_
_
_
_
Tribuna:SOBRE LA CALIDAD DE LA DEMOCRACIA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La paradoja del mentiroso

Joaquín Estefanía

Los sociólogos tratan de explicar el cambio en los comportamientos ciudadanos ante determinados pecados de la democracia: por ejemplo, por qué hay más sensibilidad en unos momentos que en otros -y en unos países más que en otros- ante la mentira y la manipulación política (o ante la corrupción). Mientras nos llega una respuesta convincente, convengamos que la democracia es dinámica, que la impulsamos o retrocede. Como explica el intelectual italiano Paolo Flores D'Arcais, la aniquilación de la verdad y la aniquilación de la democracia caminan al mismo ritmo, constituyen dos indicadores recíprocos y convergentes: las libertades públicas y las mentiras políticas circulan de forma inversamente proporcional.

El grado de tolerancia con respecto a la mentira política es un indicador barométrico de la calidad de la democracia. La mentira es afirmar algo que sabemos falso, con la intención de engañar o confundir. Al mentir, el mentiroso acrecienta su propio poder y reduce el nuestro. El profesor norteamericano Michael P. Lynch (La importancia de la verdad para una cultura pública decente. Ed. Paidós), dice que creemos que el mentiroso está contando sinceramente su verdad y, al creerle, cedemos parte de nuestra libertad en función de la mentira. Pasamos a estar sometidos a la voluntad del otro.

Para que funcionen, las democracias necesitan que sus decisiones sean informadas. Ello significa que los representantes de los ciudadanos han de ser tan veraces como sea posible. "Sin esa sinceridad pública, el ciudadano de a pie", escribe Lynch, "no puede, por ejemplo, tomar una decisión acertada sobre el candidato que mejor representa sus intereses. Y en la medida en que no pueden tomarse esas decisiones, el proceso democrático resultará ilusorio y el poder del pueblo quedará reducido a un mero eslogan". Eso es la democracia herida. José María Maravall (El control de los políticos. Ed. Taurus) insiste en la tesis: los ciudadanos deben tener una capacidad real de premiar o castigar a los políticos; si éstos disponen de mayor o mejor información que los votantes, su control se hará difícil. El control democrático depende de que los ciudadanos dispongan de información verdadera y en tiempo, para atribuir responsabilidades a sus representantes. "Sucederá entonces que las estrategias de los políticos consistirán en la manipulación de algunos requisitos, para mantenerse en el poder y maximizar la autonomía de sus políticas". Premonitorio de lo que está acaeciendo en España.

En octubre de 1982 el PSOE ganó sus primeras elecciones por mayoría absoluta. El programa electoral contenía un conjunto de medidas de expansión de la demanda para salir de la crisis. Meses antes, Mitterrand también había vencido en Francia y aplicó otro programa keynesiano puro, al que añadió la nacionalización de algunas de las empresas y de los bancos más potentes. Cuando Felipe González llegó a la Moncloa, lo primero que hizo fue tirar a la basura ese programa electoral (cuyos fundamentos ya habían conducido a la catástrofe, en pocos meses, a Francia) y aplicar un plan de sacrificios que duraría casi una década. Lo contrario de lo que habían prometido. Aquella contorsión no tuvo consecuencias a corto plazo: el PSOE ganó las siguientes elecciones, otra vez por mayoría absoluta. Sólo un lustro después, la huelga general del 14 de diciembre de 1988 hizo pagar a los socialistas los platos rotos de cambiar la expansión por el ajuste, sin una suficiente autocrítica.

Seguramente no se puede establecer una equivalencia mecánica entre aquella rectificación, y lo que acaba de ocurrir en Hungría, aunque existen elementos comunes. El primer ministro socialista, Ferenc Gyurcsány, que antes de las elecciones decía que la economía húngara era un puma que volaba, ha reconocido que mintió "por la mañana, la tarde y la noche" sobre la situación económica, al tiempo que anunciaba un programa de sangre, sudor y lágrimas a sus ciudadanos.

Este principio de siglo es testigo de la emergencia de la mentira y la manipulación informativa como armas políticas. La guerra preventiva como parte de la lucha contra el terrorismo mundial; las armas de destrucción masiva inexistentes y la vinculación de Sadam Husein con Al Qaeda, puestas en circulación por la Casa Blanca en una especie de castillo de naipes con el objeto de justificar la invasión de Irak, son los ejemplos más notables de esa mancha de la democracia, que la hace perder vigor. Menos se recuerda otro caso delirante: a comienzos de 2002, el Pentágono anunció que iba a empezar a mentir oficialmente, a través de una denominada Oficina de Inteligencia Estratégica, cuya misión era difundir a la prensa extranjera lo que se ha venido en llamar "propaganda negra": historias falsas sobre la invasión de Irak. Fue tal la indignación que provocó, que Donald Rumsfeld, secretario de Defensa, hubo de suprimir tal Oficina de forma inmediata. Lynch escribe que "como noticia, la revelación del engaño oficial no habría resultado escandalosa, de no ser por la paradójica circunstancia del propio anuncio público de suexistencia. Ello confirió a los subsiguientes comunicados de prensa sobre el asunto a cargo de Rumsfeld y otros un aire tristemente cómico ('Planeábamos mentir, pero juramos que ahora no lo haremos'). Resulta inevitable la sensación de hallarnos lo más cerca posible de una representación en la vida real de la vieja paradoja del mentiroso: qué hacer con alguien que anuncia que, hablando con sinceridad, es un mentiroso".

