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Nuestro 'sí' a la Constitución europea

Tras haber leído y debatido el artículo de José Vidal Beneyto (Un 'no' con vocación de 'sí', EL PAÍS, 16 de septiembre), hemos preferido contestar conjuntamente a nuestro viejo compañero de fatigas y conspiraciones. Llevamos casi medio siglo de encuentros y desencuentros en nuestra perseverante, más que obstinada, lucha por la libertad y la democracia primero en España y luego en Europa, como tres "socialistas a fuer de liberales" que somos, por retomar la gran definición de Indalecio Prieto. Esperamos que a Pepín no le moleste ser tratado de liberal a pesar del anatema establecido en el vocabulario político francés sobre esta hermosa definición política de origen hispano.

¿Por qué seguimos defendiendo la Constitución europea? Ante todo, porque es hija nuestra, luchamos para que se hiciera en la primera Convención abierta y democrática en la Unión Europea y porque es el primer intento exitoso de democracia supranacional en la historia de la Humanidad: una Unión formada por Estados-Nación y ciudadanos, con valores y objetivos que responden más a nuestro pensamiento y visión del mundo que la mayor parte de las Constituciones de sus Estados miembros. Por eso, nos ratificamos en el carácter revolucionario de un proceso, que cuenta ya en su haber con una mayoría de Estados y ciudadanos a favor del sí, además del apoyo sostenido del 75% del Parlamento europeo, amén de las interesantes sugerencias que surgen en el escenario político galo para encarrilarlo de nuevo en casa. No está de más recordar que se trata de un compromiso común firmado y en vías de ratificación con unos gananciales importantes (democracia, modelo social, además del mercado único y el euro) por lo que no es aceptable el derecho de veto.

La realidad cotidiana nos muestra la importancia de los avances introducidos en la Constitución europea -que conviene recordar no es un programa de partido para gobernar, sino de un marco de convivencia democrática- con la proclamación de la laicidad y la cláusula de solidaridad de enorme valor contra el terrorismo, una carta de derechos fundamentales vinculante en la que se contiene la primera definición del modelo social europeo; la democracia representativa y la participativa con la iniciativa legislativa por un millón de ciudadanos, así como la definición del entorno próximo, de gran valor en el área mediterránea.

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De cara a su funcionamiento entre 25 y pronto 27 Estados, importan la consagración de la primacía del Derecho comunitario, la desaparición del veto en 21 materias, la ampliación del procedimiento legislativo de la codecisión a otras 38 y el impulso a la capacidad decisoria del Consejo con la doble mayoría y la publicidad.

Su vigencia posibilitaría pasar del chalaneo a la hora de establecer las perspectivas financieras a un sistema de ingresos más democrático, una regulación de la libertad de servicios que tuviera más en cuenta los servicios públicos, un impulso en la política de inmigración y refuerzo en la política de control de fronteras exteriores o de la política exterior en la línea de nuestro papel en Líbano, con unas cooperaciones reforzadas mal previstas en los Tratados vigentes y que podrían convertirse en un sugestivo banderín de enganche. Lo curioso es que frente a éste y otros instrumentos de mejora, la campaña del no de los europeístas en Francia -el otro no, el de los soberanistas, no tenía problemas, al estar en contra del proceso desde su inicio- paradójicamente partía del sofisma de atacar el texto constitucional a partir del vigente.

Ciertamente, el texto no es ni perfecto ni intocable. Sólo lo son los dictatoriales. Podemos coincidir con Vidal Beneyto en el rechazo de los excesos de monetarismo derivados de los Tratados vigentes en relación con la Unión Económica y Monetaria si un debido avance en el gobierno económico, o el mantenimiento de la unanimidad en algunas dimensiones fiscales y sociales, temas no intocables por otra parte. Porque uno de sus argumentos, muy empleado en la campaña del referéndum francés, es la falacia de la irreversibilidad de la Constitución, que haría imposible su modificación. Sin embargo, el procedimiento ordinario por unanimidad se mejora al incluir la necesidad de convocar una Convención y asimismo se introduce en la fase ratificatoria la mayoría reforzada de 4/5. Pero además se introducen otros dos sistemas: el simplificado y el simplificado relativo a las políticas internas de la Unión, en donde basta una decisión por unanimidad por parte del Consejo Europeo para lanzar el proceso. La cuestión será, por tanto, más el lograr mayorías políticas que intentar construir castillos en el aire porque no gusta la propuesta de modificación del edificio institucional actual.

Un último argumento es el revoltijo entre el desencanto, el malestar, la mundialización y la xenofóbica imagen del fontanero polaco (profesionales tan buscados como el resto de sus colegas en toda Europa), factores tan alegados en el estropicio causado en Francia. Es evidente que la Constitución no es un bálsamo de Fierabrás para tantos y tan diversos problemas, lo cual no significa que haya que renunciar a fortalecer una Unión Europea en plena crisis de madurez. Es como si a un adolescente en pleno crecimiento se le negara toda posibilidad de refuerzo vitamínico o de su dieta so pretexto de que le duelen las articulaciones. Una Unión Europea que precisamente trata de incluir entre sus objetivos el desarrollo sostenible con preservación del medio ambiente, la economía social de mercado competitiva, la igualdad de género, la cohesión económica, social y territorial y, de cara al mundo, la adhesión a la ONU, al multilateralismo, al comercio libre y justo, la paz y la seguridad en el planeta.

No es ésta hora de lanzarnos reproches, sino de aprovechar los momentos privilegiados de decisión que representan las crisis. Nos quedamos con la mano tendida del título del artículo de Vidal Beneyto: Un 'no' con vocación de 'sí'. De acuerdo, si añade un no a su no, tendremos un común que nos permitirá reencontrarnos y avanzar, una etapa más, en nuestra causa común.

Enrique Barón Crespo es eurodiputado y presidente de la Comisión de Comercio Internacional del Parlamento Europeo; Carlos Brú Purón fue eurodiputado por el Partido Socialista desde 1986 hasta 1999.

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