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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Choque de populismos

Todo ha quedado pospuesto en Ecuador hasta finales de noviembre, cuando los dos aspirantes a la presidencia mejor colocados el domingo disputen la definitiva vuelta electoral. En este choque de populismos, ni Álvaro Noboa, pese a su inesperada ventaja de cuatro puntos, ni Rafael Correa han conseguido en la primera ronda los suficientes votos como para proclamarse vencedores de unos comicios seguidos con inusitado interés, por cuanto su desenlace puede alterar significativamente el dibujo de las alianzas en los países andinos y en general en Iberoamérica.

Correa, sin el recuento concluido, ha denunciado irregularidades electorales sin aportar pruebas. Pese a los pronósticos iniciales, el joven candidato izquierdista, admirador de Hugo Chávez, no ha conseguido que los ecuatorianos prefieran sus promesas de entrar a saco en la corrompida vida política del país y reformarlo de arriba abajo a las de su antagonista Noboa. El magnate bananero, que se autoproclama mensajero de Dios y aspira por tercera vez a la jefatura de Ecuador, ha hecho campaña ofreciendo a todos vivienda, empleo y digna atención sanitaria.

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El cuadro político-económico ecuatoriano es muy preocupante. Tres presidentes en los últimos 10 años han sido expulsados por las protestas callejeras, el último en abril de 2005, y las encuestas muestran un bajísimo aprecio por la idea democrática. El descrédito de los políticos y del Parlamento, tras el retorno en 1979 a los usos democráticos, se extiende a los partidos y al poder judicial. Al degradado paisaje institucional le acompaña una situación económica que mantiene en la pobreza y el desempleo a más de la mitad de los 13 millones de ecuatorianos, pese a la bonanza petrolífera de los últimos años. La formidable emigración a España es una de sus consecuencias.

Este contexto puede hacer atractiva la cirugía radical que predica Correa. De ella forman parte, además del rechazo explícito de los acuerdos comerciales o militares con EE UU, un inquietante desprecio por las obligaciones derivadas de la deuda exterior -chocante al menos viniendo de un ministro de Economía- o la sustitución del Congreso por una Asamblea Constituyente, en la estela refundacional de Venezuela o la Bolivia de Evo Morales. Sería deseable, sin embargo, que las semanas que restan hasta la votación definitiva sirvieran a los aspirantes para refinar su mensaje. Lo que menos falta hace en el atribulado Ecuador son mesianismos de uno u otro signo.

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