Cuando acabe de estudiar lo que ha sucedido en el imperio estos años negros, la teoría política volverá sus ojos a la periferia y analizará con todo detalle lo que sucedió en España a raíz del atentado terrorista del 11 de marzo de 2004, así como durante las tres jornadas que condujeron a las elecciones generales. Es cierto que los sondeos indicaban un giro por el que los socialistas se aproximaban a la derecha y polarizaban la contienda, pero el empujón final del cambio de tendencia tuvo que ver con la utilización de la mentira gruesa como parte del arsenal para repetir victoria (fue ETA la autora de los atentados de Atocha, no los integristas islámicos). Ese uso del terrorismo para la práctica política cotidiana se había repetido, una y otra vez, desde 1996.

Pasar de tener mayoría absoluta a perder las elecciones es una hazaña de la cúpula de entonces del PP. La derecha española cedió el poder por la utilización de la mentira por sus dirigentes más representativos. Dos años después, esa insoportable realidad les resulta lacerante y por ello intentan reescribir la historia (lo mismo que los falsos historiadores reescriben el franquismo). En eso consiste en esencia la teoría de la conspiración sobre los trenes de la muerte: demostrar, contra toda evidencia, la conexión entre ETA y los atentados terroristas, llenar de falsas conjeturas el sumario instruido por la Audiencia Nacional generando un sumario paralelo que provoque la nulidad de las actuaciones policiales y jurídicas y que retrase el comienzo del juicio oral. Ello extendería las dudas y las sospechas en una parte de la ciudadanía y podrían decir: teníamos razón y no mentimos, es injusto lo que nos sucedió en las urnas, ergo hay que repetir la votación. Los mentirosos necesitan fabricar los acontecimientos a su imagen y semejanza.

Como siempre que las mentiras, las manipulaciones o las acciones ocultas salen a la luz en forma de escándalo, la política se convierte en un campo de batalla por la opinión pública. Por ello, esa cúpula política de la derecha que mintió ha buscado y encontrado aliados mediáticos que, una vez incorporados a la teoría de la conspiración, no se resignan a ser subsidiarios de la misma. Por ello el PP es gregario -y no autónomo- de la estrategia a los medios, mientras la agenda política se conforma a partir del flujo de información / manipulación que proporcionan los periódicos y los programas de radio y televisión afines. Piden el "esclarecimiento de la verdad" al tiempo que la enturbian y la degradan.

Lo que existe no es principalmente una batalla mediática ni una mera lucha electoral, aunque también. Me anima que en esta estrategia de la confusión sin reglas ni normas, EL PAÍS y la SER sigan siendo los primeros en audiencia e influencia, y prefiero este PSOE a este PP, aunque no comparta toda la política del primero y no disienta de toda la política del último. Pero lo que nos jugamos es más importante que el ranking de los medios y quién nos gobernará en el periodo más próximo: es el futuro de la democracia española y su calidad. ¿Cómo acercar la política al ciudadano?; ¿cómo exorcizar esa impresión de que todos los políticos mienten por igual y por lo tanto es lo mismo votar por unos o por otros, o no votar?; ¿con qué anticuerpos inmunizar contra la indiferencia? Contesta Flores D'Arcais en su último trabajo El soberano y el disidente (Ed. Montesinos): restituyendo al ciudadano soberanía y poder, garantizándole la decisión sobre la cosa pública. Sólo quien cuenta con los datos informativos esenciales, sin su manipulación, puede decidir con conocimiento de causa. Aquel que es manipulado o engañado no podrá elegir nada, o incluso peor: será inducido a deliberar algo diferente a lo que se imagina decidir.

La democracia es incompatible con la gran mentira política. El político que miente es enemigo de la democracia, aunque haya sido elegido democráticamente. La mentira en un hecho del calibre de los atentados del 11-M y la manipulación sobre su investigación y el juicio de los culpables debería ser suficiente para convertir al político que la practica (y a sus ayudantes) en execrable. No, no es sólo una guerra mediática o una escaramuza electoral. Más allá, es un delito de lesa democracia. Hay que denunciarlo y movilizarse para resistir.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_