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Reportaje:

San Sebastián, escenario de espías

Un libro relata la historia de la red que se creó en la capital guipuzcoana para informar a los británicos sobre los alemanes

Elena Richard Astier tiene 81 años, pero recuerda como si fuera ayer la tarde del 3 de abril de 1942. Aquel día, Viernes Santo, dos policías españoles y dos agentes alemanes de la Gestapo tocaron el timbre del domicilio familiar, en la céntrica calle donostiarra de San Sebastián, preguntaron por su padre, Jean André Richard, y se lo llevaron detenido. A finales de 1943 fue juzgado por el Tribunal Militar de Madrid y condenado a cárcel por espionaje durante la Segunda Guerra Mundial.

Jean André Richard es uno de los protagonistas del libro La estación espía. Las claves de la derrota de los nazis en los Pirineos (Ediciones Península), en el que el periodista Ramón Javier Campo (Huesca, 1963) relata la labor de la red de espionaje número 23.031. Este grupo cubrió las rutas entre la estación internacional de Canfranc, Zaragoza y San Sebastián, y entre Irún y la capital guipuzcoana, para remitir información sobre los alemanes al Gobierno británico. Londres se enteró así de datos vitales sobre las tropas de ocupación alemanas en Francia y sobre el tráfico de mercancías estratégicas.

"Canfranc se convirtió en una mina" para los aliados, cuenta Campo en 'La estación espía'

La red surgió en junio de 1940 en San Sebastián y estaba compuesta por 30 personas vascas, aragonesas y francesas de distintas ideologías, tanto de derechas como de izquierdas. Tres ciudadanos franceses que habían intervenido en la Primera Guerra Mundial y vivían en la capital guipuzcoana -Robert Paloc, André Nodon y Jean André Richard- se reunieron en la iglesia de las Carmelitas tras la rendición del Mariscal Pétain ante Hitler. Los tres se conjuraron contra los nazis y se pusieron al servicio de la Embajada británica en Madrid.

"Se produjo una entrevista en el Hotel Continental de San Sebastián entre el coronel Stimson, responsable del espionaje británico en España, y el agente Robert Paloc. (...) Allí se cerró la creación de la red 23.031 y su mecanismo de funcionamiento. Los agentes franceses y españoles debían hacer llegar cada lunes al Consulado británico de San Sebastián las cartas con las informaciones recogidas en Francia a través de las fronteras de Irún y Canfranc, y las recopiladas en el área de Guipúzcoa, La Rioja, Navarra y Aragón. El cónsul, el señor Goodman, a quien se dio el apelativo de Cabeza de ajo, las remitía luego por valija diplomática a la Embajada inglesa en Madrid", escribe Campo.

La vigilancia de la frontera de Hendaya por los nazis limitó bastante la tarea de la red de espionaje, según apunta el periodista aragonés en su libro. En cambio, Canfranc "se convirtió en una verdadera mina para los británicos, porque la frontera aragonesa quedó en la Francia libre".

Otro de los protagonistas de La estación espía es precisamente Juan Astier Echave, sobrino de Jean André Richard, quien trabajaba como oficial aduanero en Canfranc. Ambos se solían citar en Zaragoza, donde Juan entregaba a su tío información procedente de la frontera y del sur de Francia, según cuenta la obra.

El libro es fruto de una investigación a la que no es ajeno Emilio Astier, nieto de Juan Astier Echave. El joven siempre había oído en las comidas familiares bromas sobre la actividad de espionaje de su abuelo, pero no sabía si eran realidad o leyenda. Movido por la curiosidad, hace tres años logró consultar los archivos del Tribunal Militar de Madrid, en los que constató que todo era verdad, según rememora ahora con emoción.

"La red de espionaje británico 23.031 estuvo operando entre San Sebastián y Canfranc durante dos años, entre 1940 y 1942, los más duros de la Segunda Guerra Mundial, cuando las tropas del Tercer Reich se adueñaron de media Europa, la contienda se inclinaba del lado de los países del Eje y Hitler apremiaba a Franco para que España entrara en la guerra", explica La estación espía. Los miembros de la red fueron condenados en diciembre de 1943 a penas de entre tres y cinco años de cárcel, no demasiado severas. "El rumbo de la guerra estaba cambiando", argumenta Campo.

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