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Columna
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Irregulares

Hay un viejo chiste que concluye con un rotundo: "No somos nada. Pero luego dan café". Esta es la respuesta que dan los interpelados por los asistentes a un velatorio cuando les preguntan qué son respecto al difunto: "No somos nada. Pero luego dan café". Ya sé que los peor pensados imaginan que me propongo hablar del PSE. Pues no, se equivocan, bastante tienen los colegas de Eguiguren para traducir al admisible lo del derecho a decidir de los vascos. No, lo del no somos nada viene a cuento de lo que les está sucediendo a muchos inmigrantes. A millares de ellos o quizás a millones.

Resulta que los funcionarios del negociado correspondiente a regularizar su situación parece ser que están empleando unos formularios caducos que invocan una ley de extranjería derogada por Zapatero. Y esto viene durando unos 20 meses. O sea que, desde hace casi dos años, todos cuantos han pasado por ventanilla para solicitar, por ejemplo, la autorización de residencia y trabajo podrían estar en un limbo jurídico. O regresar a la condición de irregulares, pero esta vez gracias al propio Estado que supuestamente les iba a sacar de esa situación. Lo más grande es que la Administración no dispone de formularios válidos, es decir, adaptados a la nueva ley, por lo que sigue perpetuando la anomalía. Y quien dice lo antedicho, o sea lo relacionado con residencia y trabajo, dice todo lo que tiene que ver con autorización de estancia por estudios, autorización de regreso, título de viaje o cédula de inscripción, informe para reagrupación familiar, informe gubernativo para estancia de menores, prórroga de estancia, certificados y solicitud del número de identidad de extranjero.

Esto significa que, después de haber realizado un esfuerzo terrible para salir de las catacumbas, reunir los documentos necesarios -y los innecesarios-, padecer ansiedad por las fechas límite y realizar colas sin cuento, los inmigrantes regularizados no son nada. Sólo que a ellos no les darán café. Quizá una leche, porque como alguien se ponga un poco tiquismiquis -me refiero a alguien de dentro de la Administración- todo lo actuado podría quedar sin efecto y quienes se creían al abrigo del Estado podrían estar tan desamparados como los recién bajados de un cayuco o de un autobús de esos que atraviesan nuestras fronteras y sobre los que la Administración no puede nada, ya que también ahí hay alguna clase de vacío legal.

Visto lo visto, la parte menor del desastre es que los inmigrantes -comunitarios- no pudieran votar en las inminentes municipales después de haberse vendido la cosa como un logro de lo más progre. Lo peor es no saberse nada. Y sentirse encima estafado por una versión sui generis del timo de la estampita. Si fuera inmigrante yo estaría muy preocupado y desde luego ansioso, porque siempre puede haber alguien que, aunque sólo sea por lucirse o por afán de notoriedad -el género humano siempre encontramos motivos válidos para joder al prójimo- impugnara todo lo actuado y acabara con unas señas de identidad tan precarias pero tan duramente adquiridas. No ser nadie es lo que tiene, siempre se está a merced del que es. Aunque sea un botarate o peor persona que el Sacamantecas.

En la novela Watt, Samuel Beckett, del que se celebra el centenario de cuando empezó a ser, resume de manera excelente el fatigoso ejercicio de ganarse un pequeño lugar al sol: "Mañana. Seis, cinco, cuatro horas todavía, horas de viejas tinieblas, de la antigua carga, aligerándose, aligerándose. Y así es por cuanto uno llega a quedarse. ¡Jo! Todos los viejos caminos conducían a esto, todas las viejas sinuosidades, las escaleras sin descansillos que uno ha subido penosamente agarrado a la barandilla, contando los peldaños, con la fiebre de los atajos bajo los largos párpados del cielo, los desolados caminos del campo en los que tus muertos te acompañan, sobre los tenebrosos guijarros el alto en el camino para mirar una vez más, por última vez, y ver las luces del villorrio, las citas cumplidas y las citas incumplidas". Pues eso. ¡Ay de quienes no son!

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