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Panamá, su cita con la historia

Como el Nilo, río madre de los antiguos egipcios, el Canal ha sido para Panamá un destino manifiesto. Su independencia de Colombia (1903) está ligada a su construcción, su política ha girado siempre sobre él, su ambivalente relación de amor y odio con los EE UU lo ha tenido en su centro y si Omar Torrijos es un héroe nacional es porque logró, en su célebre tratado con el presidente Carter (1977), la reversión plena de la histórica vía y sus territorios aledaños.

Desde el primer día de enero de 2000, los panameños ejercen plenamente la soberanía sobre todo el territorio del istmo y además administran el Canal, de propiedad pública. Desmintiendo agoreros pronósticos, el manejo ha sido un éxito y nunca le dio más dinero al Estado (480 millones de dólares en 2005). La cuestión es que, inaugurado en 1914, está prácticamente saturado, al menor percance o trabajo de mantenimiento se forma una cola de buques a su entrada y -lo que es aún peor- la tendencia mundial a construir buques más grandes lo puede deslizar a la pendiente de su decadencia. Es ahora o nunca, entonces: o se construye un tercer juego de esclusas, a un costo estimado en 5.250 millones de dólares, o el país, resignadamente, comienza la cuenta regresiva de su retroceso económico y estratégico. La decisión la tomará el pueblo, convocado por mandato constitucional para un referéndum el día 24 de octubre, que será histórico, bajo la presidencia de otro Torrijos, Martín, hijo del caudillo al que -como a su padre- le ha llegado su cita con la historia.

La autoridad administradora del Canal -estatal pero autónoma- ha presentado un ambicioso proyecto de ampliación, que el Gobierno ha hecho suyo y ahora se somete a esa decisión popular. Como siempre en estos casos, no falta la oposición que trata de capitalizar cualquier motivo de enojo con el Gobierno, tal cual ocurre con la izquierda radical -asentada en el prejuicio ideológico- y el ex presidente Endara. En una línea de oposición más conceptual aparece Fernando Manfredo, el primer administrador panameño de la vía inter-oceánica, quien reconoce la necesidad de un tercer juego de esclusas que ensanche el paso pero que se opone al procedimiento elegido. Se queja de la politización del debate y de que el pronunciamiento se dará sobre un proyecto, cuando lo decisivo son los contratos de ejecución, que vendrán más tarde. Estima que el costo de la solución elegida es desmesurado y que el endeudamiento pesará sobre el país como una larga hipoteca, cuando nadie puede asegurar que el crecimiento del comercio entre el Pacífico y el Atlántico mantendrá su ritmo actual de expansión.

El Gobierno en cambio asume el momento como un cruce de caminos: todo indica que el crecimiento comercial proseguirá, que los buques seguirán ensanchándose y que no adaptarse a esa realidad será regalar el futuro a una competencia ya hoy muy poderosa: un sistema multimodal de transporte que une Asia con las dos costas de EE UU empleando grandes buques hasta California y luego ferrocarril y camión para llegar a las ciudades del este norteamericano. (Este sistema ya ocupa el 61% de ese vertiginoso comercio, dejando un 38% para el canal panameño). Se estima que creciendo el tránsito un 3% anual, en 20 años se duplicará el actual flujo y la ampliación se pagará sola, aportándole, además, al fisco panameño, unos 750 millones de dólares anuales durante la construcción, unos 1.200 millones para el 2015 y 3.812 en el 2025, ocho veces los aportes actuales.

Más allá del dinero está el trabajo que genera el Canal, motor dinámico de una economía en plena expansión, que ha erigido a Panamá en un centro de distribución comercial para una enorme región. Esto despierta apetencias inocultables: China desearía financiar toda la obra y desarrollar las cabeceras portuarias que ya explota, en ambos océanos; Japón no le va en zaga y los EE UU no dejan de alarmarse, tanto comercial como geopolíticamente...

El 24 de octubre, entonces, será la hora señalada. Cuando Torrijos padre plebiscitó en 1977 el acuerdo con Carter, ganó 68% a 32%. Ahora, Martín enfrenta un parecido desafío. Las encuestas le son favorables y todo indica que el pueblo panameño apostará al futuro. Negarse a él por algún enojo circunstancial o por un conservadurismo paralizante sería una suerte de suicidio colectivo, lento y amargo. Si hay un país con un camino claro, es Panamá. La geografía y su propia historia se lo imponen, desde los lejanos tiempos en que por allí pasaba la plata del virreinato peruano hacia la Casa de Contratación en Sevilla. Ahora, o inserta su Canal en el nuevo mundo global o, en pocos años, se irá desvaneciendo en la irrelevancia.

Julio María Sanguinetti es ex presidente de Uruguay.

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