Federer se acostumbra al peligro
Roger Federer vive peligrosamente. O algo parecido. Sigue siendo el número uno del tenis mundial. Sigue ganando, pasando rondas, acercándose poco a poco a la final. Sin embargo, le empieza a temblar el pulso más de la cuenta.
El jueves, ante el sueco Robin Soderling, ganó dos sets en la muerte súbita. Y ayer, frente al estadounidense Robby Ginepri, que siempre funciona bien en la capital española, volvió a hacerlo: tras imponerse en la primera manga con facilidad, se encontró con que la segunda se resolvía en el desempate. Con que fallaba en la red. Y con que Ginepri, los nervios a flor de piel, tenía varias oportunidades para tomar aire, cambiar el ritmo del partido y meterlo en la tercera. No las aprovechó. Federer, vencedor por 6-3 y 7-6, jugará hoy una de las semifinales contra el argentino David Nalbandián, que se deshizo en un partido a cara de perro del ruso Marat Safin: 6-4, 6-7 y 7-6.
Ginepri y su ataque de timidez llevaban agarrados de la mano desde el principio del partido. Con 12 pelotas jugadas, el norteamericano se asustó. Había llegado al cruce maldito, y el suizo ni se había movido. Ginepri, ahí está lo curioso del asunto, tampoco había dado un paso: entre los dos acumulaban tres juegos en blanco, saque va, resto viene. El encuentro marchaba a ritmo de récord, tan rápido pasaban los juegos, tan alocado subía el tanteo. No había sudores, caras de esfuerzo o músculos doloridos. Y los acabó habiendo, claro, en un solo lado de la pista. Federer venció tras convertir a su rival en un sprinter con las exigencias de un maratoniano.
Hasta que Federer le hizo volar, Ginepri vivió agarrado a un saque demoledor, mano agarrando un mazo con el que fue golpeando la muñeca del suizo, que acabó con el brazo encogido y la bola en la red. Sacar a ese nivel requiere fuerzas. Y correr desgasta. Con todo eso como argumento, Ginepri buscó el partido en el peloteo con Federer. Y ocurrió lo normal. Jugar a pasar bolas contra el helvético equivale a un suicidio.
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