Espiritual y mayoritario
Lejos de aquella intimidad chamánica que ofrecía hace más o menos una década, Ben Harper está ya coronado como artista del mainstream, con lo que ahora sus conciertos han perdido cierto encanto, a cambio de alcanzar una mayor conexión con el gran público. En su actuación anoche en Madrid Ben Harper volvió a realizar una tremenda exhibición de su enorme virtuosismo instrumental, atacando con igual talento la guitarra acústica, la eléctrica y el bottleneck tañido sobre una guitarra del tipo wiessenborn -acústica con cuerdas metálicas- que sujeta sobre sus rodillas. Sobre el escenario y además de los instrumentos, apenas tres alfombras y un cómodo sillón con una tela india en el que se sienta el ídolo para tocar. Harper sigue yendo ataviado para actuar como si se tratase de un universitario californiano. A su lado un extraordinario quinteto de improvisadores, los Innocent Criminals, capitaneados por el orondo y extraordinario bajista Juan Nelson. Delante un público heterogéneo y de aspecto pulcro, el que parece haber puesto definitivamente de moda a este cantante y compositor de 37 años, natural de Pomona.
La receta musical sigue siendo la misma que en sus inicios: una mezcla de rock, blues primitivo, salvajismo a lo Jimi Hendrix, algo de country, mucho funk -que siempre es muy agradecido en directo y se presta a largos desarrollos instrumentales- ciertos toques reggae y unas baladas suaves y convincentes. Todos ellos coronados por una voz convincente y unos solos instrumentales de los que despiden chispas. No obstante, toca ahora más para afuera que en sus inicios, lo cual, si bien le otorga más posibilidades comerciales, quizá le reste intensidad, recogimiento y cierta mística. Por otro lado, un Palacio de Deportes no ayuda como recinto a este tipo de artistas, cuya luz es mucho más apreciable en locales más pequeños.
Harper venía a presentar las composiciones de su último álbum, el doble Both sides of the gun, que tiene un disco más relajadito y el otro decididamente cañero. En este último plan arrancó el concierto, con tres temas seguidos a cada cual más paroxístico. No obstante, la cosa se fue relajando y enseguida el cantante enseñó sus cartas más lentas, entre las que cabe destacar la acústica Waiting for you o la dulce Forgiven. La otra cara, la más enérgica, vendría representada con piezas como Please bleed o Black rain, en esta última con un solo tremendo de Juan Nelson, a quien Harper se empeñaba en llamar "Juanito" en una especie de juego simplón con el público. Así transcurrió la velada hasta completar las dos horas y medias de concierto, algo menos que lo que Harper solía hacer en sus últimas visitas a España. Fue un concierto de longitud razonable (no extenuante) en el que el músico parece haberse deshecho de aquellos complejos de sus inicios en los que le molestaba que le tomasen por una especie de Lenny Kravitz neo-hippy. Ahora sigue siendo igual de espiritual, pero para todos los públicos.
Babelia
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