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Reportaje:

La impronta de un genetista

La Fundación Grífols celebra un acto de homenaje al investigador Josep Egozcue

Milagros Pérez Oliva

Siempre que se quiere honrar la memoria de alguien que ha tenido proyección pública, suele decirse que ha dejado una gran impronta. Si esa persona ha sido profesor de numeroras promociones de científicos, las referencias a la impronta son algo más que un mero recurso retórico. Y si además esa persona es un especialista en biología celular y quienes hablan de la impronta son algunos de los más reputados genetistas, la palabra adquiere una dimensión especial. Estamos hablando de una impronta indeleble, como esas señales que reciben las células del organismo capaces de determinar el comportamiento de sus genes e inducir cambios estables que se trasmiten a las generaciones siguientes. Así es la impronta que ha dejado Josep Egozcue, catedrático de Biología Celular de la Universidad Autónoma de Barcelona fallecido el febrero pasado a los 65 años, a juzgar por lo se dijo de él en un acto de homenaje convocado el martes por la Fundación Víctor Grifols, que preside la catedrática de Ética Victoria Camps y de la que Egozcue fue vicepresidente.Científico comprometido, presidió la Sociedad Europea de Reproducción Humana y perteneció a gran número de organismos. La suya fue también una impronta emocional, pues todos los que glosaron su figura lo hicieron con voz temblorosa y ojos empañados. Como "ejemplo de científico humanista, prestigioso y capaz de plantearse preguntas más allá del ámbito científico y técnico", le describió Victoria Camps. Fue uno de los primeros científicos que se adentraron en la bioética. A esta faceta se refirió Marcelo Palacios, presidente de la Sociedad Internacional de Bioética. Egozcue, dijo, "fue un constante manantial de saber para todos nosotros" y aportó su saber a una disciplina nueva, la bioética, "ese puente tendido al futuro para poder ser más felices conociendo mejor la biología y el entorno en que vivimos". Enérgico y firme en sus convicciones, "no quería patrimonializar la verdad: le bastaba con el respeto", destacó Palacios.

En biología, impronta es también ese apego especial hacia la figura del progenitor que Korand Lorenz observó en los pájaros y que hace que los polluelos adopten como madre a la primera figura que ven cuando rompen el huevo, aunque sea de otra especie, el mismo que hace que algunas aves alimenten como propios a todos los polluelos que encuentran en su nido, aunque alguno de los huevos no sea suyo. De las palabras de las tres biólogas que intervinieron en el acto, podría deducirse que la cátedra de Egozcue fue un acogedor nido en el que muchos de los actuales genetistas desarrollaron un apego especial por la figura del padre-mentor que les protegió durante los primeros pasos profesionales. Isabel tejada, ex presidenta de la Asociación Española de Genética y jefa del laboratorio de Genética Molecular del Hospital Cruces de Baracaldo, recordó una de las frases-impronta con que Egozcue les marcó: "No se ve lo que no se busca". "Nos enseñó", dijo, "que hacer citogenética era algo más que ordenar cromosomas y que los biólogos éramos algo más que simples técnicos de laboratorio". Francesca Vidal, catedrática de Biología de la Reproducción de la Universidad Autónoma, recordó que "siempre tenía la puerta de su despacho abierta y siempre que entrabas para preguntar algo, salías con más trabajo. Consideraba muy gratificante que los estudiantes le hablaran de tú con respeto. Él se lo pasaba bien, y nosotros también".

Ana Veiga, directora del Banco de Líneas Celulares de Barcelona, se refirió a él con los ojos empañados: "Fue una persona absolutamente determinante en mi trayectoria profesional". No sólo dirigió su tesis doctoral, sino que colaboró con ella cuando impulsó en el Instituto Dexeus el programa de fecundación in vitro que permitió el nacimiento de Victoria Ana, la primera bebé probeta de España.

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