"Los jóvenes han perdido la capacidad de descifrar la ironía"
"Durante el último medio año de la II Guerra Mundial, en Holanda todo el mundo había perdido su código moral", apunta el director Paul Verhoeven a propósito de Black Book, su última película, programada en la sección Première del Festival de Sitges. Relato de espionaje y Resistencia, Black Book logra armonizar el sentido del espectáculo de la etapa americana de Verhoeven con la mirada cruda y ajena a tópicos de sus comienzos holandeses. Hay muchas otras claves que la delatan como película inequívocamente verhoeviana: una heroína -la soberbia Carice van Houten- que vive su sexualidad sin asomo de culpa y una mirada desencantada que desvela rincones oscuros incluso en la moral, presuntamente heroica, de los miembros de la Resistencia. Según Verhoeven, "Rachel, la protagonista, es menos oportunista que otros personajes femeninos de mis trabajos como la Sharon Stone de Instinto básico o la Elizabeth Berkley de Showgirls. Lo que hace no es inmoral: se enamora de un nazi, pero eso no estaba previsto. En ella no hay maldad, es bastante limpia. Eran tiempos extraños y ocurrieron muchas cosas idiotas. Los alemanes sabían que estaban perdiendo y muchos holandeses abusaron de la situación".
"A través del cine recuerdo mis experiencias sexuales, y eso hace que mis películas resulten auténticas"
Candidata holandesa a la carrera de los Oscar, Black Book supone la reconciliación del director con la industria de su país, que había tildado su cine como decadente y pervertido: "Pese a tratarse de un país liberal, el que en mis películas hubiera escenas de sodomía y planos de erecciones resultaba demasiado para ellos. Fui un poco más allá de lo que consideraban aceptable, aunque todo lo que mostré era parte de la realidad", alega el cineasta. Para él, la importancia del erotismo en películas como Delicias turcas o Katie Tippel sólo responde a una voluntad de ser consecuente con sus propias experiencias: "Nunca he mostrado escenas sexuales en las que no haya estado yo mismo, a través del cine recuerdo mis propias experiencias sexuales y eso hace que aquéllas resulten auténticas. En Holanda, por ejemplo, han criticado mucho la escena de Black Book en la que Rachel se tiñe el vello púbico. La han tildado de innecesaria. Pues bien, es un elemento esencial porque Rachel es una judía que tiene que simular ser aria y necesita proceder de ese modo. Seguro que otros directores, ante la misma historia, se habrían parado a pensar en ese detalle, pero quizás no se hubiesen atrevido a rodarlo".
Películas como Robocop, Desafío total e Instinto básico cimentaron la fama del cineasta holandés en EE UU. Su nombre se convirtió en sinónimo de éxito de taquilla, hasta que, con Starship Troopers y Showgirls, las cosas se torcieron y empezó un largo desencuentro con la crítica y, posteriormente, con el público: "Entre los jóvenes parece haberse perdido la capacidad de descifrar la ironía. Muchos espectadores fueron incapaces de diferenciar entre contenido y estilo. En Starship Troopers, por ejemplo, el estilo estaba basado en el cine de Leni Riefensthal, la gran cronista cinematográfica del Tercer Reich. Directamente, copié sus imágenes y sus composiciones de plano para hablar de la corriente subterránea de fascismo que se estaba abriendo paso en EE UU. El país se estaba desviando hacia un modelo de sociedad fascista. La película se estrenó cuatro años antes del 11-S y quería delatar que había algo enfermizo en esos héroes dispuestos a morir por su patria. Al final, la película resultó profética: tras el 11-S, Bin Laden se refugió en su red de cuevas, un entorno bastante parecido al que servía de guarida a las arañas extraterrestres de Starship Troopers. Entonces, nadie pilló esas claves y la consideraron una película neonazi".
Verhoeven sabe que el paso del tiempo es el mejor antídoto para este tipo de malentendidos: en 1996, Showgirls recibió siete premios razzies -los anti-Oscars concedidos a las peores producciones del año- y, en el año 2000, fue honrada con el razzie a la peor película de la década. Diez años después de su estreno, Showgirls ha sido objeto de reivindicación y ha encontrado a su público ideal en la comunidad gay norteamericana que, según el director, "organiza sesiones donde los asistentes se travisten como las strippers de la película y recitan de memoria todo el texto del guión. Tanto esta película como Starship Troopers tenían un significado que derivaba del estilo. Y fue ese estilo lo que utilizaron para condenarme".
A pesar de sus claroscuros morales, sus estallidos de violencia y su puntual procacidad, Black Book cierra la puerta a todo tipo de lecturas erráticas: "Es más fácil de entender, es muy directa, es lo que es. No hay ironía. Eso sí, contiene muchos elementos que jamás verías en una película americana", insiste Verhoeven, que ha recibido en Sitges un premio al conjunto de su carrera.
HOY
Los abandonados, de Nacho Cerdá. Terror puro y ecos filosóficos en el debut de un galardonado cortometrajista
Fido, de Andrew Curie. Comedia negra canadiense con zombies reintegrados a la sociedad
The ungodly, de T. Dunn. La grabación de un asesinato impulsa una perversa trama de cine dentro del cine
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.