La guerra a ras de suelo
Posiblemente el lector español esté ya familiarizado con el nombre de Ronald Fraser a través de esas innovadoras obras sobre la Guerra Civil y la represión franquista que son Recuérdalo tú y recuérdalo a otros (1979), Mijas. República, guerra, franquismo en un pueblo andaluz (1985) o Escondido. El calvario de Manuel Cortés, reeditada este mismo año, todos ellos ejemplos señeros, entre otras cosas, de la llamada historia oral. Ahora, el autor ha querido ofrecernos lo que trata de ser el equivalente para la guerra de la Independencia, pese a la dificultad que presentaba esta traslación, ya que las voces de los protagonistas han sido enmudecidas por el tiempo y el historiador ha de remover cielo y tierra para encontrar los pocos testimonios que ha podido dejar reflejados por escrito una población en buena parte analfabeta y en general poco proclive a la pluma y el papel.
LA MALDITA GUERRA DE ESPAÑA
Ronald Fraser
Traducción de Silvia Furió
Crítica. Barcelona, 2006
932 páginas. 49 euros
Porque hay que advertir enseguida que el libro no pretende sustituir a ninguna síntesis de la guerra de la Independencia (entre las que se puede destacar por su claridad y accesibilidad la del estudioso francés Jean-René Aymes), sino que se propone atender una vertiente descuidada por la investigación: los modos de la resistencia popular, como reza el título de la versión inglesa original, en todo caso menos extensa que esta española, a la que se han incorporado un buen número de referencias que pudieran resultar interesantes a un público más familiarizado con los hechos. Así, el libro registra, sobre todo, las experiencias, individuales y colectivas, las respuestas de los implicados ante los sucesos vividos en España durante aquellos años que fueron de guerra y también de enfrentamiento político e ideológico.
Sobre todo de guerra, porque si el autor vuelve a debatir las profundas divisorias entre los protagonistas españoles (los "patriotas" frente a los "afrancesados", que eran tan patriotas o más que sus oponentes; los liberales frente a los defensores del Antiguo Régimen), su interés principal se vuelca en el fenómeno de los devastadores efectos de la contienda, y no tanto en sus grandes variables (el tremendo retroceso en el plano demográfico, económico y político que enflaqueció al país durante varias décadas o la trágica ironía de un conflicto que si bien consiguió expulsar al invasor también devolvió el trono al peor representante del absolutismo), como en las miserias cotidianas vividas por las gentes de a pie: el hambre, el abandono de los hogares, el miedo, la guerra, la inseguridad de los cuerpos y la incertidumbre de las conciencias. Es decir, los goyescos desastres de la guerra, de toda guerra.
Una guerra que sería elevada
a la categoría de epopeya sobre la que construir la nación del siglo XIX, forjada así en la lucha contra un enemigo exterior. Esta idea, por cierto, como señala el autor, fue tomada luego prestada de forma bastarda por los ideólogos del franquismo para justificar la conspiración y el golpe de Estado contra la República como un acto de defensa "nacional" contra la amenaza "extranjera" del comunismo y la conspiración judeomasónica internacional. El conflicto se presenta aquí libre de sus elementos épicos (sin por ello negar los actos de heroísmo), sobre todo a través de la vivencia de los actores concretos.
De este modo, el autor, sin descuidar los nexos casuales que encadenan los sucesos, sitúa su observatorio en la proximidad de los hombres, a ras de tierra, para contraponer a la imagen convencional de los brillantes ejércitos en sus coloridos uniformes y en ordenada formación de soldaditos de plomo, la otra realidad de las tropas que "antes parecían cadáveres andantes que hombres dispuestos a defender su patria", de los desertores, "mozos aptos para el servicio (que) se han derramado por los campos, acogiéndose a las posesiones y haciendas...
y se han refugiado en las Islas que forma el Río...", de los notables que cometen abusos y sólo se interesan por "quién ha de mandar, quién ha de robar más y quién ha de pagar menos", del odio contra el ejército de ocupación que cometen los peores desmanes en los pueblos, donde "el esposo ha visto violar a la esposa, el padre a sus hijas, el hijo a su anciana madre", del discurso del clero oscilando entre la santificación de la contienda contra el "hereje francés" y la aceptación de los males como castigo divino, pues "el Altísimo, que es el Dios de la furia y la venganza, acude de nuevo a los españoles para convertirlos".
Así, los mitos y las visiones eufóricas del conflicto ceden ante una realidad infinitamente más compleja que sólo los testimonios reunidos pacientemente por el historiador pueden restituir. Ronald Fraser, con su sabiduría y su tenacidad, y dejando a salvo algún ocasional exceso verbal ("la infamia de los Borbones"), nos recompone un mundo apenas entrevisto por los analistas que, moviéndose exclusivamente en el terreno de las grandes declaraciones, desestiman la experiencia real de unos hombres acosados por las miserias de la guerra. En suma, un excelente libro para inaugurar el presente curso historiográfico.
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