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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Respuesta a Costas Lombardía

La carta publicada en EL PAÍS con el título España, Suiza y los trasplantes (20 de octubre de 2006) vierte unas palabras del firmante, no por repetidas por él mismo menos falsas, que parecen obedecer más a un problema personal que a un conocimiento del tema de los trasplantes, del que sobradamente ha demostrado carecer. Acusar de compraventa de órganos a los miles de profesionales que con su trabajo salvan otros tantos miles de vidas todos los años (y, de paso, a todo el Sistema Nacional de Salud) podría recibir muchos calificativos y ninguno bueno, pero ante todo constituye un desafío a la inteligencia y al sentido común.

Los responsables suizos de asesorar a su Gobierno en materia de trasplantes conocen perfectamente nuestro modelo, lo han visto in situ en sus diversas visitas a nuestro país y hemos tenido ocasión de debatirlo en profundidad en muy diversos foros internacionales durante el largo proceso de preparación de su ley. Saben que en Europa Occidental el coste de un trasplante es, como media, de alrededor del doble que en España, y en EE UU, del orden de tres a cinco veces superior, lo que hace que se entienda mal que el dinero sea el motor de lo que los franceses llamaron "el milagro español".

Reduciendo al absurdo el argumento de que el dinero es el responsable del éxito del sistema español de trasplantes, y cuando la escasez de órganos es un gravísimo problema para todo el mundo, no se entiende cómo países más poderosos económica y científicamente que nosotros no han conseguido imitarnos ni de lejos. Comprender que una persona que está en situación de alerta a cualquier hora del día o de la noche, a veces durante todo el año, tiene que recibir una retribución por su trabajo (por desgracia mucho más baja que la de sus colegas europeos o norteamericanos) parece que está al alcance de cualquiera menos del autor de la carta que comentamos.

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Parafraseando a Jonathan Swift, cuya cita aparece en la introducción de uno de los libros más deliciosos que se han escrito jamás (La conjura de los necios), cuando en el mundo aparece algo verdaderamente genial, se puede identificar por este signo: todos los necios se conjuran contra ello. Menos mal que se trata de un firmante aislado, aunque extrañamente repetido en el mismo medio.

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