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Columna
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El futuro en una gamba

Si todo lo que está saliendo a la luz por las presuntas prácticas de corrupción en los ayuntamientos tuviera que evacuarse por el mismo váter, no habría en el mundo cañerías suficientes para evitar semejante atoro. Si todos los alcaldes y concejales denunciados por prevaricación, enchufismo o acusados de promover pelotazos urbanísticos terminaran en la cárcel, no habría establecimiento penitenciario en España con capacidad para albergar a tantos delincuentes y los juzgados acumularían una lista de espera superior al ciclo de sus vidas. Si todos los hermanos, cuñados, hijos, o parientes que supuestamente se han enriquecido por su cercanía al poder juntaran las fortunas que se les atribuye, daría un vuelco la lista de millonarios de Forbes. Si todas las casas y los pisos que los planes generales de todos los ayuntamientos de España terminan construyéndose, sería imposible que España se rompiera nunca, sus lindes estarían unidas por el cemento y de nuevo este país será uno, grande, aunque sin espacio libre por culpa del ladrillo. Si en España, finalmente, se construyen todos los campos de golf que están proyectados, serán las únicas zonas verdes que nos queden.

La corrupción urbanística galopa por las tierras de España. A caballo de las próximas elecciones municipales, vamos descubriendo un país con terrenos que se recalifican a base de pelotazos, comisiones, tráfico de influencias y prevaricación. España se urbaniza por teléfono móvil. En conversaciones grabadas, que luego aparecen publicadas y nos deslumbran por el escaso pudor de sus protagonistas. Son charlas donde se habla de robar, pero de robar sin matices. Son las graves, las de cárcel. Pero lamentablemente no las únicas. Hay otras charlas que no quedan registradas, pero que es fácil imaginar, porque también España se urbaniza en las mesas de los restaurantes y a golpe de garabatos en una servilleta. Entre gambas y taquitos de jamón. Una línea que estaba allí se pone aquí, y ahí donde decía "no urbanizable" quítele usted alcalde el no, que en esa partícula negativa está el futuro de su pueblo. Que con los pinares, el lince ibérico y las cigüeñas negras no hay futuro -a propósito, alcalde pruebe este vino, es un gran reserva; exquisito-. Si los jóvenes se van del pueblo a labrarse un porvenir fuera, es porque no hay vida en el pueblo para ellos. Hay que apostar por un proyecto emblemático para su municipio. Con ese proyecto, ya le aseguro a usted alcalde que gana las elecciones. -acérqueme la copa alcalde, que se la lleno-. Y para eso estamos hablando, para que haya progreso para su pueblo y para que usted gane las elecciones.

Hay que adelantarse al futuro -alcalde, qué prefiere de segundo, aquí el chuletón de buey lo ponen riquísimo-. Bueno a lo que vamos, que la autovía ha puesto a su pueblo a un tiro de piedra de la capital; no sea usted tonto, que con los precios que hay allí, la gente terminará por venir aquí a comprarse un piso. Por eso vamos a hacer una urbanización, porque su pueblo está llamado en unos años a convertirse en unos de los municipios más importantes del entorno, con sus grandes superficies y sus hoteles y sus colegios... En definitiva, calidad de vida y riqueza -un cafelito ahora, alcalde, y luego la copita...-

Resulta asombroso que el futuro de un pueblo a veces se diseñe en una servilleta manchada de Ribera del Duero, mientras el de sus habitantes queda escrito en una hipoteca a 30, 40 o 50 años. Resulta intolerable que el mayor problema de un ciudadano medio en este país sea conseguir una vivienda cuando en España se llegan a construir 7.500 casas en pueblos de apenas 143 habitantes. Puede incluso resultar injusto demonizar a todos los alcaldes, porque son más de 8.000 en España y es evidente que estamos hablando de una minoría, pero esa minoría empieza a ser un problema endémico del país. Pero lo que resulta más inexplicable de todo es que la ciudadanía sea capaz, sin apenas rechistar, de levantarse cada mañana para ir a trabajar sabiendo que alguien al mediodía va a hipotecar su futuro mientras se quita de entre los dientes los bigotes de una gamba.

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