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Reportaje:

Abjazia, entre dos fuegos

El nacionalismo de Saakashvili recrudece la violencia de una región que lucha por la independencia desde los tiempos soviéticos

Pilar Bonet

Una veintena de milicianos de la república no reconocida de Abjazia montan guardia en el valle de Kodori. En este puesto perdido en las montañas del Cáucaso vigilan los escarpados senderos por los que podrían llegar los georgianos, si éstos emprendieran una ofensiva para someter a los separatistas de Abjazia. El frente está tranquilo y los soldados cocinan un rancho de mamaliga (polenta) que acompañan con habichuelas y pimientos picantes. Algunos son veteranos de la guerra que estalló cuando los georgianos intentaron conquistar Abjazia (1992-1993) y otros, muchachos imberbes cumpliendo su servicio militar.

Entre los milicianos abjazos y el Ejército de Georgia se interponen los observadores de la ONU y las tropas de pacificación rusas, que actúan en nombre de la Comunidad de Estados Independientes (CEI). Este orden se mantiene desde 1994, cuando Georgia y Abjazia, bajo los auspicios de Rusia y la ONU, llegaron a un acuerdo de alto el fuego a lo largo de una línea coincidente con el río Inguri.

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Abjazia, uno de los cuatro "Estados no reconocidos" resultantes de la desintegración de la URSS, era un territorio dependiente de Georgia en época soviética. A fines de los ochenta, los abjazos buscaron apoyo en Moscú y reivindicaron la misma autodeterminación e independencia que Georgia quería para sí. En 1991, las 15 repúblicas federadas que formaban la URSS tuvieron su gran oportunidad, pero Abjazia tenía una categoría administrativa inferior y la comunidad internacional, con Rusia incluida, se negó a reconocerla.

En los inicios del conflicto, una mayor habilidad diplomática hubiera bastado para reconciliar a dos pueblos que han coexistido durante siglos a las orillas del mar Negro. Pero los acontecimientos adquirieron otro rumbo. En 1992, el líder georgiano Eduard Shevardnadze envió al Ejército a la región secesionista. Con ayuda de voluntarios del norte del Cáucaso, incluidos los chechenos que luego se convertirían en guerrilleros antirrusos, los abjazos expulsaron al Ejército georgiano y a la población local de esta comunidad étnica, que entonces era mayoritaria en Abjazia. Desde entonces, ambos grupos étnicos viven separados por las tropas de interposición.

Tras años de letargo, con alguna escaramuza esporádica, la tensión se ha recrudecido desde la subida al poder de Mijaíl Saakashvili, en 2003, con la idea de restablecer la integridad territorial del país. Los abjazos acusan a Saakashvili de querer establecer una cabeza de puente en una zona que debería estar desmilitarizada y bajo control internacional.

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Con Saakashvili, llegó "una nueva generación de halcones que no quiere ningún compromiso", dice el secretario del consejo de seguridad de Abjazia, Stanislav Lakoba, refiriéndose a los ministros de Defensa e Interior de Georgia. Lakoba acusa a Georgia de militarización. "Si vienen, habrá guerra. No tenemos otra salida. Hay muertos en cada familia".

Los dirigentes del Estado separatista creen tener más argumentos que Kosovo para ser independientes. "A algunos Estados los forman artificialmente y a otros los desintegran también artificialmente", señala Lakoba. "Yugoslavia y Checoslovaquia se desintegraron, pero Georgia quiere conservar el territorio que obtuvo como resultado de la política de Stalin", prosigue. "A nosotros nos forzaron a integrarnos en este territorio. Stalin exterminó a nuestra gente y su política alteró la composición demográfica". Varios miembros de su familia, incluido el dirigente comunista Néstor Lakoba fueron víctimas del estalinismo.

Las sanciones que la CEI, a instancias de Georgia, impuso a Abjazia en 1996, siguen en vigor, aunque se han relajado. Las comunicaciones aéreas y marítimas regulares están paralizadas, pero a los puertos abjazos llega de vez en cuando algún mercante turco. Desde Rusia, por el puesto fronterizo de Adler, pasan los turistas que se arriesgan a veranear en estos parajes. Moscú ha facilitado la vida a los abjazos, unos 240.000, expidiendo pasaporte ruso a la mayoría. En días alternos, un tren que parte de Sujumi recorre el trayecto de 120 kilómetros hasta Adler y allí, varios vagones son enganchados en el expreso de Moscú. Este transporte por ferrocarril se mantiene ahora pese a las sanciones del Kremlin hacia Georgia.

Los dirigentes abjazos creen que los pueblos del norte del Cáucaso, chechenos incluidos, les volverán a ayudar en caso de invasión georgiana. Entre las repúblicas autoproclamadas Abjazia es, según Lakoba, la que tiene más posibilidades de ser apoyada por Rusia "por su situación estratégica en el litoral del mar Negro". Los separatistas ven a Rusia como la única salida. "Estamos abiertos a Europa, pero Europa no está abierta a nosotros", concluye.

'La Riviera soviética'

Con sus montañas alpinas y su bello litoral, conocido en otro tiempo como la Riviera soviética, Abjazia fue el lugar de veraneo preferido de los dirigentes comunistas de la URSS. Josef Stalin llegó a tener cinco dachas a su disposición aquí. En una de ellas se ha instalado el presidente abjazo actual, Serguéi Bagapsh. Ante el revuelo organizado, Oleg Deripaska, el rey del aluminio de Rusia, se ha echado atrás en su intento de comprar otra.

Sujumi, la capital, disfruta los últimos días de la temporada. Frente a las residencias dependientes del Ministerio de Defensa de Rusia aún hay bañistas. En el paseo marítimo, los abjazos juegan al ajedrez, hablan de política y fuman tabaco local.

Hay en Sujumi edificios ruinosos que evocan Chechenia tras la guerra, pero con el tiempo la vegetación subtropical ha cubierto los escombros bélicos y entre ellos han aparecido tiendas, terrazas e incluso un hotel recién restaurado. Con ayuda de Moscú se mejora la carretera de Sochi hasta Gagra, una ciudad que para los rusos tiene la ventaja de estar más cerca de su frontera que Sujumi. "El presidente de Georgina [Mijaíl Saakashvili] cada año se inventa algo para echar a perder la temporada", dice Anatoli, empresario de San Petersburgo que ha abierto un hotelito en Sujumi.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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