_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Chicos sin chicas

Cuando leí que Esperanza Aguirre "subvenciona un colegio en Las Tablas que segrega por sexos" advertí enseguida la mala intención de sus adversarios políticos al tratar de atribuir a la presidenta el gusto de fomentar la separación entre los chicos y las chicas, como si de un alma piadosa se tratara. Y al subrayar el hecho de que el nuevo colegio, donde los dos sexos se juntarán sólo hasta primaria, esté vinculado al Opus Dei, o que sean sacerdotes de Escrivá de Balaguer los que cuiden de las almas de sus alumnos y alumnas, seguramente perseguían dar a entender que la presidenta coincide en la preocupación de los religiosos de la Obra en librar al alumnado de la tentación.

Pero no me parece a mí que Aguirre participe de semejantes inquietudes espirituales, aunque esté en su derecho, ni que sus encuentros con el Opus tengan que ver con otra cosa que con la condición de emprendedores mundanos que poseen también los miembros de esa organización, lo cual necesariamente los hace interlocutores inevitables de la derecha política y de la izquierda sonrosada en los negocios. Estoy seguro de que Aguirre, que por razón de edad no tuvo en las aulas chicos al lado, hubiera deseado tenerlos. Y no por entretenerse en picardías, que tampoco hay que descartarlas, sino por haber podido empezar a competir con ellos desde pequeñita. Sobre todo si ha escuchado a la profesora de la Universidad Carlos III, María Calvo, que sostiene que el fracaso escolar se debe a que los chicos y las chicas aprendan juntos, y que son los chicos en este caso los perjudicados y acomplejados por esa unión.

Pero así como creo que la presidenta no teme a que ellos y ellas descubran juntos el sexo en la cercanía de los pupitres, es probable que su responsabilidad la lleve a considerar que el sexo distrae mucho y tiene sus efectos sobre la capacidad de concentración. Que es seguramente lo que han valorado los dueños del colegio de Las Tablas, sin dejar de tener en cuenta especialmente que al pecado no hay que darle facilidades.

Pero porque defiende el derecho de los alumnos a instruirse también en el pecado es por lo que el portavoz socialista en la Asamblea ha calificado de "machista y apoyado por la extrema derecha" el ideario de este colegio. En lo de la extrema derecha, no sé, pero en lo de machista puede que esté equivocado. Los machistas necesitan siempre tener mujeres al lado, aunque sea para acosarlas, y para entrenarse en eso desde pequeñitos les viene bien estar juntos, con lo cual quizá no les satisfagan estas segregaciones.

De modo que el problema puede ser más religioso que social, pero ahora que ya los chicos estudian en las ursulinas y las chicas en los jesuitas con toda naturalidad, atraídos con normalidad por los pechos nacientes de la chica de al lado, o buscándose en el recreo para dar riendas sueltas a la libido, han de volver otra vez a buscar la colaboración de los compañeros de su mismo sexo para iniciarse en el pecado con el consiguiente peligro de acabar en el matrimonio homosexual y comprometiendo a Gallardón para que los bendiga.

Quizá esto haga reflexionar a monseñor Rouco Varela sobre los peligros de las segregaciones con el fin de ver con qué pecado se corre más riesgo y sin que por eso haya de propugnar la entrada de mujeres en los seminarios.

Pero es posible que la profesora Calvo, defensora de estas segregaciones, que llaman ahora diferenciación, piense que estoy banalizando este asunto, Dios me libre, como si el pecado o las diferencias entre uno y otro pecado no siguieran teniendo su importancia, y que para que no creamos que su discurso es reaccionario, tenga que recordarnos, como lo hizo en televisión en su día, que en Suecia es lo que se lleva, es lo más in.

Me encontrará del lado de la profesora que se le oponía, Elena Martín, de la Autónoma, para quien la variable social es la que más condiciona el fracaso escolar, no la de género. La de género, desde luego, es la que preocupa más a los gestores del colegio de Las Tablas, por sus repercusiones en la vida eterna y porque complica demasiado la tarea de los sacerdotes del Opus: el sexo preocupa más que la pobreza. La variante social es en cambio la que tendría que preocupar más a Esperanza Aguirre. Pero quizá precisamente por eso subvenciona ella colegios como el de Las Tablas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_