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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La calle más cara

La calle de Pelai es noticia. Es la más cara de la ciudad si aplicamos el índice de precios de alquileres de locales comerciales. El récord anterior lo tenía el Portal del Àngel, pero, según las estadísticas, el metro cuadrado anual de alquiler cuesta 2.500 euros, una cifra que sus inquilinos suelen dividir entre el número de días para hacerla más digerible (6,84 euros diarios el metro cuadrado). A primera vista, la calle no parece haber experimentado ningún cambio desde que alcanzó este récord de discutible mérito. Sigue llevando el nombre de un primer rey de Asturias y ejerce de atajo entre la plaza de la Universitat, la Rambla y la plaza de Catalunya. Lo lleva haciendo con este nombre desde 1900, ha visto llegar a cientos de millones de visitantes y es uno de los lugares más transitados de Barcelona. No tiene, sin embargo, ningún monumento, a no ser que consideremos monumento el restaurante chino Confucio, en el que el cerdo con puerros y champiñones se cotiza a 4,65 euros.

La modernización ha modificado cosas en la calle de Pelai pero, analizada sin el lastre de la nostalgia, la calle siempre ha sido mutante

Concebido como un atajo eficaz y transversal, repito, la calle de Pelai cuenta con un afluente peatonal que ocupa lo que antaño fue el patio de las oficinas de la empresa Alsina Graells. La modernización de la zona ha modificado algunas cosas pero, analizada con una perspectiva acumulativa y sin el lastre de la nostalgia, la calle siempre ha sido mutante. Cada generación tendrá, supongo, algún recuerdo relacionado con esta calle. Los míos tienen que ver con el cine del mismo nombre, una doble sala (Pelayo y Petit Pelayo) de moqueta pringosa, en la que había un reloj luminoso en la pared que permitía a los despistados que nos refugiábamos allí saber la hora en todo momento. Que tuviera sesiones matinales facilitaba las cosas y permitía a los malos estudiantes dejar pasar las horas sin levantar sospechas y a algunas parejas saciar sus urgencias. Sólo recuerdo una película de las que vi allí: Emmanuelle. No es una película cualquiera y marcó tanto a su protagonista, Sylvia Kristel, como a algunos de sus espectadores. La sala, aquel día, estaba llena a rebosar y se respiraba una atmósfera de momento histórico. La transición de verdad empezó allí, viendo cómo aquella chica de 21 años se convertía en símbolo de la liberación sexual femenina. Tampoco era una actriz cualquiera. Entonces estaba liada con el prestigioso escritor Hugo Claus, al que abandonó para marcharse a Hollywood. Lo último que he sabido de ella es que ha escrito unas memorias en las que cuenta cómo ha superado dos cánceres y lo que le ha costado dejar algunos de sus vicios más preciados y destructivos.

En el cine que sustituyó a los Pelayo (Lauren Universitat) no hay ninguna placa conmemorativa que recuerde aquel histórico estreno. La calle con locales comerciales de alquiler más caros, pues, no presenta ningún detalle que invite especialmente a liberarse sexualmente. Hay, eso sí, un par de tiendas de lencería popular, un montón de franquicias textiles y en el escaparate de la farmacia Durán, un anuncio de champú anticaída en el que puede leerse: "No esperes a que los demás lo noten". Muchos de los cambios que se producen en una calle de estas características son imperceptibles. Son tantos y tan variados que, de repente, olvidamos qué comercio había allí donde ahora hay nuevos hoteles que se suman a los de antes (el Lleó, el Catalonia-Ramblas, el Inglaterra, el Pelayo, el Marvi, el Jazz, el Monegal, el Atlantis). Que haya un salón recreativo en la zona norte (Marvi) y otro en la zona sur (New Park) resume bastante bien el espíritu del crecimiento comercial barcelonés: tragaperrismo puro.

A primera vista, el visitante es asaltado por estímulos de moda, la tradicional y pequeña tienda Palau de Scalextric, el MacDonalds de rigor, varias tiendas de calzado y una librería, Happy Books, en la que te dan la bienvenida montañas de libros sobre sudoku. Pero una vez asimilada la agresiva presencia de estos impactos, puedes recrearte en el detalle: un cartel casero pegado a la pared en el que se anuncian clases de tango impartidas por Graciela y Osvaldo o un curso de piercings y tatuajes. En el Viena, local lingüísticamente normalizado, puedes buscar una auténtica pausa para el bocadillo mientras lees uno de los carteles: "Un equip humà sempre al vostre servei". Lo de humà puede sorprender pero está bien anunciarlo teniendo en cuenta la animalidad del sector más negligente de nuestra hostelería. Siguen allí algunos locales que resisten al paso del tiempo: una residencia de la tercera edad, algunas sucursales de cajas de ahorro, la central fotocopiadora (desde 1939), varios negocios de fotografía. Otros elementos, en cambio, son más provisionales, como la gigantesca lona publicitaria que cubre un edificio en fase de reforma, retrato de cinco jóvenes made in Dolce & Gabbana, puro erotismo gay. Pero, de todos, el elemento más sorprendente no es comercial sino municipal. Se trata de una señal de tráfico que dice así: "La Rambla. Zona de pacificació del trànsit". Este cartel induce a pensar que hemos vivido un largo periodo de guerra.

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