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Columna
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Vía Dolorosa

¿Se puede estar con las víctimas del terrorismo y apoyar al mismo tiempo la política antiterrorista del presidente Zapatero? La pregunta me surge dolorosa tras la manifestación de Sevilla organizada por la AVT. Bien, llevo algo así como quince años escribiendo contra ETA, y algunos más asistiendo a manifestaciones y concentraciones para repudiarla. Un antiguo alumno mío, escritor y creo que cercano a las posiciones de Batasuna, ironizaba sobre mí hace un par de años en su blog en los siguientes términos: recordaba que yo ya estaba contra ETA cuando todo el mundo parecía estar a favor de ella, y esperaba que ahora que todo el mundo parecía estar contra ETA yo cambiara de rumbo. Cuestión de huevos, que se suele decir; o quizá de una personalidad díscola o arrogante que puedan atribuirme y que me llevaría a estar siempre justo donde no se encuentren los demás. Lamento, sin embargo, tener que decepcionarle a mi antiguo alumno, ya que sigo estando donde estuve, posición a la que no me llevaron ni la arrogancia ni el valor. Nada ha cambiado en lo esencial en mí, por lo tanto, pese a que apoyo la iniciativa de Zapatero para acabar con el terror y a que no hubiera podido asistir, por no estar de acuerdo con su convocatoria, a la manifestación de Sevilla.

Tras la declaración precedente, es posible que haya quienes piensen que mi antiguo alumno tenía, en efecto, razón. Serán de esa opinión muchos de los que asistieron en cuerpo o en espíritu a esa manifestación y que comparten el criterio de que la política de Zapatero es puro entreguismo y que quien la dirige es precisamente ETA. Si nuestro presidente es un rehén de la organización terrorista, que fue quien la llevó al poder mediante el golpe más inverosímilmente rocambolesco que conoce la historia, nada puede hacer sino pagarle los servicios prestados y dejarse guiar por ella, ya que, de otro modo, con la misma moneda con que le entregó el poder podría arrebatárselo. Omnipotencia de ETA para quienes tanto alardean de que se hallaba en las últimas. Y omnipotencia de la razón en quienes quieren saber la verdad que sólo anida en sus cerebros. La verdad siempre espera su parusía y sólo se anticipan a ésta quienes están dotados de espíritu profético. Pero cuando el salfumán se convierte en ácido bórico la cosa resulta patética. Que semejante engendro haya podido trascender la fantasía de cuatro chiflados y convertirse en doctrina para el segundo gran partido español y para quienes organizaron la manifestación de Sevilla clama no sé si al cielo, si al psiquiátrico o si al secular subdesarrollo español, tan proclive a los inventos del TBO. Naturalmente, no puedo estar de acuerdo con tan malencarado disparate. Y era eso, y no otra cosa, lo que predicaba la dichosa manifestación, la organizara quien la organizara.

Estar con las víctimas no implica estar de acuerdo con todos los disparates que se les ocurran. No es la sacralidad de las víctimas sino su humanidad la que está en juego. Otorgarles un carácter sacral y recurrir a él para recubrir el disparate pueda ser que sirva para alcanzar alguna finalidad política, pero la dignidad de las víctimas ha de ser antepuesta a los objetivos políticos y ha de primar sobre ellos. Por supuesto que las víctimas pueden tener criterios políticos y defenderlos, tan evidente como que éstos no pueden constituir ningún tipo de imperativo para el resto de la sociedad. Lo que sí ha de ser un imperativo para una sociedad que desea ser justa para con el agravio cometido es la salvaguarda de la dignidad de las víctimas y el rechazo -en la medida de arbitrar disposiciones para impedirla- de cualquier humillación presente o futura. Es ésta la condición que deben exigir las víctimas a cualquier acuerdo para alcanzar el final de ETA, en lugar de cerrarse apriorísticamente a él recurriendo para ello a argumentos de dudosa fiabilidad. No es a ellas a quienes les compete velar por los acuerdos políticos que puedan derivarse del actual proceso o de cualquier otro que pueda darse en el futuro, salvo si ven que atentan contra esas premisas de humanidad que deben regirlos. A quienes compete la vigilancia política sobre la adecuación de esos acuerdos a nuestra legalidad constitucional es, fundamentalmente, a los partidos políticos. La iniciativa del presidente Zapatero es, más que legítima, obligada. La que ya no sé si es tan legítima es la actitud de quienes, en lugar de cumplir con su tarea de intervenir en el devenir político, se refugian en el despropósito en un imposible empeño de obstaculizar un proceso que puede ser irreversible.

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