el mundo. Conocer la maquinaria por dentro sirve para huir de los dogmatismos y para sentirnos vinculados y responsables de nuestras invenciones. Ésa ha sido en el fondo la moral progresista española desde la Constitución de 1812, frente a la santa indignación de los que claman por España y sus tradiciones para desentenderse de la realidad cambiante de los españoles. Aunque parezca paradójico, por mucho que haya sido acusada con insistencia de romper España, la verdadera tarea de los progresistas de este país ha consistido siempre en la construcción de España y en la constitución de un Estado capaz de consolidar una realidad nacional. En una famosa conferencia pronunciada por Ortega y Gasset en Bilbao, en 1912, con el título La pedagogía social como programa político, el filósofo no dudó en afirmar: "España no existe como nación. Construyamos España".

Esta tarea de construcción suele encontrarse con dificultades también paradójicas. En Andalucía, los sectores más españolistas suelen ponerse muy nerviosos cuando algunos territorios desfavorecidos exigen la equiparación de derechos con otras comunidades españolas privilegiadas. Acaban defendiendo por constumbre e interés una unidad basada en la diferencia. Andalucía no puede ser lo mismo que Cataluña. Una postura inversa tiende a representar el nacionalismo andaluz, que para defender la identidad peculiar de Andalucía se empeña en reproducir los marcos elaborados por Cataluña. Se opone así a que las inversiones del Estado sea calculadas en Andalucía de acuerdo con su población (un 18 %), porque prefieren identificarse con las demandas catalanas. La elaboración del Estatuto de Andalucía ha servido entre otras cosas para dejar al descubierto el torbellino paradójico de los distintos nacionalismos españoles. También ha demostrado, y de ahí la importancia del pacto, que se pueden hacer equilibrios. Un trabajo político muy notable del PSOE, IU y PP ha evidenciado que el Estatuto andaluz sirve para Andalucía y para España, en la medida en que vertebra la sociedad real con los presupuestos oficiales. El Estatuto, además, no sólo construye Andalucía y España, sino que construye Estado, un valor que para muchos ciudadanos es el más importante. En tiempos de neoliberalismo agresivo se apuesta por los derechos sociales y el amparo estatal contra la ley del más fuerte. Hay razones generales para defender y votar este Estatuto como cosa propia.

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