_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Empresas

Rosa Montero

Como he nacido y crecido en una España paupérrima (para hacernos una idea de lo amplia y reciente que ha sido nuestra miseria, recordemos que hasta mediados de los años setenta no se consiguió la plena esco-larización), ahora me resulta chocante observar nuestra petulancia de nuevos ricos y la manera en que estamos penetrando económicamente en otros países, sobre todo en Latinoamérica. Resulta que nuestras compañías se instalan por doquier y levantan, con razón o sin ella, inacabables resquemores. Se protesta contra Repsol, contra Iberia, contra los bancos. Se protesta contra nosotros, contra nuestras empresas, en todos los países latinoamericanos. Cáspita, resulta que ahora somos los poderosos y los malos. Es una sensación francamente rara.

Detesto las simplificaciones y, como es natural, no pienso que las empresas sean el diablo ni que las multinacionales esclavicen el mundo. Creo que, cuando un país pobre no logra salir adelante, la causa principal suele ser la corrupción e ineptitud de su clase dirigente. Pero también es cierto que todo poder (también el económico) tiende a ser absoluto y eterno: por eso es necesario controlarlo. Un país con una democracia frágil y una sociedad civil débil está más inerme frente a las arbitrariedades empresariales. Como en Nicaragua, por ejemplo. Unos amigos nicas me cuentan la pesadilla que están viviendo: llevan meses sufriendo terribles cortes de energía de hasta 15 horas al día. La precaria economía familiar se ha colapsado al perder los alimentos perecederos; los pequeños negocios de comidas, las pulperías, tan comunes allí, se han hundido. La gente no se atreve a salir de noche a las oscuras calles por el aumento de la delincuencia. Los hospitales están paralizados y los enfermos mueren sin poder ser operados ni atendidos. Todo este caos está servido por Fenosa, que es la empresa que distribuye la energía en Nicaragua. Fenosa alega pérdidas y que no puede pagar a las compañías generadoras de electricidad. Yo no entro en razones comerciales, pero sí sé que una situación tan disparatada sería inadmisible en Europa, en España. Lo habrían arreglado de algún modo. Pero aquello, claro, es la pobre y olvidada Nicaragua.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_