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¿Se busca líder?

Joan Subirats

Una de las claves de la campaña está siendo el contraste entre los estilos de los candidatos y las señales que lanzan sobre su capacidad de liderazgo. La cuestión es especialmente sensible en el caso de aquellos que disponen de más expectativas de alcanzar la presidencia de la Generalitat. Consciente de su aparente superioridad en ese campo y hurgando en las heridas de lo que fue la experiencia del tripartito, Artur Mas ha hecho de la necesidad de liderazgo fuerte y de su capacidad para encarnarlo el eje fundamental de su estrategia. La imagen que su equipo de campaña le ha forjado es la de una persona sin complejos, de carácter fuerte, que actúa con decisión y sabe lo que quiere. Lo resumió ayer mismo Pujol: "Coraje, carácter, determinación". Un "auténtico líder". Lo que "necesita el país".

Ante las próximas elecciones, deberíamos preguntarnos cuál de los candidatos es más capaz de articular al conjunto de la comunidad en un proyecto colectivo compartido, desde las bases irreversiblemente plurales del país

Es importante recordar al respecto que la política democrática contemporánea ha ido dando vueltas al dilema de que si bien los líderes personalizan y encarnan de alguna manera mensajes, valores y complejos programas políticos, y en ese sentido los liderazgos son importantes, al mismo tiempo ello es insuficiente. De hecho está ampliamente compartido que la calidad democrática de un país se basa más en la existencia de una ciudadanía fuerte e implicada que en el carisma personalista de un líder. En el primer caso hablamos de una característica estratégica y duradera. En el segundo caso hablamos de algo pasajero, frágil y circunstancial, sobre todo si damos por supuesto que son saludables los recambios y la no dependencia de personas que tienen muchos números para envanecerse y perder contacto con la realidad. La fuerte mediatización de la política ha tendido a decantar esa ecuación aparentemente hacia el lado de los liderazgos fuertes y la ciudadanía débil. De hecho, muchos analistas vinculan las crisis del tripartito a las crisis de liderazgo de Maragall (de Carod, de Saura o de los tres a la vez). Y al revés, ahora CiU trata de relacionar la recuperación de la confianza del país con la emergencia de Mas como un "auténtico líder". Siguiendo esa argumentación, habríamos "bajado" de calidad democrática, ya que no es lo mismo un duelo Pujol-Maragall que un duelo Mas-Montilla. Pero, desde otro punto de vista, podríamos argumentar que no es muy aconsejable en los tiempos que corren depender en exceso de personajes carismáticos, que de hecho debilitan la articulación social y reducen la capacidad de asumir responsabilidades,al tiempo que concentran demasiadas expectativas en el buen o mal rendimiento de uno u otro personaje. Brecht señalaba: "Algunos dicen 'infeliz el pueblo que no tiene héroes', yo más bien diría 'infeliz el pueblo que tiene necesidad de héroes".

Hace ya un tiempo Benjamin Barber mencionaba diversos liderazgos compatibles con lo que el definía como una democracia fuerte. Hablaba de liderazgo fundacional, de liderazgo moral y de liderazgo habilitador. Pujol respondería al primer tipo de liderazgo (capaz de encarnar valores y esperanzas en instituciones que precisan consolidarse), mientras que personas como Nelson Mandela y Olof Palme nos recuerdan esa especial sintonía entre capacidad de generar gobierno en el país y de representar una forma de vida acorde con los principios que se predican. El peligro de esos tipos de liderazgo es que, si persisten en el tiempo, su mismo protagonismo los hace tremendamente peligrosos al favorecer su enquistamiento carismático y autorreferencial en el poder. Y algo sabemos de ello. El tercer tipo de liderazgo del que habla Barber trata de combinar liderazgo sólido con compromiso cívico. Hablaríamos del liderazgo habilitador, que cumpliría esa función de reforzar las capacidades de la gente, evitando que los ciudadanos se conviertan en simples espectadores de las capacidades aparentemente heroicas de los que gobiernan. No sería tanto la visión del líder como cirujano que extirpa tumores como la del terapeuta que acompaña y refuerza las responsabilidades de la gente.

Uno de los autores más conocidos y reconocidos en el campo de la teoría de las organizaciones tanto públicas como privadas, el canadiense Henry Mintzberg, decía el pasado lunes en el Financial Times que hay una excesiva obsesión por los liderazgos. En una línea de pensamiento cercana a la del politólogo Barber, afirmaba: "Tratan de empoderar a la gente y de hecho acaban provocando lo contrario". Ello no quiere decir que disponer de capacidad de liderazgo no sea importante. Pero, como nos advierte Mintzberg, si se descubre una organización, un país, un municipio que funciona bien, lo más fácil es atribuirle el crédito a quien es la cabeza visible de esa comunidad. Si las cosas van mal es que el liderazgo no ha funcionado. Como tautología no está mal. Y además simplifica mucho el análisis. No podemos separar liderazgo de gestión. No podemos hablar de gestión sin acudir a la visión. Lo más importante de un líder es la legitimidad que presente su trayectoria, la consistencia de la imagen que proyecta con el arduo recorrido realizado. Artur Mas nunca podrá ser Jordi Pujol. Y tampoco Montilla será nunca Maragall. Les falta recorrido y capacidad de representación moral. Pero ambos han tenido experiencias de gestión que pueden ser significativas. Coincido con Mintzberg cuando afirma que estamos más en tiempos de Linux (como ejemplo de construcción colectiva de conocimiento) que en tiempos de Microsoft (como ejemplo de liderazgo personalizado y mercantilizado). Ante las elecciones del próximo miércoles, deberíamos preguntarnos cual de los candidatos es más capaz de hacer Wikipedia, más capaz de articular al conjunto de la comunidad en un proyecto colectivo compartido, desde las bases irreversiblemente plurales del país. No creo que ni Mas ni Montilla partan de esos supuestos. Tampoco hay alternativas muy claras que combinen todos esos atributos. Quizá, en ese caso, es mejor acercarse a las urnas buscando más proximidad a valores y visiones, consistencia entre lo que se predica y lo que se ha venido haciendo, que adhesiones pasionales a personas que encarnan temporalmente legitimidades que en el fondo nos pertenecen.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.

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