Quítate tú que me pongo yo
Este hombre nacido y criado en Moldavia quisiera expulsar de Israel a los árabes que tienen la ciudadanía israelí. U obligarles a un voto de lealtad a Israel. Nunca se ha cortado un pelo a la hora de expresar unas ideas que le sitúan al lado de Le Pen, Haider o Milosevic. En la propia prensa israelí se le ha comparado con el presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad. Juan Miguel Muñoz, corresponsal de EL PAÍS en Jerusalén, recogía el pasado mayo, antes de que se encendiera la guerra del Líbano, unas estremecedoras frases suyas, pronunciadas en la Knesset: "La II Guerra Mundial terminó con la ejecución del liderazgo nazi. Pero también se ejecutó a quienes colaboraron con ellos. Todos los instigadores y quienes colaboran con el terror desde esta Cámara deben afrontar esas sentencias. Todos los que se reúnen con miembros de Hezbolá y Hamás, quienes viajan a Líbano y quienes hace sólo dos días declararon que el Día de la Independencia es el Día de Catástrofe y ondearon banderas negras".
Avigdor Lieberman, de 48 años, es de los que se toma al pie de la letra la metáfora tremendista e injusta que quiere hacer de los palestinos y de los árabes en general unos émulos de los nazis. Y lo hace con el desparpajo de quien ha sido educado en el maniqueísmo monstruoso del antifascismo soviético. Su partido Israel Beitenu (Nuestra Casa Israel) cuenta con 11 diputados que representan a un millón de votantes de origen ruso, mientras que la población árabe israelí, más de 1.300.000 habitantes, está representada actualmente por 10 diputados. Lieberman dirige una formación doblemente étnica, rusa e israelí, que tiene como objeto de su limpieza a la minoría árabe que vive e intenta mantener, con no pocas dificultades, sus derechos civiles en Israel.
Ya ha sido ministro de Israel en dos ocasiones, de Infraestructuras Nacionales y de Transportes, con gobiernos de Ariel Sharon. Abandonó en junio de 2004 el Gabinete por su oposición al abandono de los asentamientos de Gaza, y el propio Sharon tuvo que puntualizarle que "los árabes israelíes son parte del Estado de Israel". Pero ahora acaba de conseguir algo más sustancial. Ehud Olmert le ha nombrado viceprimer ministro, miembro del gabinete de crisis -de gran importancia en un país en riesgo permanente como Israel- y ministro de Amenazas Estratégicas, una tenebrosa cartera que sitúa a un extremista al cargo de lo que puedan significar los proyectos nucleares de Irán y puentea al líder laborista, el ministro de Defensa Amir Peretz. El sindicalista Peretz fue la gran esperanza de la izquierda hasta hace escasos meses, pero ha sido martirizado y destruido por Olmert. Se incorporó al gobierno como nuevo líder del laborismo, con el propósito de aumentar el gasto social y reducirlo en asentamientos, pero quedó enfangado por las ofensivas de Líbano y Gaza y ahora por el nombramiento como superministro bélico de alguien con quien no quería ni siquiera sentarse en la misma mesa.
Pero los vientos internacionales no soplan a favor de la radicalización. Richard N. Haass, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, uno de los más importantes think tanks americanos, y ex director de planificación del departamento de Estado con Colin Powell, acaba de publicar en Foreign Affairs un importante trabajo sobre El Nuevo Oriente Medio, donde defiende las conversaciones directas de Washington con Hamás y da por acabada una era en la que "Estados Unidos gozó en esta región de una influencia y una libertad de acción sin precedentes". Haass también cree que "hay que revitalizar la diplomacia en el conflicto árabe-israelí". Por el mismo camino transita James Baker, ex secretario del Tesoro con Reagan y de Estado con Bush padre y hombre de confianza de la familia Bush, que ahora encabeza el Grupo de Estudio sobre Irak para intentar buscar una solución al barrizal en que se ha metido el presidente. Baker ha declarado de forma explícita que hay que dialogar con Siria e Irán para resolver el conflicto de Irak y ha precisado que "no es apaciguamiento hablar con los enemigos".
Avigdor Lieberman tiene la única virtud de dos de sus defectos: la claridad y la simplicidad. Nadie puede llamarse a engaño. Se lo dice a Peretz y a los árabes israelíes, a los que están en el gobierno y a quienes tienen la ciudadanía y su casa en Israel: quítate tú que me pongo yo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.